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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo
 

La poesía de Martí y el modernismo : examen de un malentendido
En: Número, 1a. época, nº 22, enero-marzo, 1953
p. 38-67.

 

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"Un precursor del modernismo, un post-romántico, un poeta absolutamente original y único. Quienes recorran la frondosa y reiterativa bibliografía martiana no podrán no encontrar esas fórmulas que pretenden fijar la naturaleza de su poesía y su ubicación en las letras hispánicas. Cada uno de los defensores de las distintas posturas no deja de encarar el problema en su totalidad, considerando también lo que partidarios de tesis contrarias han dicho y balanceado contra ellas su propia definición. El problema -mucho me temo- está empezando a parecer académico: un sujet de dissertation, como las festejadas comparaciones entre Corneille y Racine o entre Don Quijote y Hamlet.

¿Por qué volver entonces a plantearlo? Por la convicción de que un repaso ordenado del problema -un repaso que tenga en cuenta los trabajos críticos y, también, la poesía de Martí; un repaso que no pretenda originalidad (pero tampoco la evite)- puede contribuir a la determinación de los aspectos profundos del problema. Vale decir: al relevamiento de sus raíces críticas y no de su su superficie más o menos anecdótica, más o menos casual. Se puede llegar, así, a fijar los límites exactos de la cuestión; se puede ilustrar, de paso, algunas confusiones habituales de la crítica literaria hispanoamericana.

PRIMERA PARTE: LA CRÍTICA

I

La obra lírica de Martí aparece en las historias literarias más corrientes inscritas en el movimiento que se llama Modernismo; Martí resulta un Precursor. Junto a él se alzan en América algunos nombres (Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, José Asunción Silva, Julián del Casal y algún otro); inmediato en la sucesión poética aparece el gran nombre de Rubén Darío que lograr cubrir el horizonte y teñirlo de Modernismo. Luego vienen: Amado Nervo, Luis G. Urbina, Leopoldo Lugones, Julio Herrera y Reissig y otros, en América; Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez en España. La más consultada crítica se ha acostumbrado a ordenar esa sucesión cronológica tomando como punto de referencia a Rubén Darío y su vasta obra resonante. Con él se impone el Modernismo. Quienes lo anteceden inmediatamente son precursores; quienes lo siguen (aunque no por sus huellas y, a veces, lejos de las mismas) son postmodernistas o epígonos (1). La clasificación es cómoda y simétrica. Satisface al ojo y a la geometría. Pero ¿es real?

En el caso concreto de Martí, ¿se aclara todo presentándolo como precursor del Modernismo? Para contestar esta pregunta más vale examinar el problema de sus orígenes, desde que aparecen, separados por unos diez años, sus dos volúmenes de poesía: Ismaelillo (1882), Versos sencillos (1891).

II

Parece todavía insuficiente el material que se ha podido reunir sobre las relaciones (personales, literarias) de Martí con sus más distinguidos coetáneos líricos. Es probable que desde su llegada a México en 1875 haya sido amigo de Gutiérrez Nájera (nacido en 1859 y seis años menor). En 1889 Gutiérrez Nájera publica un artículo elogiando con emoción, La Edad de Oro ("¡Qué obra tan buena y qué buena obra es La Edad de Oro!"). En ocasión de un nuevo viaje del poeta cubano a México (1893), éste dedica unos versos a Cecilia Gutérrez Nájera y Maillafert. Allí pueden subrayarse (con Eugenio Florit) algunos hallazgos poéticos: Música azul y clavellín de nieve, dice dando razón a los que lo llaman anunciados del Modernismo. Estas circunstancias (y alguna otra, menor, que omito) documentan una amistad pero nada explican de sus relaciones literarias.

Menos aún puede decirse de Salvador Díaz Mirón (del mismo año que Martí). Se sabe que coincidieron en México, en 1875, que hay cartas de Martí al poeta mexicano (que no han sido publicadas) y que Díaz Mirón creía a Martí "un gran poeta". La crítica (Lazo, Augier) ha apuntado semejanzas entre algunos poemas de ambos pero no bastan para iluminar profundamente la relación. De Asunción Silva (de 1865 y doce años menor) se ha escrito que "conservaba como un devocionario el diminuto Ismaelillo" que le había sido dedicado por el propio Martí. Lo que sólo aclara una sentida admiración (2).

El propio Martí ha señalado la inexistencia de todo contacto personal con su coterráneo Julián del Casal (diez años menor). En un artículo necrológico (publicado en Patria, 1893), Martí no sólo lamenta no haberlo conocido; también caracteriza agudamente su poesía, sin dejar de apuntar la (para él) debilidad intrínseca:

"De él se puede decir que, pagado del arte, por gustar del de Francia tan de cerca, le tomó la poesía nula, y de desgano falso e innecesario, con que los orífices del verso parisiense entretuvieron estos años últimos, el vacío ideal de su época transitoria. En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay aún poesía para mucho; todo es el valor natural con que se encare y dome la injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón del monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia. El sello de la grandeza es ese triunfo. De Antonio Pérez es esta verdad: "Sólo los grandes estómagos digieren veneno."

Al limitarlo, con tan delicada censura, Martí contribuye a explanar su propio credo poético, su propia actitud de poeta. Pero no todo es señalar implícitamente las diferencias; hay también algo que es más importante y que merece citarse una vez más:

"... en América está ya en flor la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso y quiere trabajo y realidad en la política y en la literatura. Lo hinchado cansó, y la política hueca y rudimentaria, y aquella falsa lozanía de las letras que recuerda los perros aventados del loco de Cervantes. Es como una familia en América esta generación literaria, que principió por el rebusco imitado, y está ya en la elegancia suelta y concisa, y en la expresión artística y sincera, breve y tallada, del sentimiento personal y del juicio criollo y directo. El verso, para estos trabajadores, ha de ir sonando y volando. El verso, hijo de la emoción ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble y graciosa."

Lo que Martí apunta allí, con penetración que anticipa y supera anchamente a la de muchos de sus críticos, es la existencia de una nueva actitud literaria, una actitud que supone una nueva generación que busca una nueva concepción de lo poético (y de lo político, tan importante para Martí), que apunta hacia una temática renovada, hacia una sensibilidad original. Una generación y no una escuela poética; una actitud sentida y expresada por muchos sin sujeción a normas o academias, vivida simultáneamente y, tal vez, independientemente.

Esas palabras de Martí son, en cierto sentido, el balance de la generación que precede a Darío, su generación. Y también el balance de su propia poesía, realizado cuando está por clausurarse (por mano de la muerte) la obra de casi todos. Es lástima que no se hayan escuchado más (3).

III

En la Vida de Darío escrita por él mismo (dictada en Buenos Aires, 1912) se narra el encuentro con Martí, en New York, 1893. Gonzalo de Quesada lo viene a buscar al hotel en que se hospedada diciéndole que el "Maestro" deseaba verlo cuanto antes y que lo esperaba esa misma noche en Harmand Hall.

"Yo admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos como La Opinión Nacional de Caracas; El Partido Liberal, de México, y, sobre todo, La Nación, de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa, llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música. Se transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas; y, sobre todo, el espíritu de un alto y maravilloso poeta. Fui puntual a la cita, y en los comienzos de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las puertas laterales del edificio en donde debía hablar el gran combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío; y de pronto, en un cuarto lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo, y que me decía esta única palabra: "¡Hijo!"

Más adelante completa Darío el retrato y el juicio con esta evocación:

"Allí [en casa de una amiga del poeta] escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la cita, para la imagen. Pasé con él momentos inolvidables, luego me despedí. El tenía que partir esa misma noche para Tampa con objeto de arreglar no se qué preciosas disposiciones de organización. No le volví a ver más (4)."

Cuando lo conoció, Darío (catorce años menor) ya era el poeta de Azul... (1888 y 1890), el que habría de imponer en todo el mundo de habla hispánica el Modernismo. Su encuentro con Martí es lo suficientemente fugaz (aunque simbólico y arreglado de mano maestra por el destino) como para no permitir ninguna conjetura. Lo que dice Darío de Martí ("el espíritu de un alto y maravilloso poeta", y no la obra) parece reticente y, además, está visto con la perspectiva que ya le daban los años. Sin embargo, esta visión totalizadora y más personal que literaria tiene menos interés que la que surge del cotejo de textos anteriores del mismo Darío. Entre otras cosas, tiene el defecto de haber sido dictada cuando Darío todavía no conocía bien la obra lírica de Martí (5)

El primer artículo que Darío dedica a Martí se publica en La Nación de Buenos Aires en 1895, en ocasión de la muerte del poeta cubano. Darío llama a Martí genio y superhombre; elogia su visión de los Estados Unidos y la compara, con ventaja, con la que entonces ofrecían Paul Bourget y Groussac. Pero lo que, sin duda, más impresionaba a Darío en Martí era el gran prosista:

"...tenía que vivir, tenía que trabajar, entonces eran aquellas cascadas literarias que a estas columnas venían y otras que iban a diarios de México y Venezuela. No hay duda de que ese tiempo fue el más hermoso tiempo de José Martí. Entonces fue cuando se mostró su personalidad intelectual más bellamente. En aquellas kilométricas epístolas, si apartáis una que otra rara ramazón sin flor o fruto, hallaréis en el fondo, en lo macizo del terreno, regentes y ko-hinoores.

"Allí aparecía Martí pensador, Martí filósofo, Martí pintor, Martí músico, Martí poeta siempre."

Al fin, un poco más adelante, habla de su poesía:

"Y era poeta; y hacía versos.

"Sí, aquel prosista que siempre fiel a la Castalia clásica se abrevó en ella todos los días, al propio tiempo que por su constante comunión con todo lo moderno y su saber universal y políglota, formaba su manera especial y peculiarísima, mezclando en su estilo a Saavedra Fajardo con Gautier, con Goncourt -con el que gustéis, pues de todo tiene-; usando a la continua del hipérbaton inglés, lanzando a escape sus cuadrigas de metáforas, retorciendo sus espirales de figuras; pintando ya con minucia de prerrafaelista las más pequeñas hojas del paisaje, ya manchas, a pinceladas súbitas, a golpes de espátula, dando vida a las figuras; aquel fuerte cazador hacía versos, y casi siempre versos pequeñitos, versos sencillos -¿no se llamaba así un librito de ellos?- versos de tristezas patrióticas, de duelos de amor, ricos de rima o armonizados siempre con tacto; una primera y rara colección está dedicada a un hijo a quien adoró y a quien perió por siempre: "Ismaelillo":

"Los Versos sencillos, publicados en Nueva York en linda edición, en forma de eucologio, tienen verdaderas joyas. Otros versos hay, y entre los más bellos Los zapatitos de rosa. Creo que como Banville la palabra "lira", y Leconte de Lisle la palabra "negro", Martí la que más ha empleado es "rosa".

Es notable el contraste entre la caracterización viril y acertada de la prosa de Martí y la indisimulable condescendencia (e injusticia) con que Darío alude a la obra lírica. Una confidencia posterior del crítico despeja la incógnita; al comentar en 1913 los Versos libres escribe Darío:

"Cuando al saberse la noticia de su muerte, en el campo de batalla, escribí en La Nación su necrológica -que forma parte del libro Los raros- yo no conocía sino muy escasos trabajos poéticos de Martí. Por eso fue mi juicio somero y casi negativo en cuanto a aquellas relativas facultades."

Pero aun sin la confidencia, en la reticencia, en la frivolidad involuntaria, en el error con que caracteriza Darío a Martí, ya resultaba evidente su poca familiaridad; y hasta los mismos versos inéditos que inserta en su artículo (las Rimas) muestran a un Martí cortesano y madrigalesco, un poeta que justifica el calificativo de juguete con que Darío se refiere a una de sus composiciones (6).

Recién en 1913, cuando recibe la colección póstuma de Versos libres, puede reconocer Darío la calidad lírica de Martí. Examina entonces, en artículos publicados en La Nación, la obra poética martiana. Después de la confidencia sobre el artículo necrológico, Darío apunta algunas calidades en la obra de Martí que merecen examinarse. El Ismaelillo le parece un "minúsculo devocionario lírico, un Arte de ser Padre, lleno de gracias sentimentales y de juegos políticos".

De los Versos sencillos escribe:

"La sencillez de Martí es de las cosas más difíciles, pues a ella no se llega sin potente dominio del verbo y muchos conocimientos. [¡Qué distinto de aquello de: "versos pequeñitos, versos sencillos"!] ¡Con decir que en determinados poemas el verso menor privado del consonante se ha creído en Francia recientemente invención y originalidad de tal notorio "unanimista"! El capricho del gran cubano, en rima y ordenación, es de lo más ordenado y de base clásica, y en señalados puntos, reminiscencia de sus relaciones con el parnaso inglés. Un profano -y profanos ilustrados, que los hay- confundiría tales redondillas con la manera de Campoamor, pongo por ejemplo; pero la personalidad se descubre en seguida por la comparación, por el inesperado adjetivo, por un hervor de tierra cálida y un relámpago que en seguida se revelan. [¿Donde están ahora aquellas joyas, aquellas rosas, aquellos juguetes?]"

Y también:

"El vasto patriota fue un formidable amante. Su lenguaje pasional no es el de los corrientes madrigales, sino el de la misma vida. La naturaleza es su cómplice. Las cosas más comunes le sirven poéticamente. Y narra en verso, con la sencillez de la prosa de los sucesos usuales; más con cuánta emoción comunicativa."

"Es de una concisión, de un vigor, de una potencia poética en verdad admirables. El idioma se flexibiliza con la facilidad expresiva. Era aquél un lirio natural, y si su prosa contiene muy a menudo versos, por sus versos corren cristalinas y fluyentes linfas de prosa armoniosa. Y por todo, un estremecedor aliento romántico que anima doblemente lo real de la visión o del recuerdo."

Al referirse a los Versos libres no pierde ocasión de aclarar el doble sentido del título:

"Versos libres, es decir, los versos blancos castellanos, sin consonancia, que generalmente se han prestado a bizarrías clásicas, en los Moratines, en los Núñez de Arce, o en los Meléndez Pelayo, -para hablar de los mayores-, y versos libres, es decir, de un hombre de libertad, versos del cubano que ha luchado, que ha vivido, que ha pensado, que debía morir por la libertad."

Y pronuncia entonces Darío palabras que no han dejado de escucharse:

"¿No se diría un precursor del movimiento que me tocara iniciar años después? Estos Versos libres fueron escritos en 1882, y han permanecido inéditos hasta ahora. Versos de sufrimiento y de anhelo patriótico, versos de fuego y de vergüenza, versos de quien debía caer en una hora futura de la guerra, dando sangre y vida por el ideal de su Estrella solitaria. Versos de Martirio, de recuerdos amargos. ¿No había llevado el apóstol cadena de presidiario en lo florido de su juventud? Y canta en el verso libre clásico, harto conocido para su cultura, en un verso libre impecable de cesuras y lleno de gallardías y bizarrías; mas un verso libre renovado, con savias nuevas, con las novedades y audacias de vocabulario, de adjetivación, de metáfora, que resaltan en la rítmica y soberbia prosa Martiana (7)."

Toda la apreciación crítica es sutil y profunda; señala (y describe) valores esenciales en la poesía de Martí. Pero le cuelga el mote de precursor que origina tantos malentendidos y que parece inaugurar el ciclo de la confusión.

Este somero examen permite adelantar alguna conclusión. Es evidente que (como también señala Iduarte) Martí no pudo influir poéticamente en Darío. Cuando Darío leyó realmente a Martí en 1913, su propia obra estaba completamente formada; ya había cumplido su ciclo poético, desde la segunda edición de Azul... (1890) hasta Cantos de vida y esperanza (1905) y Poema del Otoño (1910), pasando por las dos ediciones (1896, 1901) de las reveladoras Prosas profanas. El valor de precursor que le asignó (sin calificaciones iluminadoras) no podría llevar entonces implícito el de Maestro. Martí preocupó algunos temas y algunos motivos y algunos ritmos que luego haría suyos Darío. Eso y nada más. Pero del punto de vista de su poesía (que es el que en definitiva cuenta) Martí hizo mucho más. Hizo todo por lo que importa todavía y siempre (8).

IV

La historia se repite (o se agrava) con los otros poetas del Modernismo. No sólo no influyó Martí en ellos; fue también desconocido por muchos (Julio Herrera y Reissig, por ejemplo); entre quienes conocieron sus versos no faltó algún negador, algún reticente. (Bastaría citar este juicio de Amado Nervo, escrito en 1896: "Es, por lo contrario, tal forma en él, desaliñada, frecuentemente exótica y aun extravagante. Sus procedimientos literarios son poco armoniosos y aun se distinguen, a veces, por su incoherencia, pero bajo tal desordenado atavío, adivinábase siempre una inspiración poderosa que, bien encauzada, hubiera hecho admirar su hermosura y embelesos (9).")

Sin embargo, una resonancia importante puede encontrarse en poetas que no aparecen dócilmente inscritos en el Modernismo y que, en más de un sentido, representan una reacción anti-modernistas o una superación de las formas vacías del mismo. Los más interesantes son, sin duda, Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez.

Unamuno (once años menor que Martí) dedicó dos artículos a su obra: uno, de 1919, con el comentario a la edición póstuma de los Versos libres (1913); otro, de 1921, sobre su epistolario, también póstumo (tomo XV de sus Obras Completas). En ellos se encuentran enfoques tan importantes como este:

"Todavía siento resonar en mis entrañas el eco de los Versos Libres de José Martí que, gracias a Gonzalo de Quesada, pude leer hace unos meses. Pensé escribir sobre ellos a raíz de haberlos leído, cuando mi espíritu vibraba por la recia sacudida de aquellos ritmos selváticos, de selva bravo. Mas opté por dejar pasar el tiempo y que la primera impresión se sedimentara y se depurase. Y hoy quiero hablar de ellos.

"Los leí dos veces y en voz alta; una de ellas leyéndoselos a un amigo mío ciego y poeta. La oscuridad, la confusión, el desorden mismo de esos versos libres nos encantaron. Esa poesía greñuda, desmelenada, sin afeite, nos traía viento libre de selva que barrió el vaho cargado de perfumes afeminados, de salón de esos versos cantables, de vaivén de hamaca, de sonsonete dulzarrón, con que se recrean las señoritas que saben aporrear el piano.

Dicen buen Pedro, que de mí murmuras
porque tras mis orejas el cabello
en crespas hondas su caudal levanta.

"Y asó, como la melena de Martí, son sus versos libres, los más suyos, los más íntimos."

Unamuno apunta allí algo más que una preferencia marcada por los Versos libres; apunta el reconocimiento de una voz viril en Martí, una voz que carece de las amaneradas gracias del peor modernismo y que el propio Unamuno levanta como ejemplo contra este. Es curiosa esta visión si se la compara con la que, coetáneamente dibujaba Darío. Ella permite anticipar la natural conclusión de que cada uno de estos críticos-poetas veía en Martí lo que más cerca estaba de su propia obra y de su propia actitud.

Pero Unamuno apunta otras cosas, tal vez más importantes:

"... si es como algunos enseñan que ni lo orgánico brotó de lo inorgánico ni esto es una reducción de aquello, sino ambos diferenciaciones de un estado primitivo de la materia, estado inestable y caótico, es muy fácil que ni el verso sea una sistematización de cierta prosa ritmoide, ni la prosa una reducción del verso -pues hay quienes sostienen que el verso fue anterior a la prosa, porque a falta de escritura se fiaban mejor a la memoria con el ritmo las fábulas, consejos y leyendas- sino que prosa y verso sean diferenciaciones sistematizadas de una forma primitiva de expresión protoplasmática, por decirlo así. Es la forma que representaban los salmos hebraicos, la de Walt Whitman, y también la de los versos libres de Martí. No hay en ellos más freno que el ritmo del endecasílabo, el más suelto, el más libre, el más variado y proteico que hay en nuestra lengua. Y más que un freno es una espuela ese ritmo; una espuela pare un pensamiento ya de suyo desbocado."

También hay alguna intuición crítica notable en el articulo sobre el estilo de sus cartas. Aunque periférico al tema de esta nota, merece citarse:

"El estilo epistolar de Martí, en el que aparecen de cuando en cuando endecasílabos y octosílabos, es excesivamente elíptico, torturado, recortado y con frecuencia oscuro. A las veces recuerda al de Santa Teresa. Ni está siempre escrito en prosa sino en esa expresión informe, protoplasmática, que precedió a la prosa y al verso. Sus palabras parecen creaciones, actos. Están, desde luego, escritas en una lengua conversacional, pero de uno que habla mucho consigo mismo, son de estilo de monólogo ardoso."

Casi todo esto podría decirse también de una zona, muy importante, de la poesía de Martí.

En suma: Unamuno ve y aplaude (legítimamente) en Martí aquello que es más unamunesco en su obra, aquello por lo que el gran cubano rompe no sólo con el postromanticismo sino con el decadentismo que contamina tanto esfuerzo modernista. Martí como precursor del Modernismo sería, sin duda, un enfoque disparatado para Unamuno. En él reconoce el vasco la estirpe honda y fuerte, visible en su propia obra, en su verso duro y rotundo. Tras las palabras de Unamuno hay el reconocimiento implícito del parentesco, aunque no de magisterio que la mera cronología demuestra imposible. En una carta a Artemio Precioso resume felizmente su posición Unamuno: "Pienso en Martí que tanto me ha enseñado a sentir, más que a pensar (10)."

El testimonio de Juan Ramón Jiménez (nacido en 1881, casi treinta años después de Martí) es de distinta naturaleza. Se refiere principalmente al efecto que le produjo la primera lectura de Martí (o, tal vez, al recuerdo creado sobre ese efecto)

"Desde que, casi niño, leí unos versos de Martí, no se ya dónde:

Sueño con claustros de mármol
Donde en silencio divino
Los héroes, de pie, reposan:
De noche, a la luz del alma,
Hablo con ellos: ¡de noche!

"pensé en él". No me dejaba. Lo veía entonces como alguien raro y distinto, no ya de nosotros los españoles sino de los cubanos, los hispanoamericanos en general. Lo veía más derecho, más acerado, más directo, más fino, más secreto, más nacional y más universal.

Ente muy otro que su contemporáneo Julián del Casal (tan cubano, por otra parte, de aquel momento desorientado, lo mal entendido del modernismo, la pega) cuya obra artificiosa nos trajo también a España Darío, luego Salvador Rueda y Francisco Villaespesa después. Casal nunca fue de mi gusto. Si Darío era muy francés, de lo decadente, como Casal, el profundo acento indio, español, elemental, de su mejor poesía, tan rica y gallarda, me fascinaba. Yo he sentido y expresado, quizás, un preciosísimo interior, visión acaso exquisita y tal vez difícil de un proceso psicolójico, "paisaje del corazón", o metafísico, "paisaje del cerebro"; pero nunca me conquistaron las princesas esóticas, los griegos y romanos de medallón, las japonerías "caprichosas" ni los hidalgos "edad de oro". El modernismo, para mí, era novedad diferente, era libertad interior. No, Martí fue otra cosa, y Martí estaba, por esa "otra cosa", muy cerca de mí. Y, cómo dudarlo, Martí era tan moderno como los otros modernistas hispanoamericanos.

"Poco había leído yo entonces de Martí; lo suficiente, sin embargo, para entenderlo en espíritu y letra. Sus libros, como la mayoría de los libros hispanoamericanos no impresos en París, era raro encontrarlos por España. Su prosa, tan española, demasiado española acaso, con esceso de jiro clasicista, casi no la conocía."

Otra vez, como en el caso de Unamuno, puede advertirse la visión de Martí como despegado del núcleo modernista y hasta opuesto a ellos (y en este caso, subrayada nítidamente la modernidad del poeta); otra vez, el reconocimiento de los valores que preanunciaban los mismos de Jiménez, hasta en la elección de los versos citados (11).

No cabe hablar en ninguno de los dos casos estudiados de magisterio poético. Tanto Unamuno como Jiménez son explícitos al respecto. Pero sí cabe hablar de otra cosa: de la virtud de Martí de despertar resonancias y reconocimientos, de mostrarse su poesía inscrita en una línea poética que, para muchos, parece indicar la buena ruta. Lo que esto significa profundamente se verá luego.

V

La frase de Darío ("¿No se diría un precursor del movimiento que me tocara iniciar años después?") hizo fortuna entre los críticos. Aunque no todos se redujeron a contemplar (y repetir) el concepto sin profundizar sus equívocos términos, casi todos encararon la ubicación de Martí (lo que Sartre llamaría su situación) tomando como punto de referencia la obra y el movimiento realizados por Darío. Uno de los que con mayor precisión intentó ubicar a Martí fue Federico de Onís en 1934. Sus palabras merecen transcribirse:

"Martí es uno de los escritores más profundamente originales que hasta ahora ha producido América. Aunque su vida atormentada no le permitió la concentración y la quietud necesarias para escribir obras de gran aliento, la mayor parte de su producción tuvo que ser periodística y de ocasión, hay en sus artículos -la mayor parte escritos para La Nación, de Buenos Aires-, en sus prólogos, en sus discursos, una ideología cuajada de chispazos geniales y expresada en uno de los estilos más personales de la literatura castellana. Su poesía -a veces no estimada bastante- no es inferior a su prosa, a pesar de la humildad aparente de sus temas y de sus formas. Desde los endecasílabos "hirsutos" de sus Versos libres, obra de juventud, hasta los octosílabos de sabor popular de sus Versos sencillos, obra de madurez, el alma ardiente y tierna, delicada y profunda, de Martí, ha dejado en su libertad complejo de sí mismo, en supremo esfuerzo y originalidad. Por eso su poesía, al parecer tan tradicionalista, tiene muy poco que ver con la retórica de su tiempo, y su originalidad innovadora tampoco basta para encasillarle entre los precursores del modernismo. El espíritu de Martí no es de época ni de escuela: su temperamento es romántico, lleno de fe en los ideales humanos del siglo XIX, sin sombra de pesimismo ni decadencia; pero su arte arraiga de modo muy suyo en lo mejor del espíritu español, lo clásico y lo popular, y en su amplia cultura moderna donde entra por mucho lo inglés y lo norteamericano; su modernidad apuntaba más lejos que la de los modernistas, y hoy es más valida y patente que entonces (12)."

Originalidad profunda, imposibilidad de encasillarlo como precursor, temperamento romántico y arte moderno (más moderno que el de los modernistas). Esas notas que apunta sagazmente Onís bastarían para cerrar el debate si no fuera que por su misma capacidad de síntesis expresiva no implicaran, paralelamente, una reticencia, un sobreentendido de cosas esenciales. Al no apoyar cada uno de sus enfoques en los textos necesarios, al no desarrollar algunas excelentes intuiciones. Onís deja abierto el debate. Por otra parte, hasta el mismo método crítico empleado (el histórico-literario, que discierne escuelas y movimientos, sucesión de rótulos y de actitudes polémicas) contribuyó a fomentar el desenfoque crítico, al hacer prevalecer la condición de antecesor -ya que no de precursor- que tiene Martí con respecto a Darío, sobre su propia condición de creador original de su propia poesía. Es cierto que Onís se cuida de calificar de premodernista al grupo en que figura Martí (junto a Gutiérrez Nájera, a Díaz Mirón, a Julián del Casal, a José Asunción Silva, a Salvador Rueda, a Leopoldo Díaz y otros); su libro dice, juiciosamente: Transición del Romanticismo al Modernismo. Pero esta misma cautela no disimula, antes subraya, la inadecuación del método crítico.

En las huellas de Onís, aceptando su método y hasta su nomenclatura, otros hn intentado precisar este enfoque del problema. Así, por ejemplo, Eugenio Florit ha escrito en 1941:

"Y es que en él, alta arista, que une dos lomas de diferente ladera, viene el romanticismo a dar últimos gemidos y apóstrofes postreros, para verterse después en el lujo moldeado y exacto del puro verso con que lo moderno se entra por la lírica de los últimos años del siglo XIX. Se me ocurre decir aquí, pues, que en Martí termina lo romántico de escuela poética y comienza lo otro, lo que llegó en Rubén Darío a su más alta cumbre. La evidente dualidad que se observa en la vida de nuestro revolucionario: el aliento romántico y el sentido práctico de la realidad circundante, tienen un equivalente en las dos fases de su poesía. No fue él, desde luego, precisamente un modernista -en lo que para nosotros significa el término como denominación de un movimiento literario- porque estaba haciendo revolución, estaba soñando con libertar a un pueblo y para eso había que ser romántico. O mejor: porque lo era -hijo de su siglo y de su dolor de hombre hambriento de patria libre-, hizo revolución y soñó con libertades. Hace poco tiempo Pedro Henríquez Ureña, en admirable conferencia, se refería a esto. Y nos hacía notar que América no pudo dar más que poesía romántica mientras no terminó el ciclo revolucionario, al lograrse lo independencia de sus pueblos. A la única guerra justa, la que se empeña en destruir una tiranía, no se la alienta con estrofas de terciopelo, sino con férreos gritos. Cuando se hace la calma -aunque sea esa calma un poco turbia de nuestras inquietas repúblicas-, el poeta puede llegar a lo que piensa, después de lo que se vierte en una desordenada forma. Porque Martí no llegó nunca a ese momento de lujo, lo vemos a las puertas de la nueva escuela, señalando el camino que otros, más afortunados que él, habían de seguir."

Más adelante, Florit emplea expresiones ("poeta de transición") que revelan un acuerdo con Onís y hasta algo más que un acuerdo, como indican estas palabras: "... la poesía de Martí es de tal naturaleza que no podemos encerrarla en los estrechos moldes de una clasificación determinada. Su romanticismo o su modernidad saltan por encima de tales barreras, y llegan hasta nosotros siempre frescos, originales siempre." Pero, aparte tales paráfrasis; lo que aporta Florit (y eso sólo justifica su intento) es la ejemplificación, que faltaba tan lamentablemente en Onís. Es decir, la señalación precisa y comentada de las distintas voces (o acentos, como el prefiere escribir) del poeta. En este sentido, su tarea resulta complementaria de la anterior; aunque tampoco consiga superar (hasta en esto fiel) las limitaciones del método de Onís (13).

En otro planteo de síntesis y ubicación (el intentado por Andrés Iduarte en su libro Martí escritor, 1945), se vuelve a advertir la huella crítica de Onís y su método. Iduarte, después de considerar la nula influencia del poeta sobre los modernistas, escribe:

"Martí, pues, se borra de la escena poética, cuando menos en lo visible. Por esto se le llama sólo precursor. El precursor apunta y muere: él apunta y muere para los modernistas, para casi todos los que hacen familia y escuela durante varios años brillantes. Pero ¿esto es definitivo? ¿es definitiva esta calificación de escuela, temporal, por grande y valioso que sea el nodernismo?"

Pasa a reconsiderar entonces la opinión de Darío (que lo llama poeta y antecesor), de Unamuno (que declara su magisterio emocional), de Gabriela Mistral (que lo reconoce Maestro), de Juan Ramón Jiménez (que indica las huellas en su propia obra). También considera una hipotética influencia en Antonio Machado. Cita las citadas palabras de Onís en su Antología, y concluye con estas suyas:

"¿Cuánto queda de la pega del modernismo, de las japonerías y las princesas de que se ríe Juan Ramón, y del decadentimos y del pesimismo? Y el entendimiento de Martí por la mejor poesía y de aguda crítica ¿no coincide con la vuelta al folklore, a lo popular que él amó junto a lo clásico? "Su modernidad apuntaba más lejos que la de los modernistas -cree Onís. Y es más válida y patente que entonces". ¿No lo está siendo más cada día? Martí no es sólo un precursos, que viene y se va. Es el libertador del prosaísmo y la academia. Es el punto de partida más visible de una gran revolución literaria. Como estuvo y está en el corazón de lo mejor del modernismo sin escuelas que pudo conocerlo -Darío, Unamuno, Juan Ramón, Gabriela Mistral-, lo está en la de toda verdadera poesía, sobrepasando modas y derrotando cenáculos."

El capitulillo en que Iduarte explana el enfoque se titula, por esto, Más que un precursor. Sus palabras (es fácil verificarlo) no superan lo dicho por Onís y reiteran una misma consideración histórico-literaria (14).

Una conclusión se impone antes de cerrar esta etapa del análisis. La mejor crítica (no la de los veloces manuales) rechaza la calificación de precursor y propone un enfoque que atienda a la originalidad y la importancia intrínseca de la poesía de Martí. Pero no propone una visión crítica que sustituya a la de escuelas o movimientos literarios, a la ordenación por rótulos y por el hilo (azar) cronológico. De tal manera que Martí -precediendo a Darío o siendo sucedido por él- no puede dejar de ser juzgado por esa vecindad inquietante y aunque no se le llame precursor no deja de integrar la cohorte de antecesores. Para superar este planteo hace falta una modificación del método crítico. Conviene empezar entonces por una reconsideración sumaria de la poesía de Martí.

 

1. Cf. Max Daireaux: Littérature Hispano-Américaine, París, 1930, p. 86; Luis Alberto Sánchez: Historia de la Literatura Americana, Santiago de Chile, 1937, pp. 437, 450-51; Julio A. Leguizamón: Historia de la Literatura Hispanoamericana, Buenos Aires, 1945, II, p. 265; Arturo Torres Ríoseco: La gran literatura iberoamericana, Buenos Aires, 1945, pp. 102-03. Más exacto, más fino, Pedro Henríquez Ureña (Las Corrientes Literarias en la América Hispánica, México, 1949, pp. 162-172), distingue que algunas etapas en la renovación modernista y da a Martí el lugar que, históricamente, le corresponde. En las huellas de Onís, Guillermo Díaz Plaja (Historia de la poesía lírica española, Barcelona, 1948, p. 354) y Julio Torri (La literatura española, México, 1952, p. 366) enuncian sintéticamente un enfoque que luego se examina más detenidamente en el texto. (Volver)

2. Cd. Andrés Iduarte: Martí escritor (México, 1945. pp. 347-351)(Volver)

3. También estudia Iduarte (loc. cit.) la relación con Julián del Casal, aunque no críticamente. Es decir: no atiende a lo que de revelador de las simpatías y diferencias tiene el artículo de Martí, ni (tampoco) lo que significan profundamente las palabras, que asimismo cita, sobre la nueva generación. El texto completo de Martí se encuentra reproducido en la edición de Obras Completas de la Editorial Lex (tomo I, pp. 822-823) y en el Apéndice a Julián del Casal y el modernismo hispanoamericano (México, 1952, pp. 259-60) de José María Monner Sans.(Volver)

4. Cf., ob. cit., Cap. 31, Barcelona, 1915, pp. 141-46; reproducido en Obras Completas, Madrid, 1950, I, pp. 98-102.(Volver)

5. En una carta de Darío a Pedro Nolasco Prendes hay una curiosa referencia a Martí. La carta es de noviembre 12, 1888 y dice: "Todos estamos de acuerdo en que los versos que se hacen prosa pierden; como toda prosa que se pone en verso, tomando gallardías y alientos nuevos y propios, gana. Si yo pudiera poner en verso las grandezas luminosas de José Martí! O ¡si José Martí pudiera escribir su prosa en verso! (Cf. El Archivo de Rubén Darío por Alberto Ghiraldo, Buenos Aires, 1943, p.314.)(Volver)

6. El artículo necrológico está recogido en Los Raros (1896). Cf. Obras Completas, II, pp. 480-92.(Volver)

7. En un librito publicado en Buenos Aires (Ediciones Mínimas, 1919) se recogieron algunos versos de Martí con notas de Rubén Darío. Las notas están tomadas de los artículos de La Nación. También Iduarte (ob. cit., pp. 352-60) estudia las relaciones entre Martí y Darío; pero su examen difiere en muchos aspectos del aquí realizado; entre otras cosas porque no comenta adecuadamente los textos que cita.(Volver)

8. Muy otro es el problema de la influencia de la prosa de Martí en la de Darío. Ya la señaló Jiménez en su artículo de Española de tres mundos (Buenos Aires, 1942, pp, 32-35). Iduarte lo reproduce en su estudio (pp. 354-360; ha sido desarrollada en Rubén Darío y sús amigos dominicanos de Osvaldo Bazil (Bogotá, 1948) y vuelta a considerar por Guillermo Díaz Plaja en Modernismo frente a 98 (Madrid, 1951, pp. 305-07). Pero excede, naturalmente, los límites de este trabajo. (Volver)

9. Cf. Iduarte, ob. cit., p. 360.(Volver)

10. Ambos artículos de Unamuno están recogidos en los Anales de la Universidad de Chile (Año CXI, Nº 98, enero-marzo 1953, pp. 72-81). La carta a Precioso está citada por Iduarte, ob. cit., p. 363.(Volver)

11. Cf. Españoles de tres mundos, pp. 38-34.(Volver)

12. Cf. Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), Madrid, 1934, pp. 345.(Volver)

13. El artículo de Florit está reproducido en los Anales de la Universidad de Chile (ob. cit., pp. 82-96)(Volver)

14. Cf. Ob. Cit. 362-64.(Volver)

 

Responsables

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A. Rodríguez Peixoto
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S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 

 


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