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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

Prólogo de Diario de viaje a París
de Horacio Quiroga
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II El protagonista

El interés del Diario no se reduce a su aporte biográfico. Sus anotaciones constituyen, cronológicamente, el primer documento que permite el acceso a la intimidad de Quiroga. En tal sentido, su importancia es fundamental. No corresponde realizar aquí un examen exhaustivo; apenas si es oportuno subrayar las tendencias dominantes en el carácter del joven Quiroga, tal como las acerca su propia anotación cotidiana.

Ante todo, es preciso señalar la naturaleza especial de este Diario. Por indicaciones reiteradas parecería que Quiroga registró las incidencias de su aventura para comunicarlas luego a sus amigos del Salto -a aquellos muchachos con los que actualizara el grupo de los mosqueteros-.(13) En algunos momentos se dirige directamente a ellos, como si los tuviera presentes. Así, por ejemplo, anota en abril 8, nostálgico ya, y extrañando a la novia: "Pienso en este momento que Vds. están en el cuarto, hoy Domingo, tal vez tomando mate, tal vez conversando, fumando y comiendo pan y queso; pero de cualquier manera, ahí, en el Salto, con la tranquila seguridad de que de tarde, cuando quieran, saldrán á pasear, sin pensar en nada más de lo que quieran y que Vds., todos Vds., pueden verla, que la verán y no sentirán siquiera la más leve emoción, cuando yo, que estoy a 1000 leguas, tiemblo sólo de pensar que algún día la veré…". O cuando se pregunta, el 13 de abril: "¿Qué haré mañana, Sábado de gloria, en este maldito vapor, cuando Vds., esten tan tranquilo parados en la calle Uruguay y Sarandí viendo salir la gente de la Iglesia?". O cuando en París, durante una de sus crisis de angustia, anota (el 3 de junio): "Acabo de levantarme. Hasta ahora he conseguido dormir bien. Me despierto varias veces á la noche, y, sueñe lo que sueñe, en seguida se me aparece la situación ésta. ¡Ah, amigo Brignole! ¡Depresiones nerviosas y musculares que nos hacen buscar con ansia la recta incomprendida de nuestro Destino! ¡Qué poco es todo eso, cuando lo que se examina no es el porvenir, sino el momento, cuando se cambiara la Gloria por la seguridad de comer tres días seguidos!".

Podría creerse que esta forma, casi oral, responde únicamente a la costumbre, ya arraigada, de dialogar con los amigos, de confiarse a ellos en los momentos de mayor intimidad, lo que tendería a transformar el Diario en un largo monólogo. Pero el propio Quiroga se ha encargado de iluminar el punto, al escribir -en uno de sus momentos más patéticos, cuando se ha visto obligado a aceptar la limosna de unos francos- el 5 de junio: "A Vds., mis amigos, que leerán todas estas líneas, les deseo que nunca pasen por lo que estoy pasando yo".

Sin embargo, lo cierto es que nunca confió la existencia de este documento a sus amigos y que hasta hoy les era completamente desconocido. Aun más; como sus mismos biógrafos indican, Quiroga fué siempre extremadamente reservado sobre su aventura parisina. ¿Qué pudo haber cambiado su primera decisión? El mismo Diario se encarga de contestar esta pregunta. El jueves 7 de junio escribe: "Estoy en el Jardín de Nôtre-Dame. Lo paso regular, habiendo acabado de comer un vintén de pan y leyendo mi libro. Logro sustraerme por ratos con la lectura. Pero un recuerdo cualquiera de allí, el Uruguay, un vals que tocaba la Orquesta del Liceo Slava, la laguna de Palma Sola, me ponen en un estado de dolorosa "revérie", como si nunca más volviera á ver eso. Al solo pensamiento de que eso no está perdido para mí, un profundo suspiro me desahoga. ¡Cómo gozo entonces! Yo quiero toda la tierra en que he vivido, mis árboles, mis soles, mi lengua. No la patria, porque eso es una entidad, y si yo hubiera nacido en Alemania, extrañaría la Alemania. Pero todo diferente como es esto, solo, solo, no conversando con nadie, nadie que me consuele, es horrible. No soy un solitario; todo lo opuesto. Ahora comprendo á mi pobre madre que en casa, en el Salto, todo el día solita en 1os cuartos helados, paseaba amargamente su tristeza. ¡Oh mi América bendita, donde todo es grandeza y hospitalidad! ¡Cómo te adoro en París! Creo que si de un golpe me transportara á esa, lloraría, sí, lloraría abriendo los brazos á mi Madre, á mis amigos, á las tardes y á las noches. Pero todo concluirá. Aunque cuando llegue allí, sentiré mucho menos por haber satisfecho parte de mi ansia en la desaparición de esta vida, y en la progresión creciente del viaje que cada vez me acercará más, y, por lo tanto, me hará perder la emoción de la brusca traslación, aun entonces, digo, tendré horror del recuerdo de París, y estaré donde está lo que quiero". Aquí está, en este horror del recuerdo de París, la causa de su reserva, de su silencio, sólo alterados por la comunicación de alguna trivialidad, de alguna rápida confidencia.

La anotación casual y diaria permite captar el ser humano en su espontaneidad, pero, también, en su incoherencia. Por eso es necesario reiterar aquí las advertencias -ya formuladas- a propósito de su utilización como ejemplos. Hay que saber distinguir entre los numerosos rasgos, no jerarquizados, aquellos que son permanentes, y aquellos que son meramente accidentales. A esta dificultad, inherente a todo diario, se suma, en este caso, la dificultad accesoria de que Quiroga esté registrando sus reacciones en una época de transición, mien-tras se va formando su carácter.

Cualquiera que recorra cuidadosamente el Diario advertirá en seguida que en su autor cohabitan dos personalidades: la de un muchachón orgulloso y mimado, amante del juego, del baile, del flirt, del ciclismo, y la de un poeta decadente, que se sabe destinado a la más alta gloria, que sutiliza sus sensaciones, que transforma en literatura sus percepciones y hasta sus sentimientos. El primero, se regocija jugando al burro tiznado (marzo 31); confiesa con toda sinceridad que baila porque le gusta, no para distraerse y olvidar a su amada (abril 11); anota, con puerilidad, primitivos retruécanos en italiano o en francés (abril 7, mayo 29); y después de mucha hambre y de mucho orgullo herido, reconoce con franqueza: "No tengo fibra de bohemio" (junio 8).

El otro es mucho más complejo y merece atención preferente, ya que en sus rasgos se superponen auténticos sentimientos y auténtica angustia con la estilización literaria de esos sentimientos, de esa angustia. Y es necesario, en cada caso, separar cuidadosamente la pintura sin dañar el rostro. Porque Quiroga no sólo vive su aventura decadente. También se contempla vivir. Así, desde las primeras páginas, ofrece esta estampa de sí mismo: "He sentido algo nuevo. Estoy abordo, pronto á partir para un largo viaje; tener un cielo nublado en 1os ojos, y en el alma el retrato de una niña queridísima que se queda en la ciudad; ponerse en marcha e1 vapor y sentir de pronto las tres pitadas del buque, desgarradoras é interminables, como una desmesurada despedida al cielo y la tierra y es cosa que angustia recordarlo, recostado en la borda, inmóvil y mirando fijamente la ciudad por despertarse, con las ojeras de una angustiosa noche de asma y en e1 corazón la irremediable certidumbre de que no la veremos más, ni hoy, ni mañana, ni dentro de un mes, ni quien sabe cuando, y que no hemos podido despedirnos de ella . . ." (marzo 21).

En muchos casos la retórica finisecular le hace convertir sus impresiones en ejercicios literarios. Por eso le hablará a su novia ausente en estos términos: "... estoy seguro de que en ese angustioso momento no dudabas de mí y hallabas las más olvidadas oraciones de niña para angelicar tus lágrimas"; y añadirá, más tarde: "En días como éste se vive mucho y hondamente, en el hondo de los nervios, en el epigástrico des-fallecimiento de las emociones continuadas y nostálgicas" (marzo 21). O al comunicar algunas de sus reflexiones sobre el amor no podrá dejar de anotar: "No sé hasta que punto la visión de una belleza repetida puede operar en nosotros el olvido hacia lo que amamos. Antes bien, el cariño se afirma, tanto más cuanto que la nostalgia -esa suprema pálida- acompaña siempre nuestros movimientos y realidades. Y aún en el caso de que lleguemos á amar á otra, será una metem[p]sícosis bizarra, deponiendo sobre la plasticidad que está delante nues-tro, el cariño y ternura que ofreceríamos a la otra" (marzo 25). Y en algunos casos pontificará, pretendiendo dar trascendencia a estas trivialidades: "Realizo el sueño de que hablaba a Alberto: Una buena mañana ó tarde de primavera, pasearme por el buque con el cigarro en la boca, pasearme á grandes pasos, sonriendo y si acaso mirando el mar azulado y sereno... Lo cumplo ahora, en este momento; pero no estoy "contento"; miro el mar, fumo con gusto; mas qué diferencia de lo que uno se figura antes de partir, de conocer el hecho, cuando uno inconscientemente poetiza todo en la hermosura de lo que va á venir, que, como lo que pasó, tiene el encanto de lo dulce de la lontananza azulada ó en el desastre anterior, porque nos transportamos tal como sentimos en el momento, tal vez venturosos, tal vez nostálgicos -pero alejados de la acción- á lo muerto á lo que á su vez espera impasiblemente el tiempo que ha de estelarlo en nuestra vida. ¡Ley eterna de impotencia y de angustia, que nos hace siempre abjurar de lo que nos hemos prometido de bueno, porque hoy como ayer hemos deseado otra cosa, otro algo que la existencia no cumple, llegando á formar la vida de intuiciones y retrocesos, marcados dolorosamente en nuestra memoria por la pena de lo que pasó ó espera á [su] vez la hora de deslizarse. Contraste eterno de lo existente, herencia fatal que pone en nuestros nervios el germen de una esperanza que será semilla muerta, y que á su vez tendrá en nuestra memoria la vida de una semilla fértil, porque pasó, porque no es más. La gran dicha es figurarse que el momento en que deseamos ó recordamos algo, es el instante feliz de nuestra vida. Ser una extensa florescencia, sin esperar el fruto que será podrido y sin desear la cosecha anterior que está anulada. No vivir más que de eso, exprimiendo de la esperanza todo el jugo que pueda dar, beberlo de un sorbo, y no buscar ni en sueños la germinación de lo que abortará de seguro" (abril 3). Y con una curiosa mezcla de insincera idealidad y verdadero egotismo analizará su capacidad erótica, considerando unas veces a la mujer un instrumento de placer, como cuando escribe, el 25 de marzo: ". . . siento un infinito deseo de caricias, de ternura que sea para mí, de brazos blancos y suaves que me abracen amorosamente"; o intentando precisar, otras veces, sus verdaderos sentimientos: "... estoy convencido de que -en mí- el amor es solo uno, prolongado á través de los olvidos y de las fisonomías. Después de querer á la que quiero, querré a cien más, como si vuelvo á ver á las que he querido, las vuelvo á amar de nuevo-" (junio 1º).(14)

Detrás de esta retórica y de esta verdad se encuentra un joven para quien la soñada aventura ha de convertirse en amarga burla, un señorito criado entre sus familiares, mimado y protegido. París lo acoge con esa impersonal indiferencia de la gran ciudad extranjera. Quiroga, que en Salto -y aún en Montevideo- era alguien, se encuentra aquí entregado a su soledad, anonadado. Y antes de que haya podido endurecerse en tal aprendizaje, lo acosa el hambre y debe mendigar. Y aunque su orgullo (su honor) le impedirá el ruego, no le evi-tará el bochorno de la limosna aceptada. Al leer las páginas en que Quiroga anota su miseria, se siente, por detrás de la auténtica desazón, del grito incontenible o de la fría cólera, el orgullo encendido y lastimado.(15) Por eso escribe, el 5 de junio, después de recibir las primeras monedas, profundamente herido: "Es algo como si todo el pasado de uno se humillara, y en todo el porvenir tuviéramos que vivir del mismo modo". Y al día siguiente, hirviéndole la sangre, apuntará: "De estos quince días que llevo así, sé decir que no tienen comparación con ninguna otra etapa, y los recordaré, siempre que se pase vergüenza é infelicidad. ¡Tener que tragar de ese modo la baba y el desprecio! Tener que aceptar lo que me dan de mala gana -estoy seguro-, y enrojecer y dar las gracias y salir ligero para no insultar y llorar!".

La soledad lo acosa, al tiempo que lo revela a sí mismo. El joven decadente se despojará de todo lo que es máscara, recordará los sencillos paseos, las emociones más claras, la amistad compartida. Y se hará más hombre, más auténtico. Puede asegurarse que Quiroga no se maquilla para escribir estas páginas. Aún cuando cae en la literatura es sincero: él no advierte que eso sea literatura. Y tantos momentos de sobria o ardida verdad rescatan ocasionales deslices hasta que la im-presión dominante que se desprende de este Diario es la de un ser -entero- que vive.

 

III La iniciación literaria

El Diario constituye, también, un valioso documento para el estudio de la iniciación literaria de Horacio Quiroga -tema que no ha obtenido aún la atención minuciosa que merece y del que se indicarán aquí sucintamente las etapas fundamen-tales-. En realidad, el Diario ocupa un lugar inestimable entre los textos -inéditos o publicados- que permiten trazar las primeras etapas de su formación, junto al cuaderno de com-posiciones juveniles, y a los trabajos divulgados en la prensa periódica y literaria (especialmente en la Revista del Salto) durante los años 1897-1900. No todos los testimonios aquí con-vocados presentan el mismo valor. En general, puede antici-parse que más que por su calidad literaria intrínseca, deben estimarse por su carácter de piezas insustituíbles que iluminan -con ejemplar nitidez- el tránsito del joven Quiroga de un romanticismo, ya anacrónico, a un modernismo ingobernado y estridente. En esos años fermentales que abarcan el último lustro del siglo, Quiroga sufre la sucesiva influencia formativa de un Bécquer, de un Lugones, de un Poe. De estas contra-dictorias experiencias literarias surgirá -cada día más depu-rado y personal- su fuerte arte narrativo.l5

En las páginas que siguen se trazará la iniciación literaria de Quiroga hasta su regreso de París. El período subsiguiente, que corre desde ese momento hasta la publicación de Los arrecifes de coral en 1901 -y para el que se posee un documento único: el cuaderno preparatorio de dicha obra- será objeto de un próximo estudio en el que se completará la intervención del poeta en los orígenes del modernismo uruguayo.(16)

 

A) Composiciones juveniles

Entre los documentos y originales donados por D. Darío Quiroga, hijo del narrador, al Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios se cuenta un cuaderno que preserva algunas composiciones juveniles (notas, poemas, narraciones), compuestas por Horacio Quiroga entre 1894 y 1897.(17) De los 43 trabajos que contiene, 22 están firmados con la inicial H.; 10, con la inicial A.; uno, con las iniciales J. J. J.; y los 10 restantes son transcripciones de poetas y prosistas de la época.(18) No es difícil conjeturar a quienes corresponden las iniciales. A. es, sin duda, Alberto J. Brignole; H., Horacio Quiroga; J. J. J., Julio J. Jaureche. El origen de este cuaderno se halla indicado por A. en la última página, en estos términos:

"Hace ya casi un año que comenzamos á escribir nuestros pensamientos en aras de la amistad que profesamos al amigo. En ese corto tiempo, hemos dejado entrever algunas de nuestras ideas, ocultando muchas por la imposibilidad de darles la forma y el color que queríamos. Bien ó mal, hemos llenado lo que nos propusiéramos, concluyendo hoy de dar fin á estas páginas, dulce recuerdo de otros días. El amigo llevará consigo las memorias de tantas y tantas cosas que hemos sentido. Que recorra de cuando en cuando" [Aquí se interrumpe.] (19)

Iniciado seguramente en Montevideo, en los primeros meses de 1896, cuando los mosqueteros se sentían nostálgicos de la patria chica, el cuaderno serviría para fortalecer los vínculos y mantener encendida la memoria del Salto. Así lo revela A., con precoz nostalgia, en la primera composición que se conserva: Recuerdos.(20) El cuaderno se convirtió pronto en el confidente de los dos amigos. Escribían no sólo para desahogarse; escribían para el amigo. E, insensiblemente, convertían en sustancia literaria sus estados de ánimo, sus pasiones, sus pensamientos, sus ambiciones. En algún momento hasta podría sospecharse que muchas de las páginas de acento más aparentemente autobiográfico sólo eran, en verdad, ejercicios retóricos.(21) En el cuaderno registraban -con cuidadosa y, a veces, rebuscada caligrafía (22)- esos instantes en que se sentían vivir. Y era el espejo del suceder cotidiano, el testigo de sus ocios estudiantiles.(23)

Con fervor repetían a sus mayores, viviendo sus horas según el modelo bécqueriano o campoamoresco. Se apresuraban a saborear la nostalgia de lo que recién habían perdido; convertían sus escaramuzas eróticas en irredimible pasión, su natural impaciencia poética en titánica fuerza. Estaban dominados por una melancolía heredada de los románticos, y cultivaban su duelo -contra lo que aconseja el fuerte Píndaro-. Y su prosa y su verso, se teñían de matices elegíacos con los que imitaban las complejas formas de la pasión.

Pero sus composiciones no respondían al mismo espíritu. Había en A. una mayor candidez, una actitud más positiva y dinámica; H. parecía considerarse (como Eça de Queiroz y sus amigos), un "vencido da vida". En algunas páginas de este cuaderno acusa, de manera muy directa, la influencia de una olvidada obra de Max Nordau: El mal del siglo.(24) Y en composición titulada, proféticamente: Sombras, exaltaría al protagonista de aquella obra, Guillermo Eynhardt, cuyo nombre habría de usar, un año más tarde, como seudónimo.(25)

Repetidas veces traza Quiroga su autorretrato moral y psicológico y acentúa, con moroso deleite, los rasgos oscuros.(26) Cuando examina la pasión, la considera pasada e irrecuperable; abre el pecho pare enseñar la llaga.(27) Su concepción del mundo, a los 18 años, es materialista y cabe en algunos aforismos con los que afila su pluma y recoge el eco inarmónico de muchas lecturas. En tal sentido resultan típicos estos que copia bajo el modesto título de Dos o tres definiciones:

"Genio -Neurosis intensa
"Amor -Crisis histérica
"Inspiración -Un trago más de agua ó un bocado más.
"Amargura -Pobreza de glóbulos rojos
"Inteligencia -Más ó menos fósforo.
"Goce -Crispación de la médula espinal.
(Bartrina) (28)
"Soñar -Rozamiento del cuerpo contra las sábanas-".

Este pesimismo materialista lo lleva en determinado momento a defender el suicidio, en un artículo elocuente, pretextado por un suelto periodístico. Entonces escribirá unas palabras que el tiempo le obligaría a vivir: "El enfermo se mata, cuando plenamente comprende que su mal no tiene cura y que entre sufrir y no sufrir es fácil la elección".

Pero su actitud literaria pertenece a un período algo anterior y su musa no se avergüenza de dictarle los ritmos -tan fatigados entonces- de Gustavo Adolfo Bécquer. En ese momento, Quiroga repetía el caso tan curioso del creador cuya sensibilidad y cuya visión del mundo se adelantan a su estilo. El joven no había descubierto aún la forma que expresaría cabalmente sus invenciones. Y tentaba el verso. Pero no era un poeta auténtico, poeta de raíz, y nunca esta verdad fué más cruelmente notoria que en esta primera época de balbuceo, de improvisación.(29) Si hoy no pueden estimarse por su valor literario estos poemas, como testimonios de su orientación y como documentos de sus primeros ensayos, su valor permanece inalterado.

El cuaderno recoge, también, prosas o versos ajenos, copiados cuidadosamente por los jóvenes. Así pueden verse composiciones -en cuya selección no intervino siempre un estricto criterio- de Bécquer o de sus epígonos; de Balart, del padre Luis Coloma. Y si algunas de estas piezas pueden cons-tituir un índice de sus preferencias, hay una, sobre todo, que cumple una función más importante aún, ya que permite fijar con absoluta precisión su ingreso en la corriente más viva del momento literario. Se trata de la transcripción, de puño y letra de Horacio Quiroga, de la Oda a la desnudez de Leopoldo Lugones. La fuerte composición del poeta cordobés precipi-taría una evolución hacia el modernismo que debía de cum-plirse fatalmente. En ella encuentra Quiroga el modelo insuperable del nuevo arte: la magia verbal, el poderoso erotismo, la fuerza y el empuje de las imágenes, la audacia y la pasión.(30) Todo lo que en Bécquer había alimentado su sensibilidad se encuentra ahora doblemente enriquecido por la perspectiva que le descubre Lugones. Quiroga emprendería entusiasmado la nueva ruta. El primer testimonio aparece inmediatamente. Se trata de una extraña narración, titulada Rojo y negro, que en el cuaderno está copiada después de la Oda.(31) Su valor reside, sobre todo, en la pintura del ambiente fantasmal y de sensaciones ambiguas.

 

B) Primeras publicaciones

Hacia 1897 Quiroga se estrena en el periodismo literario bajo el seudónimo, tan significativo, de Guillermo Eynhardt. Según el testimonio de José María Fernández Saldaña y de sus biógrafos, Quiroga colaboró hacia esa fecha en el semanario salteño La Revista, que dirigía D. Luis A Thevenet. No ha sido posible obtener -ni siquiera en la Biblioteca Nacional- ningún ejemplar del mencionado año, debiendo quedar, por ahora, en blanco las necesarias precisiones que las fuentes ya citadas olvidaron hacer.(32)

Durante el 1898 Quiroga colabora espaciadamente en el semanario salteño Gil Blas que dirigían Luis A. Basso, Asdrúbal E. Delgado y José María Fernández Saldaña.(33) Su primera publicación documentable es un poema en prosa, titulado Nocturno, en que la audacia metafórica no supera la de estas líneas: "... la Luna que semeja un arco voltaico. . ."(34) Poco más tarde inserta unas Reflexiones en las que el filósofo de veinte años aconseja desconfiar del primer amor y asegura que "el verdadero carácter del amor es el sufrimiento". Y decreta, como conclusión: "Amor que no lleva en sí una contrariedad inmensa, no es amor. Si creemos amar, pronto el llanto nos nublará la pupila"(35) Unos números después, súbitamente envejecido en diez años, pronuncia una prematura despedida a su juven-tud en un breve artículo: Simbólica.(36) Todas estas páginas no superan, en realidad, el estilo y la orientación del cuaderno de composiciones juveniles. A lo sumo, una mayor seguridad en la dicción y en el trazo, revela el progreso logrado en poco menos de dos años.


13. Hacia fines de 1896, en la ciudad de Salto, Quiroga y tres jóvenes de su edad habían renovado la fraternidad de los mosqueteros. Los papeles habían sido distribuídos así: D'Artagnan, Horacio Quiroga; Athos, Alberto J. Brignole; Aramís, Julio J. Jaureche; Porthos, José Hasda. (Véase, para mayores detalles, Delgado y Brignole, obra citada, pág. 67). Volver

14. Durante toda su vida, Quiroga estudiará el tema del amor, y se estudiará a sí mismo, enfrentado a la pasión o a la aventura. Gran parte de su obra literaria más ambiciosa está dedicada a explorar el tema. Por eso, estas observaciones, y otras que se recogen en el curso de esta Introducción, adquieren -por encima de su valor intrínseco- un enorme valor de referencia. Véase, al respecto, mi ensayo sobre Objetividad de Horacio Quiroga (Montevideo, Número, 1950). Volver

15. Al publicar en 1904 El crimen del otro, ya podía anticiparle Rodó, en carta privada, el aplauso por la promesa de narrador que se evidenciaba en aquella colección de cuentos. Así le escribe: "Me complace de veras ver vinculado su nombre á un libro de real y positivo mérito; que se levanta sobre los comienzos literarios de Ud., no porque revelaran falta de talento, sino porque acusaban, en mi sentir, una mala orientación". Carta de José Enrique Rodó a Horacio Quiroga. (Montevideo, abril 9 de 1904.) Biblioteca Nacional. Sección Manuscritos. Archivo de José Enrique Rodó. Segunda Sección: Correspondencia. Serie I, Segundo Grupo. Volver

16. Instituto Naxional de Investigaciones y Archivos Literarios. Montevideo. Primera Sección: Manuscritos. "Archivo de Horacio Quiroga", Serie I, Primer Grupo, A, Nº 1: Originales de "Los arrecifes de coral". (Fechados entre el 26 de febrero de 1900 y el 25 de Julio de 1901.) Un cuaderno de 31 hojas y dos tapas; papel sin filigrana; dimensiones: 193 x 245 mm.; ínterlinea: 7 a 8 mm.; estado de conservación: bueno. Volver

17. Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios. Montevideo. Primera Sección: Manuscritos. "Archivo de Horacio Quiroga", Serie I, Tercer Grupo, No 1: Composiciones en prosa y en verso firmadas por A. [Alberto J. Brignole], H. [Horacio Quiroga] y J. J. J. [Julio Jaureche]. (Entre 1894 y 1897.) Un cuaderno de 48 hojas y dos tapas; papel con filigrana; dimensiones: 182 x 293 mm.; interlinea: 8 a 16 mm.; estado de conservación: bueno. Volver

18. Se transcriben composiciones de: M.[anuel] Gutiérrez Nájera, Abraham López Penha, García, Gustavo Adolfo Bécquer, [José] M.[aría] Samper, (Padre) Luis Coloma, Federico Balart y Leopoldo Lugones. Volver

19. En rigor, no se trata de la última página del cuaderno, ya que ésta ha sido arrancada; es la última de las que se conservan, y como puede verse por la transcripción, deja inconcluso el texto. Debe señalarse, asimismo, que al arrancar la última página ha desaparecido también la primera. Volver

20. Véase el texto completo en el Apéndice documental. Sección A) Composiciones Juveniles, Nº 1. Volver

21. Hacia el final del cuaderno, y con escasa distancia una de otra, se recogen dos composiciones (una de H., otra de A.), que parecen variaciones más o menos retóricas sobre el mismo tema. Ambas se titulan Póstuma; ambas muestran el tema de la muerte estrechamente vinculado al de unos amores contrariados. Quiroga utilizó parte de su nota para otra publicada, un año más tarde, en Gil Blas. (Año I, Nº 18, Salto, noviembre 13, 1898, pág. 1, col. 1.) Volver

22. En alguna página caligrafiada por Quiroga, la terminación de las palabras y los tildes se prolongan en una rebuscada gota de tinta que dibuja una lágrima. Volver

23. Ocasionalmente ejercían los jóvenes la autocrítica. Así, por ejemplo, al concluir Quiroga una composición en prosa, titulada: Mi amada, comenta: "(El último párrafo no lo he sentido. Lo puse sin darme cuenta por qué)". Volver

24. En Sombras señala Quiroga, explícitamente, cuál era la afinidad que lo unía al melancólico y lamentable héroe de Nordau. El joven leyó seguramente Die Krankheit des Jahrhunderts (Leipzig, 1889) en la traducción de Nicolás Salmerón y Garcia, publicada por F. Sempere y Compañía en Valencia (2 vol., s.a.). Volver

25. Véase el texto completo en el Apéndice documental, Sección A) Composiciones juveniles, Nº 2. Volver

26. En la página titulada: ¡Es natural!, o en el retrato, casi autorretrato, de un pesimista de 17 años, que recoge, junto a otras cosas, bajo el titulo común de Algo, aparecen acentuados los rasgos de sombra. Véanse ambos textos completos en el Apéndice documental, Sección A) Composiciones juveniles, Nº 3 y 4 respectivamente. Volver

27. Véase, como ejemplo, la nota titulada: Decadencia, cuyo texto completo se transcribe en el Apéndice documental, Sección A) Composiciones juveniles, Nº 5. Volver

28. Joaquín María Bartrina había escrito, textualmente:
Gozar es tener siempre electrizada
la médula espinal,
(Véase "De Omni Re Scibili", en Algo, Colección de poesías originales, Barcelona, Librería Española de I. López, 1884, pág. 13.) Volver

29. Era empeñoso, pero a veces no le alcanzaban las fuerzas para rematar un poema. En el cuaderno queda un patético testimonio de ese desfallecimiento. Es el fragmento titulado A1 Genio Azul que permanece irrevocablemente inconcluso. Volver

30. "La "Oda"entró a constituir el alfa de su abecedario lírico" aseguran sus bió-grafos. Asimismo afirman que el Dr. Alberto J. Brignole es responsable del descubrimiento de Lugones: "Estando en Montevideo, un día del año 97, Brignole, por casualidad, se encontró con un hallazgo excepcional. No se trataba, naturalmente, ni de un nuevo astro, ni de un tesoro escondido, ni de una llave mágica: era algo más grande que todo eso, el descubrimiento de un poeta. Había dado con él leyendo las páginas de una publi-cación transplatina caída en sus manos al acaso. Había allí una "Oda a la Desnudez", firmada por un desconocido, Leopoldo Lugones, en la que todo parecía grandiosamente virgen: la simbología, la sonoridad, la fuerza lírica". (Véase Delgado y Brignole, obra citada, págs. 88-90.) Sin embargo, un año antes había sido publicada la Oda como pri-micia, en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, que editaban en Monte-video José Enrique Rodó, Víctor Pérez Petit, Daniel y Carlos Martínez Vigil. (Véase la publicación citada, Año II, tomo II, Nº 34, Montevideo, agosto 25, 1896, pág. 149., cols. 1-2). Volver

31. Véase el texto completo en el Apéndice documental, Sección A) Composiciones juveniles, Nº 6. E1 original contrasta, por su caligrafía descuidada y su aspecto de borrador, con la elegante transcripción del poema de Lugones. Una observación curiosa: después de la Oda la letra de Quiroga pierde poco a poco sus caracteres ornamentales y narcisistas, volviéndose más nerviosa e improvisada. Volver

32. Véase, para toda esta sección, el breve artículo de José María Fernández Saldaña, Iniciación literaria de Horacio Quiroga (El Día, suplemento en huecograbado, Año VI, Nº 220, Montevideo, marzo 28, 1937, págs. [2] y [3]) ; también Delgado y Brignole, obra citada, pág. 74. Volver

33. El primer número de Gil Blas fué publicado en Julio 18 de 1898; el último, en diciembre 7 de 1898. Volver

34. Véase Gil Blas, año I, Nº 5, Salto, agosto 14, 1898, pág. 1, col. 2. El seudó-nimo aparece alterado así: Eynhadt. Volver

35. Véase Gil Blas, año I, Nº 9, Salto, setiembre 11, 1898, pág. 2, col. 1. Esta vez el seudónimo se convierte en Eynhardlt. Vale la pena comparar este artículo con uno que publicaría más tarde en la Revista del Salto: Post-Amor. (Año I, Nº 3, Salto, setiembre 25, 1899, págs. 19-20.) Allí defiende Quiroga una actitud egoísta y llega a afirmar: "Se ama á una mujer, porque "nos" proporciona buenos ratos, y su hermosura provoca en nosotros un satisfactorio bienestar". Volver

36. Véase Gil Blas, año I, Nº 12, Salto, octubre 2, 1898. pág. 1, col. 2, y pág. 2, col. 1. La ortografia del seudónimo fué respetada esta vez. Quiroga reprodujo con leves retoques, este mismo texto en la Revista del Salto, año I, Nº 12, Salto, noviembre 27, 1899, pág. 101. Volver

 

 

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