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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Diario de Berlín".
En: Vuelta, México, v. 6, nº 69, agosto 1982, p. 47-51.

Delito sin cuerpo

Los organizadores del Festival de Berlín, Horizonte 82, dedicado a la literatura y al arte de América Latina, me invitaron para que dijese unas palabras en la ceremonia de inauguración. Acepté y en la fecha señalada pronuncié un breve discurso. Al día siguiente, en un auditorio de esa ciudad, leí algunos de mis poemas y dos jóvenes poetas alemanes leyeron sus traducciones de esos textos. El acto terminó con una conversación pública sobre la poesía, el arte de la traducción de poemas y otros temas semejantes. En ninguna de estas dos ocasiones me enfrenté a signo alguno de oposición o inconformidad del público ante mis palabras. Sin embargo, unos días después, en Nueva York, en el camino de regreso a México, me entere por un periódico de que mi discurso había provocado un pequeño escándalo. Irritados por lo que lo había dicho (o más bien: por lo que no había dicho), algunos escritores sudamericanos y centroamericanos, después de mi salida, en dos o tres reuniones públicas, habían criticado con indignación y acritud mis palabras. Según la prensa, me reprochaban no haber dicho nada sobre las dictaduras militares sudamericanas y, sobre todo, no haber tocado el tema de las Malvinas. El primer cargo me asombra: siempre he condenado a las dictaduras militares de América Latina. La única diferencia entre mi posición y la de mis críticos es la siguiente: yo me niego a distinguir entre los escritores víctimas de la Junta Militar de Argentina o de Pinochet y los perseguidos por la dictadura burocrática de Castro. El segundo cargo es más bien cómico. Transmito la queja a los pingüinos y las ballenas del Antártico.
O.P (Octavio Paz)

"Durante cinco días fui huésped en Berlín occidental de Horizonte 82, organización que promovía un encuentro entre escritores y críticos de literatura latinoamericana en aquella ciudad. Organizado con impecable eficiencia por un equipo joven, en que sobresalía el dinamismo de Michi Strausfeld, el Festival abarcaba no sólo el encuentro de escritores, sino la exhibición paralela de cine latinoamericano, exposiciones de arte, representaciones teatrales y la actuación de conjuntos musicales, en una dosis masiva de creación, información y crítica que forma parte de una serie de Festivales de la Cultura Mundial, auspiciados por la misma ciudad. En las notas en forma de Diario que siguen no pretendo reflejar la variedad y riqueza del encuentro literario entero sino sólo de aquella porción a que me fue posible asistir.

Mayo 31: Lunes

El festival se inaugura a las 3 PM con una lectura de poemas de Octavio Paz, seguida de preguntas, y continúa el mismo día, a las 6, con una exposición de Vargas Llosa sobre su última novela, La guerra del fin del mundo, en que ficcionaliza brillantemente y en forma de irresistible melodrama, el insensato combate de un grupo de iluminados contra el ejército brasileño, en el pobrísimo sertón de Bahía, hacia fines del siglo XIX. (Del mismo hay un testimonio épico, Os sertões, de Euclides da Cunha, 1902, una de las obras maestras de la literatura brasileña.) Por problemas de viaje, no llegaré a Berlín hasta el día siguiente, cuando ya se han ido Octavio y Mario Vargas, pero cuando todavía continúan reverberando sus palabras y el eco contradictorio de ellas en el público.

Junio 1º: Martes

A las 12.25 PM Berlín es un horno. Un verano súbito está arrasando con la parsimonia europea. En Estocolmo (de donde vengo) las muchachas han dejado sus bustos al aire mientras respiran pesadamente sobre el césped de los jardines. En Berlín occidental (más convencional, a pesar de todo) no hay nudismo pero hay poca ropa, excepto en los grupos de jóvenes punk que ostentan pesadas botas negras, chaquetas de cuero negro y unos peinados que honrarían a los indios de James Fenimore Cooper. El aeropuerto está magníficamente organizado pero mi maleta (vieja cascoteada, nada apetitosa) no aparece. La muchacha uruguaya que el festival ha mandado a buscarme (María Camou, simpática, eficientísima) me consuela contándome que también se ha perdido la de Noé Jitrik, en un vuelo anterior de la misma maldita Pan American. Me honra la compañía (mal de muchos) pero hubiera preferido pertenecer a la anónima mayoría de los que sí salen con sus maletas. El hotel al que me llevan es céntrico, moderno y también eficiente. Me dan un librito con muchísima información sobre el hotel que no tendré tiempo de leer en cinco días.

Superado temporariamente el fastidio de la pérdida de la maleta, voy a las oficinas de Horizonte 82 donde me cargan de literatura sobre el Festival (sólo el catálogo es un libraco de tapas coloridas y textos en alemán e inglés), me regalan una colección de nueva literatura alemana en traducción al español (idea brillante) y me pagan adelantadas las dietas correspondientes a mis gastos en el Festival, práctica que ojalá cundiera más en congresos similares. Me encuentro con Michi Strausfeld, que pasa como una tromba por las oficinas (está atendiendo simultáneamente a las necesidades de docenas de huéspedes, a cuál más ilustre). Tiene tiempo para saludarme, conseguirme un ejemplar de mi libro recién publicado, y prometerme una conversación más detallada para otro momento.

Regreso al hotel con la esperanza de ver mi vieja y querida maleta en la habitación. No está. Me reconforto pensando que sólo ha desaparecido hace pocas horas y recuerdo el humor negro con que mi hija Georgina me advirtió en el Aeropuerto de Estocolmo "Si se te pierde, aprovecha para poner al día tu vestuario". No quiero pensar en andar por Berlín, comprando ropas de urgencia. Las siniestras especulaciones se interrumpen con un campanillazo. Me avisan que ya está el mini-bus que nos llevará a la sesión de la 7 PM del Festival. Me encuentro con unos cuantos amigos, y sobre todo con José Miguel Oviedo que me pone al día sobre las sesiones anteriores. Debido a la ausencia de Ángel Rama (que tiene problema de visa para poder reingresar a los Estados Unidos desde su puesto en Maryland), se invitó a Jean Franco para sustituirlo en una mesa, con José Miguel Oviedo, sobre la Literatura Latinoamericana desde 1930. Según José Miguel, la profesora Franco atacó el Boom (lo que está de moda) y defendió la literatura de las minorías: chicanos, mujeres, homosexuales (lo que también está de moda). La reunión a la que asisto es sobre Mercado y literatura y participan Fanny Buitrago (un discurso muy emotivo), Luis Brito García, Antonio Cisneros, Pedro Shimose y Carlos Monsiváis. Con honrosas excepciones, me pareció que el debate no tenía centro. Muchas de las observaciones parecían dirigirse a un público que no sabía nada de la situación actual del mercado literario: otras eran rapsodias. Faltó una especialización socio-económica que iluminara el tema. El público, respetuoso, pareció seguir el debate con mayor interés que los mismos participantes.

De regreso al hotel -y después de un emocionante sí que breve reencuentro con la perdida maleta- reviso un poco el material bibliográfico que me han obsequiado. Doy preferencia, oh vanidad, al librito mío publicado por Suhrkamp Verlag. Se titula, Die Neue Welt (El Nuevo Mundo), y recoge textos de descubridores, cronistas y escritores de la Colonia. Va del Diario de Colón a las Memorias de Fray Servando Teresa de Mier, e incluye no sólo los clásicos hispanoamericanos sino también los de la historiografía brasileña, más una selección de lo que Miguel León Portilla ha llamado "la visión de los vencidos". Aunque mi alemán es tan primitivo que no merece mencionarse, miro y remiro el volumen que ha sido impreso con elegancia y divertidas ilustraciones del mundo fabuloso de América en la versión europea e indígena. Me parece que no existe un libro así en otras lenguas, y ya lo veo proliferar.

También repaso los libros alemanes que me han regalado. Aunque estoy cansado, empiezo a leer La lengua absuelta (Barcelona, Muchnik Editores, 1980), de Elías Canetti, Premio Nobel de Literatura 1981. Nacido en Bulgaria en el seno de una familia de origen sefardita, su primera lengua fue el ladino, o sea el español de los judíos expulsados al Oriente. Pero el alemán habría de convertirse en su lengua literaria (era la lengua materna en un doble sentido porque su madre adoraba la literatura alemana, porque en alemán se comunicaba secretamente con el padre cuando no querían que los niños los entendiesen), y en alemán escribiría Canetti esa obra maestra, Auto de Fe, y esta extraordinaria autobiografía, primer volumen de una serie. Mientras la leo no dejo de pensar en las semejanzas políglotas entre Canetti y Borges y en la ironía de que los suecos hayan ido a buscarlo para eludir (un año más) el argentino. Dios los tenga en su santa gloria.

Junio 2: Miércoles

A las 5 PM viene Víctor Fuenmayor a entrevistarme para la radio francesa. Lo conocí en París hace dos años en un Congreso sobre el cuento latinoamericano del que no quiero acordarme mucho ahora. La entrevista gira sobre la literatura latinoamericana desde el Boom. Las preguntas me parecen un poco obvias hasta que entiendo que Fuenmayor las hace porque está muy preocupado por el rumbo que lleva hace un tiempo la discusión de nuestra literatura en Europa. Parece que la renovación literaria de la nueva novela, y el renacimiento de la crítica en nuestra lengua, no hubieran ocurrido. Se sigue discutiendo desde una perspectiva socio-política que cataloga rígidamente las letras latinoamericanas en el Tercer Mundo y no quiere saber de análisis literarios. En tanto que en toda Europa triunfan los métodos más sutiles de crítica, en el ghetto latinoamericano se continúan los planteos de la literatura comprometida. Críticos que son contemporáneos de Blanchot, Bataille, Foucault, Derrida, Barthes (para citar sólo a los franceses) continúan jurando por Lukács y Goldmann. Desconocen los trabajos de Bakhtin y su grupo, parecen no haber oído mencionar a los Leavis, a Jauss e Iser que hace tiempo trabajan sobre la recepción y la lectura, lo ignoran todo de la escuela norteamericana que representan en Yale, Paul de Man, Hillis Miller, Geoffrey Hartman y Harold Bloom. Infatigables, siguen tratando de jibarizar al lector y al estudiante con rebajadas versiones de lo que en Lukács o en Goldmann tenía algunos chispazos de intuición. Algo de esto había sentido en París hace dos años, pero lo atribuí a la incompetencia de quienes planearon aquel Congreso. Ahora, según parece, no se trata de incompetencia sino de deliberada política cultural. Toda la lucha de los años sesenta y setenta, que consiguió poner la literatura latinoamericana en el mapa occidental, queda saboteada por quienes son contemporáneos reales de Zonavo y Portuondo. Qué horror.

A las 7 PM me asomo al Festival pero como la mesa va a debatir la urgente cuestión del compromiso literario tomo las de Villadiego, me entretengo viendo los libros que exhiben generosamente algunas librerías y compro, entre otras cosas, Gallego, de Miguel Barnet, que me han elogiado como una pequeña obra maestra. De noche, asisto con José Miguel y María a la representación del grupo Aleph, franco-chileno, que pone en escena una suerte de comedia musical sobre los exiliados latinoamericanos en París. Hay un momento cómico en la obra: cuando el protagonista va a buscar apartamento y acaba aceptando una piecesita de bohardilla que está representada por una escalera de pintor en cuyo tope se encarama, con su maleta en la falda. El horror de esas chambres de bonne que constituyen las favelas de París, no podía estar más gráficamente presentado. Pero la pieza es ingenua, caótica y contradictoria, y el grupo de tal amateurismo que uno se pregunta no sólo cómo han llegado a funcionar en París sino cómo lograron llegar a Berlín. Para la semana próxima está anunciado el conjunto brasileño Macunaíma, que ha hecho una genial transposición de la novela de Mario de Andrade al teatro, que vi hace tres años en São Paulo. Espero que esta presentación haga olvidar el mal paso de este Aleph que nada tiene que ver con Borges.

En el hotel, leo un poco de Gallego, que aplica livianamente las mismas técnicas (tomadas de Oscar Lewis) que habían servido a Barnet para el Retrato de un cimarrón o Canción de Raquel. Pero la materia prima aquí es más débil y a ratos, a pesar de la brevedad del libro, hasta aburrida. Pienso en el talento de quien me recomendó el libro y concluyo que lo cegó el patriotismo.

Junio 3: Jueves

Hoy me toca participar en la mesa sobre Literatura Brasileña. Mis compañeros, José Guilherme Merquior y Ronald Daus. El primero (diplomático, prolífico crítico de la literatura brasileña) habla del Modernismo, que en Brasil corresponde a la vanguardia. A mí me toca hablar de un movimiento paralelo, el regionalismo, que produjo, entre otros, a José Lins do Rego, Jorge Amado y Graciliano Ramos. No oculto mi interés y preferencia por la obra de este último. El tercer participante se ocupa de Jorge Amado. Por una confusión del título, se anunció que hablaríamos de la literatura actual. A una pregunta del público, se aclara que nos habían pedido que nos ciñésemos a esos movimientos. Otra pregunta es menos inocente: ¿por qué hablamos de la literatura brasileña en el contexto de la hispanoamericana o aún universal? ¿No es posible verla en su contexto nacional? A la dama que pregunta (obviamente nacional) contesto que se nos había pedido que la situásemos en ese contexto, lo cual no disminuye sino exagera, por contraste, lo que tiene de original la literatura del Brasil. La novela del siglo XIX, por ejemplo, es superior en el Brasil (que cuenta con Machado de Assís) que en cualquier otro país de América Latina. En cuanto a los novelistas de este siglo, ¿quién se puede comparar entre los hispanoamericanos con João Guimarães Rosa? Aplausos nacionales saludan mis palabras. Más sobriamente, Merquior observa que la pregunta supone un nacionalismo a la defensiva y que no es válida. Por debajo de la atención del público (en el que están el poeta Alfonso Romano de Sant'Anna y el novelista Ignacio de Loyola Brandão), se siente como una corriente de inquietud. ¿Será porque no defendimos el compromiso literario y sólo discutimos literatura? Me quedo pensando.

Dentro de un Festival en que todo funciona a la perfección, el único escollo son los muy competentes y profesionales traductores. Acostumbrados a conferencias científicas o tecnológicas, en que los expositores no se apartan del texto escrito (por temor a quedarse mudos, sin duda), este Festival de escritores y críticos viola constantemente el texto escrito y se distrae en improvisaciones que los vuelven locos. Un señor irreparablemente español, vestido de negro como en la época de Felipe II y la Santa Inquisición, nos adoctrina en español y alemán, que no podemos salirnos del texto escrito y que debemos leer despacio, con pausas. Lamentablemente, su inflexiblidad se parte cuando confunde los números de los canales para cada lengua. Se rectifica y disculpa, pero su imagen quedó maculada. Para no irritar a los traductores, marco escrupulosamente cada salto del texto, con página y línea. Espero que me hayan dado una buena nota.

A las 7 PM hay un encuentro de novelistas. Hablan de su obra o de la de sus compañeros de mesa, Juan Goytisolo, Manuel Puig y Luis Rafael Sánchez, verbosamente presentados y comentados por un inmoderador de origen germánico. En tanto que Goytisolo cuenta cómo descubrió a Puig en París (aunque no menciona al fotógrafo cubano español, Néstor Almendros, el verdadero descubridor) y cómo ayudó a su difusión a través de Gallimard, el propio Puig relata cómo llegó a hacerse escritor (quería escribir libretos de cine pero no acertaba) y habla de sus últimas novelas. Luis Rafael Sánchez también habla de su último libro, sobre un compositor popular puertorriqueño, y en una vena que deriva de Puig. Una pregunta del público revela el curioso clima anacrónico que algunos quieren imponer al Festival. Dirigiéndose a Puig en un tuteo que alterna con el voceo rioplatense, el interpelador le pregunta si piensa que su proyecto literario tiene las características nacionales del de Juan Rulfo en México, José María Arguedas en Perú y Augusto Roa Bastos en Paraguay. En vez de contestarle que la población indígena de Argentina no soportaría un proyecto similar, lo que reduciría al antagonista al papel de tonto, Puig prefiere una amable tangente y vuelve a hablar de las limitaciones individuales de su proyecto. Pero Luis Rafael Sánchez (que al fin y al cabo es también profesor) pone al dómine en su sitio recordándole que la pregunta no tiene sentido ya que los proyectos de los escritores no pueden valorarse por su contenido antropológico.

Me quedo pensando en la ceguera de ciertas críticas que no ven que en Manuel Puig podrían encontrar ese proyecto argentino que se les escapa y hasta peronista, porque es el primero que da validez a los sueños de una clase media pobre y de provincia que veía en Hollywood el Paraíso terrestre: de esa misma clase, con esos mismos sueños, viene Eva Perón. Pero los censores no parecen advertirlo. (A la salida, me identifican al interpelador: es profesor argentino y enseña en Berlín; su libro de texto para la novela contemporánea es Lukács, que se equivocó sobre Kafka y aún más sobre Mann.)

De noche vamos con José Miguel hasta un café literario, con un editor alemán de literatura extranjera, muy interesado en Blanchot, Barthes, Foucault, Derrida. Esos nombres parecen no dar dinero, ya que él se queja de las dificultades del mercado. El Café París es simpático y tiene sus paredes decoradas con las obras de comensales que pagaron en especie sus gastos. Pero todavía es muy temprano y no hay tensión literaria o artística en el ambiente. Nos despedimos del editor deseándole mejor suerte. En el hotel repaso una barata edición bilingüe de Blanchot que me ha regalado. Después, al día siguiente, José Miguel me contará que el volumen de poemas de Heiner Müller que le dio, tenía una entrevista muy interesante en inglés en que Müller (que vive en Berlín Oeste) se negaba a dejarse encasillar en la literatura del compromiso. En todas partes se cuecen habas.

Junio 4: Viernes

Con José Miguel Oviedo y Rubén Bareiro Saguier decidimos cruzar a Berlín Este. Vamos en una excursión porque el título de viaje de Rubén (que es paraguayo y vive en París hace siglos), tal vez no pase por la aduana común. La excursión es una pesadilla kafkiana de eficiencia germánica. Vamos en un ómnibus del Oeste pero nos previenen que el guía no puede cruzar y que en la frontera subirá un guía oficial del Este. En efecto, cuando llegamos a Checkpoint Charlie (como se llama, folklóricamente) atravesamos un laberinto de barreras con unos guardias morosos pero afables que nos examinan los papeles al ritmo de una página por siglo. Tardamos más de media hora en conseguir el visto bueno, aunque somos exactamente nueve personas. Del lado Este sube una simpática señor alemana que, en inglés, nos dice que la podemos llamar Doris. La visita está programada para durar dos horas. Vemos la reconstrucción de Berlín hecha por Alemania Oriental, con cuidado y belleza. La ciudad que contemplamos es indudablemente una ciudad de preguerra, a diferencia de Berlín Oeste que sólo podía existir después de 1945. (Ya Heiner Müller se quejaba, en la entrevista citada, que los alemanes orientales habían detenido el tiempo en 1950). Vemos Unter den Linden, los palacios, las estatuas, la Puerta de Brandenburgo, los museos. También vemos la ciudad moderna, y Doris nos abruma a estadísticas que prueban que los obreros del Este están bien alimentados, bien alojados, bien educados. (Pero no explica por qué no sacan el Muro). La única parada en la tournée de la ciudad es el espantoso e inmenso monumento a los soldados soviéticos que murieron conquistando Berlín. Hay hasta un monumento a las madres de esos soldados, lo que cumple de algún modo el deseo de Loreley, en Gentlemen Prefer Blondes, de Anita Loos, de que no se olvidase a la madre del soldado desconocido. No me atrevo a preguntar si hay un monumento a los muertos del otro bando, que eran (presumiblemente) alemanes. Pienso que si los españoles hubieran continuado dominando México hasta hoy, en vez de Cuauhtémoc estaría Cortés en el Paseo de la Reforma. El punto culminante de esta jira turística es el adefesio soviético. Para reponernos de su monumentalidad y del calor, nos llevan a un lugar donde podemos tomar un refresco y hasta pagar con moneda oriental. Allí descubrimos que, como en los Estados del Sur, somos iguales a los alemanes pero estamos separados: el área para los turistas está minuciosamente segregada del área para los nativos. Tomamos un menjurje cuyo nombre termina con la palabra Cola y meditamos. La visita termina con el Museo Pergamon, que tiene monumentos asirios, milesios y el templo de Pérgamo que le da nombre. Es realmente monumental y sombrío. Al egreso pasamos media hora más en Checkpoint Charlie para convencer a los guardias orientales de que no se ha escapado en nuestro ómnibus ninguno de esos obreros bien atendidos, bien educados y bien pagados del paraíso socialista.

Junio 5: Sábado

Visitamos, José Miguel, María Camou y yo algunos museos del Berlín Occidental. La galería Nacional es enorme y tiene una muy buena colección de pintura alemana, sobre todo de los siglos XIX y XX. Algunos Friedrich notables y una buena selección de Expresionistas justifican el viaje. También hay una exposición de muralistas mexicanos que anuncia un horrendo póster de David Alfaro Siqueiros. Lo mejor son algunos dibujos y fotografías que ilustran un movimiento de difícil visión fuera de México. Uno de los apuntes preparatorios de un fresco de Rivera da preferencia, en un mural sobre la revolución rusa, al rostro de Trotsky, lo que no hubiera hecho feliz a Siqueiros. Pero mucho más impresionante que esta inevitablemente limitada muestra del arte mexicano es la exposición Frida Kahlo-Tina Modotti que está abierta en una galería en otro barrio de la ciudad. Muy bien presentada y con un valioso catálogo que incluye un texto de André Breton y mucha iconografía, el arte alucinatorio de Frida, y la estilización socialista de Tina Modotti, muestran la vitalidad del aporte femenino al arte de este tiempo. En el piso dedicado a Tina, hay algunas fotografías de su magnífica cara y de su no menos magnífico cuerpo, que le sacó Edward Weston, su maestro y amante. También están las fotografías que ilustran principios del arte revolucionario en que Tina creía. El piso de abajo está dedicado a Frida, a sus sueños, pesadillas y alegorías. Pequeñas ellas pero infinitas e inagotables, de una mujer que ahondó en sus raíces y en su sufrimiento, sin perder nunca el esplendor de un lenguaje suyo. Primitiva y paródica, capaz de reducir a las proporciones de un cuadro de caballete toda la retórica y la alegoría de los muralistas, Frida Kahlo triunfa por la imaginación. En la muestra de los muralistas mexicanos, sólo algunas caricaturas de Rivera (un esbozo de Cortés sifilítico para el Palacio de Cuernavaca), un esbozo satírico de Orozco (una orgía capitalista con un chef que parece el General de Gaulle) y las calaveras de Posada, pueden situarse con ventaja a su lado. Ojalá que muchos de los participantes del festival se den una vuelta por esta galería para descubrir que el compromiso del artistas (latinoamericano o bantú o francés) está con la imaginación.

Terminamos la gira visitando el Museo expresionista, Die Brücke, que reúne una magnífica colección de obras de aquel grupo que revolucionó la pintura de comienzos del siglo. Está en un barrio arbolado y hermoso, de casas caras y discretas, que refresca un poco la fatiga del calor berlinés. No tiene nada este barrio del gris del Museo de cera de la reconstrucción de Berlín Este, ni del colorinche norteamericano del centro de Berlín Oeste. Un toque de la Bauhaus se siente por allí todavía. Cuando regresamos en el subterráneo (también eficaz y limpio, en comparación con el horroroso Punk de New York), nos asalta la música estridente de una radio portátil que llevan unos muchachos. Hablan en inglés y son evidentemente parte del ejército norteamericano. Su vulgaridad y chabacanería los identifica antes de todo. En una ciudad en que hasta los punks hablan en voz moderada, estos nuevos centuriones son como una pedrada en el oído. Son el mejor argumento contra la ocupación y nos preparan para el clima que habrá de estallar en Berlín la semana entrante, cuando Reagan vaya a visitar el Muro. De regreso al hotel, esa noche, vemos la activa preparación de la policía en la Kurfurstendamm, donde pacifistas habrán de pelear contra las armas atómicas de Occidente. La Tercera Guerra Mundial no puede empezar aún porque si hay algo que se ve claro en Berlín (de Este a Oeste) es que la segunda aún no terminó.

Junio 6: Domingo

Al depositar la maleta, vieja y querida, en las manos de la amable empleada que me controla el ticket en Pan American, pienso que a lo mejor se me pierde de nuevo. Pero me he vuelto fatalista y me aparto sin echar siquiera una mirada atrás."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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