|  | "Aspectos de la novela del siglo XX"En Sur, año 16, nº 
              166, agosto 1948
 p. 86-97
   "Advertencia preliminar Conviene desde ahora declarar qué se omitirá en esta 
              nota sobre la novela en el siglo XX, qué aspectos serán 
              descartados. Ante todo, no se tratará ni siquiera por 
              medio de una alusión lateral del Nacimiento y Evolución 
              de la Novela. El mero planteo de dicha cuestión (aún 
              siendo menos prolijos que Menéndez Pelayo) dilataría 
              desmesuradamente este trabajo. Por la misma razón, tampoco 
              se tratará aquí de la Novela en el siglo XIX, aunque 
              se tendrá en cuenta un hecho muy conocido: la Novela, como 
              género privilegiado, como género popular, logra su 
              culminación en el siglo XIX. Su triunfo indiscutido en el 
              siglo pasado (en tal sentido se habla de culminación) asegura 
              dócilmente la vigencia actual, al mismo tiempo que le impone 
              ciertas peculiares características. No se tratará 
              aquí, en fin, de la Novela policial, cuyas 
              precisas reglas impiden considerarla junto a las otras formas del 
              género.(1)   I El triunfo de la Novela en el siglo pasado le ha permitido imponerse 
              a la consideración de los creadores de nuestra época 
              como género privilegiado. Ese triunfo no se ha limitado a 
              una marcada preferencia por el género, o a una supremacía 
              circunstancial del mismo, sino (principalmente) a una absorción 
              casi total de la función novelesca con respecto a las otras, 
              a tal punto que, para el hombre común, novela es sinónimo 
              de obra literaria. Y aquí se toca la otra faz del problema: 
              la Novela es, también, el género de moda. Tales afirmaciones 
              no deben ser incomprendidas. Es cierto que muchos creadores contemporáneos 
              han preferido y prefieren el ensayo o el poema o el drama. También 
              es cierto que en algunas literaturas predominan otros géneros. 
              En la española (como ya lo señalara 
              Salinas en 1940) hay una evidente supremacía del signo lírico.(2) 
              Pero esto no altera la verdad general ya enunciada. Por otra parte, 
              hay un hecho que contribuye fundamentalmente al triunfo de la Novela: 
              su elasticidad. Bajo la presión de creadores de condiciones 
              estéticas muy disímiles, hasta opuestas, la Novela 
              ha extendido sus límites y lo ha abarcado todo: ensayo, crítica, 
              filosofía, religión, diálogo dramático, 
              divagación lírica, estudio sociológico, documento 
              político, etc., etc. Más adelante se examina este 
              aspecto en detalle.  Algunos ejemplos ilustrarán las anteriores proposiciones. 
              Es bien sabido que los jóvenes de la hora al sentir el llamado 
              del arte (o de lo quo ellos creen tal) dedican su entusiasmo o sus 
              desvelos a la novela. Puede afirmarse, sin hipérbole, que 
              su ambición máxima consiste en ser novelistas. El 
              cuento, en que ensayan sus fuerzas, es ya anticipo de ese volumen 
              de doscientos o más páginas con el que sueñan: 
              ese volumen que de alguna manera los justificará (los justifica 
              ya) ante el mundo. Aldous Huxley ha satirizado esta situación 
              con gracia, con facilidad, en uno de sus primeros libros, Crome 
              Yellow (1921). El crítico Mr. Scogan ("uno de aquellos 
              extinguidos pájaros-lagartos de la época terciaria"), 
              describe así, ante el adolescente protagonista, el argumento 
              típico de una obra primigenia: "El joven Percy, el héroe, 
              no ha servido nunca para los deportes pero siempre ha sido muy inteligente. 
              Pasa por e1 colegio de costumbre, luego por la consabida universidad. 
              Se va a Londres y allí vive entre artistas. Pero se siente 
              abrumado por ideas melancólicas; lleva sobre sus espaldas 
              la carga del Universo entero. Escribe una novela de brillo deslumbrador; 
              se enreda delicadamente en amoríos y al final del libro desaparece 
              en el luminoso Futuro". Y agrega Huxley: "Dionisio se 
              ruborizó hasta las orejas. Mr. Scogan había descrito 
              el plan de su novela con precisión aterradora". Pero no sólo los jóvenes escriben novelas. Las escriben 
              todos. Los grandes creadores de nuestro siglo (los que provisionalmente 
              podemos calificar así) incursionan en el género. Hasta 
              los que no son especialmente novelistas prueban la suerte. Un filósofo 
              tan sutil como Santayana ha sido tentado y ha compuesto esa "Memoria 
              en forma de novela" que tituló The Last Puritan 
              (1935). El lírico checo Rainer Maria Rilke ha vertido en 
              forma novelesca una forma muy peculiar sus experiencias 
              poéticas, sus vivencias de París, las leyendas nórdicas 
              que tanto amaba: Die Aufzeichnungen des Malte Laurids Brigge 
              (1910). Un ensayista nato, un espíritu crítico, Aldous 
              Huxley, ha distraído sus días en la creación 
              de una serie de obras curiosas, muy intelectualizadas, que no vacila 
              en vender como novelas. Por otra parte, hasta un George Bernard 
              Shaw cuyas prematuras experiencias narrativas consumieron 
              su ardor en el fuego ha utilizado siempre 
              en sus comedias recursos tomados directamente de la Novela.(3) 
              Una situación semejante es la de Eugene O'Neill, quien ha 
              acotado siempre la acción o las palabras de sus personajes 
              por medio de profusas indicaciones más propias de una novela. 
              Este procedimiento ha sido repetidas veces satirizado, y hasta un 
              libro tan servicial como el de Barrett H. Clark se 
              permite alguna ironía a propósito de esa debilidad 
              del dramaturgo estadounidense (4). Tampoco se 
              debe olvidar la diestra utilización de la Novela por parte 
              de la escuela existencialista francesa (igualmente diestra, hay 
              que reconocer, en el teatro, y ahora hasta en el cine). Uno de sus 
              más valiosos representantes, Simone de Beauvoir, ha escrito 
              en un excelente ensayo: "No es una casualidad que el pensamiento 
              existencialista intente expresarse hoy, ya por tratados teóricos, 
              ya por ficciones. Porque es un esfuerzo por conciliar lo objetivo 
              con lo subjetivo, lo absoluto con lo relativo, lo intemporal con 
              lo histórico; pretender captar el sentido en el corazón 
              de la existencia; y si la descripción de la esencia corresponde 
              a la filosofía propiamente dicha, sólo la novela permitirá 
              evocar, en su verdad completa, singular y temporal, 
              el surgimiento original de la existencia.(5) Hay, es claro, adversarios de 1a Novela. Uno de ellos, uno importante, 
              es Paul Valéry, quien (según cuenta Gide en el Journal) 
              no se decidía a escribir una frase como ésta: "La 
              marquise sortit à cinq heures". Esa imposibilidad en 
              lo narrativo de prescindir de lo accesorio, de reducirse a lo esencial, 
              no sólo irritaba a Valéry. Jorge Luis Borges la ataca 
              directamente al escribir (en el prólogo a El jardín 
              de senderos que se bifurcan, 1942): "Desvarío laborioso 
              y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas 
              páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe 
              en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros 
              ya existen y ofrecer un resumen, un comentario". La existencia 
              de estos ilustres y aislados opositores no destruye el valor de 
              la afirmación inicial; en realidad, la confirma.   II Otro aspecto fundamental ya mencionado de la novela 
              contemporánea es su elasticidad. Esta palabra ingrata pretende 
              expresar su índole peculiar. Elasticidad indica la movilidad 
              de sus límites, su capacidad de dilatarse y absorber toda 
              clase de elementos; indica su doble originalidad: temática 
              y formal. Indica, en fin, algo muy característico: la Novela 
              ha incorporado a su sustancia todo lo que entra en contacto con 
              el hombre; ha acogido desde la especialización (científica 
              o emocional) más esotérica hasta el problema más 
              general y urgente. En la novela actual todo cabe. La causa principal de esta elasticidad debe buscarse en el hecho 
              de que creadores de condiciones artísticas tan disímiles 
              se hayan aplicado, con fervor, con intensidad, al género. 
              La forma más aguda, más evidente, de este intento 
              de asimilación total se manifiesta en el descuido, más 
              o menos explícito, de lo meramente narrativo, lo anecdótico. 
              El creador contemporáneo parece pensar que la invención 
              en la fábula ya ha sido agotada por los escritores de siglos 
              pasados; parece pensar, concurrentemente, que no vale la pena introducir 
              imperceptibles variaciones en los transitados temas. Como reacción, 
              la Novela traslada el acento fuera de la anécdota y lo coloca 
              sobre lo que la rodea, sobre lo que la justifica; y ambiciona incorporarse 
              todas las provincias del mundo, por extra o aliterarias que puedan 
              ser. El goce del suceso puro parece limitarse a la novela de aventuras 
              o a la po1icial. Pero ni aun estas formas se entregan libremente 
              al juego primario de los hechos y sus maestros superan casi siempre 
              la anécdota o la encierran en una severa malla de reflexiones, 
              de pura lógica o de inquisición trascendente. Piénsese 
              en las obras de un Conrad, de un Richard Hughes o de un Alain Fournier, 
              para la novela de aventuras; de un Michael Innes, de un Dashiell 
              Hammett, para la policial. Hay excepciones a esta doble actitud de trascendencia de lo anecdótico 
              e incorporación de materiales ajenos. Hay muchos novelistas 
              que tienen apego a su fábula, aunque también apunten 
              más allá: una Rosamond Lehmann, un Malraux, un Silone, 
              podrían servir de ejemplos. Y hasta podrían citarse 
              otros (un Chesterton, un Kafka, un David Garnett) que procuran con 
              ahínco la invención, la que es, la que parece ser, 
              un fin en sí misma. Pero se debe aclarar que en sus obras 
              se trata siempre de un plano de invención en que la sustancia 
              anecdótica aparece a tal punto descarnada, tan contaminada 
              de intuición o creencias o símbolos, que en verdad 
              resulta bastante impalpable(6).   III Es bien sabido que no todos los novelistas realizan de igual manera 
              la trascendencia de lo anecdótico. Se debe incluso agregar 
              que algunos la realizan de manera opuesta. El rápido examen 
              de algunos ejemplos permitirá ahondar el punto. Creo necesario 
              comenzar por Marcel Proust. Su obra inaugura (con la de James, a 
              la que se parece algo) el siglo XX. Por su índole, por su 
              ambiente, por su forma, marca claramente la transición entre 
              dos mundos literarios. Proust comienza a preparar A la recherche 
              du temps perdu después de 1896, pero sólo en 1913 
              inicia su publicación con los dos volúmenes de Du 
              côté de chez Swann. Su obra parece continuar la 
              ilustre tradición francesa de la novela-río. Sin embargo, 
              ¿es una novela? Ramón Fernández ha contestado 
              sutilmente: "La novela de Marcel Proust está escrita 
              en tres modos, o mejor, su relato presenta tres aspectos simultáneos 
              quese distinguen según el ángulo 
              de visión o de receptividad: una novela, unas memorias, un 
              tratado de estética" (7). Dentro del 
              cuerpo narrativo ha introducido Proust un material extraño, 
              superficialmente hostil, que se halla empero íntimamente 
              ligado a la narración por el genio del autor, y que al trascenderla, 
              la justifica estéticamente. Y esta ligazón es tan 
              fuerte y profunda que los mismos episodios narrativos sirven de 
              constante, inagotable ilustración, a la evocación 
              del pasado y a la teoría estética que informan la 
              obra. Aquí lo narrativo es uno de los elementos; no el fundamental, 
              ni siquiera el más visible. La subordinación de la 
              anécdota se manifiesta, además, en el peculiar ritmo 
              del libro, cuya lentitud de acción es legendaria. En efecto, 
              la descripción de una fiesta mundana (en la que no sucede 
              casi nada) ocupa la mayor parte de uno de los dos volúmenes 
              de Le Côté des Guermantes (1920). Pero esa misma 
              lentitud se halla compensada por los saltos bruscos de tiempo en 
              los intervalos entre los libros o, aun, entre las mismas escenas 
              de un mismo tomo. Así, en una frase resume a veces el autor 
              una serie de acontecimientos ocurridos a lo largo de los 
              años; luego, sin transición, reanuda su morosa contemplación 
              de un solo instante (8). La obra de James Joyce toda la obra puede ofrecer ejemplos 
              de una trascendencia casi total de lo narrativo. Pero es siempre 
              preferible escoger los casos límites para evitar confusiones. 
              El caso límite es aquí Finnengans Wake (1939). 
              En esta obra se extienden hasta concusiones insospechadas las líneas 
              ya iniciadas, ya definidas, en A Portrait of the Artist as a 
              Young Man (1916) o en Ulysses (1922). Las audacias, las 
              innovaciones técnicas de esta última novela parecen 
              irresponsables travesuras si se las compara con las de Finnegans 
              Wake. Aquí, lo narrativo está totalmente destruido 
              por el lenguaje; lo anecdótico fluye sin cesar, pero debajo 
              de la compleja vestidura del lenguaje. Joyce sueña con un 
              idioma cuyas palabras agoten la multiplicidad del mundo, que indiquen 
              o aludan, simultáneamente, a todos los sentidos provocados 
              por la combinación, en una palabra inédita, de dos 
              ya conocidas. La creación lingüística se ha convertido 
              en protagonista, en el tema, casi en el mensaje de la obra. Thomas Mann pareció siempre apegado a lo narrativo. Los 
              Buddenbrooks (1900), Der Zauberberg (1923); Die 
              Vertauschten Köpfe (1941), evidencian a lo largo de los 
              años esa minuciosa dedicación. Pero muestran, simultáneamente, 
              un pensador inquieto que ilumina su anécdota con luz inusitada, 
              que altera su sentido directo, que la trasciende. Esa luz baña 
              totalmente su obra más ambiciosa: Joseph und seine Brüder 
              (1933-1945). En esa enorme tetralogía el lector podrá 
              elegir (como momentos culminantes) aquellos puramente novelescos: 
              la emocionante historia de Jacob y sus dos mujeres, la lenta seducción 
              de José por la mujer de Putifar; pero siempre el autor estará 
              alerta y saltará inesperadamente para quebrar el ingenuo 
              encanto de la fábula, para sumergirse (y sumergir con él 
              al lector) en ese profundo pozo del pasado, de la reflexión 
              sobre el pasado, que constituye uno de sus temas favoritos. Se ha 
              reprochado a Mann esta voluntad de pensador. Mientras el agudo Clifton 
              Fadiman propone una caracterización única para Joseph: 
              grandeza, otros, más irreverentes, han señalado la 
              endeblez o la segura confusión de algunas de sus meditaciones. 
              Tales consideraciones son impertinentes en esta nota. Interesa apuntarlas 
              sólo con un fin práctico, ya que testimonian objetivamente 
              esa trascendencia de lo anecdótico, esa 
              iluminación filosófica que señalaba en la obra 
              de Mann. (9)  La obra de Franz Kafka está cargada de sucesos: hay persecuciones, 
              violencias, hasta crímenes. El hecho de que todo suceda de 
              manera extraña, alucinatoria, no invalida la afirmación. 
              Lo que, en cambio, invalida la normal eficacia de la anécdota 
              es su significado trascendente. En sus libros la anécdota 
              no vale por sí, y nadie acudirá a buscar solaz en 
              sus aventuras; ella constituye el elemento representativo de un 
              juego más profundo y coherente que el visible, un juego de 
              reglas monstruosas que tortura también al lector con su abrumadora 
              presencia. El tema verdadero de cada novela (implícito en 
              el ambiguo desarrollo exterior) es de raíz metafísica 
              y afecta formas angustiosas: la injusticia y la infinita postergación, 
              el enclaustramiento o la incomunicación, la impersonalidad 
              del poder, la pesadilla final, que contamina todas sus 
              páginas. También aquí lo narrativo es sólo 
              una envoltura, aunque fascinante.( 10) He reservado deliberadamente la obra de Virginia Woolf para cerrar 
              este heterogéneo muestrario. El lector de Mrs. Dalloway 
              (1925), de To the Lighthouse (1927), de The Waves 
              (1931), sabe que Virginia Woolf desecha lo narrativo puro, preservando 
              tan sólo las vivencias de sus personajes, sus sensaciones 
              más fugaces, sus pensamientos fluctuantes, inagotables. El 
              resultado no es lógico. No es un cerrado sistema estético 
              como en Proust; no es la creación de un habla como en Joyce; 
              no es una serie interrumpida de meditaciones como en Mann; no es 
              la inmediata experiencia de la angustia metafísica como en 
              Kafka. El resultado parece ser más menudo. Se trata de la 
              vigilante inquisición de una psiquis (de varias psiquis); 
              se trata de la trasposición a un plano, intelectual y poético 
              a la vez, de los hechos que abruman la realidad de un hombre. Apenas 
              eso. Pero del punto de vista psicológico, nada más 
              importarte, más puro.   IV No sólo en cuanto a su contenido último es elástica 
              la novela actual. Lo es, especialmente, en cuanto a su técnica. 
              El mot d'ordre parece ser la ilimitada audacia técnica. 
              Esta audacia indica la necesidad de agotar un material complejo 
              y, a menudo, hostil; la necesidad de ir al fondo del asunto, presentándolo 
              en toda su multiplicidad y contradicción. No es siempre un 
              mero alarde formal, una suerte de prestidigitación (y cuando 
              lo es no interesa al crítico). Es un intento de ofrecer directamente 
              la heterogeneidad del mundo percibido. Lo que busca el novelista 
              es una estrecha y activa colaboración de su lector, sujeto 
              ahora tan activo como el lector de poemas o el de ensayos. Esa colaboración 
              no se persigue por el halago fácil sino por el castigo. La 
              obra ofrece una superficie dura, cerrada, que el lector debe penetrar 
              con ahínco, en vigilante y sostenido esfuerzo. El aficionado 
              a estas obras debe creer con Valéry, que sólo valen 
              aquellos libros que se resisten. Algunos ejemplos iluminarán 
              quizá lo dicho. Ninguno más discutido, más fatigado, que el de Ulysses. 
              Todos los lectores de la odisea joyciana han sufrido la experiencia 
              (grata o no) de sus innovaciones técnicas. Ellas responden 
              a una elaborada concepción de lo narrativo, a las subyacentes 
              simetrías que lo rigen, a una severa estructura. Probablemente 
              ningún libro lo supera en provocar una impresión más 
              auténtica de desorden, ante una lectura superficial. Y, sin 
              embargo, no hay ninguno que soporte una estructura más intencional, 
              menos contaminada de improvisación, de azar. Cada capítulo 
              de Ulysses practica una técnica distinta, que responde 
              íntimamente a su tema, a su enfoque del escenario, a su paralelo 
              homérico, al deliberado tono paródico de toda la obra. 
              Hay ejemplos muy visibles. Escojo algunos. El capítulo séptimo 
              que transcurre en las oficinas del Freeman's Journal y que 
              equivale al episodio de los odres de Eolo (Odisea, X) está 
              compuesto por secciones encabezadas por sendos títulos que 
              satirizan el sensacionalismo y la soportada arbitrariedad de los 
              titulares de periódicos. A medida que se desarrolla el capítulo 
              el texto y los titulares correspondientes se vuelven más 
              frenéticos, como si estuvieran agitados por la furia desatada 
              de los vientos. En el capítulo decimoquinto, que transcurre 
              en los barrios bajos de Dublin y alude transparentemente a la gruta 
              de Circe y a sus bestiales metamorfosis, la técnica es dramática. 
              El diálogo, abundantemente acotado, permite la objetivación 
              de los personajes, más o menos fantásticos, que ocupan 
              el delirio alcohólico de Bloom o de Stephen. En el escenario 
              del burdel o en las sucias calles penumbrosas, se alzan frente a 
              sus creadores, los increpan o representan una pequeña pantomima, 
              inagotables en su invención, y procaces. Al componer André Gide su primera novela, Les faux-monnayeurs 
              (1925), creó una técnica simple, 
              pero de consecuencias incalculables para la mejor interpretación 
              de la obra.(11) Uno de los personajes, Édouard, 
              es un escritor. La intensa aventura que vive lateralmente, a ratos 
              como espectador, le mueve a tomar notas para una posible novela. 
              A medida que se desarrolla Les faux-monnayeurs el lector 
              conoce dichas notas que ofician de inesperado comentario a la acción 
              misma. El lector acaba por comprender que la novela de Édouard 
              (si se escribe) será Les faux-monnayeurs. Este curioso 
              recurso proporciona una nueva dimensión: la obra ofrece, 
              simultáneamente, su acción desnuda (elaborada por 
              Gide, es claro) y un comentario estético, desde dentro. Pero 
              éstos no son los dos únicos planos 
              desde donde se enfoca el tema. Fuera de 1a obra pueden encontrarse 
              otros (12). Al tratar el tema, Gide lo trabaja 
              según una concepción propia, semejante y distinta 
              a la de Édouard. Sus reacciones, sus proyectos, sus intenciones, 
              sus fracasos, fueron anotados en un cuaderno aparte, que luego constituyó 
              Journal des Faux-monnayeurs (1926), que proporciona, como se 
              comprende, un tercer plano para el enfoque de la novela. Visto en 
              perspectiva se observaría: primero, un hecho real (un fait-divers) 
              que ocupa la crónica policial; luego, un escritor (Gide) 
              que lo utiliza como elemento provocador para una novela: Les 
              faux-monnayeurs, al mismo tiempo que registra en un Journal 
              las etapas de su creación; por último, un personaje 
              de la misma obra (Édouard) que lleva, él también, 
              un Journal donde recoge materiales para 
              un futuro libro que podría ser, que seguramente será, 
              Les faux-monnayeurs (13). Un último ejemplo. Toda la obra de William Faulkner traduce 
              sus inquie-tudes, sus preocupaciones técnicas. En ninguna 
              la voluntaria complejidad del desarrollo alcanza las proporciones 
              de The Sound and the Fury (1929), trágica, frenética 
              crónica de la decadencia de una familia. Este libro consta 
              de cuatro partes. Las tres primeras emplean la forma del monólogo 
              interior, difundido por Joyce desde Ulysses. La primera parte 
              transcurre en 1928 y es el monólogo de un idiota, al que 
              alude la cita de Macbeth que sirve (incompleta) de título 
              al libro; la segunda, en 1910, es el monólogo de Quentin, 
              estudiante e incestuoso, pocas horas antes de suicidarse; la tercera, 
              en 1928 (un día antes de la primera) es el monólogo 
              de Jason, un colérico; la cuarta ocurre en 1928 (un día 
              después de la primera), y está contada por el autor. 
              Para llegar a poseer todos los elementos del relato es necesario 
              haber leído cuidadosamente toda la obra. Después de 
              terminada se aclaran, en el recuerdo, muchas confusiones. La comprensión 
              total (si se logra) sólo puede ser producto deuna relectura. 
              Hay que agregar, además, la circunstancia nada despreciable 
              de que los monólogos pertenecen a personajes anormales (como 
              Benjy, el idiota) o en estado anormal (como Quentin o Jason). La 
              intención de Faulkner al crear esta estructura ingrata es 
              lograr la comunicación más intensa, más cruda, 
              de su historia, al mismo tiempo que solicitar del lector una total 
              sumisión, una irresistible entrega cíclica. Sólo 
              así se puede ofrecer la compleja y angustiada realidad que 
              es este mundo sureño en disolución. Todos estos ejemplos de invención técnica y 
              otros que podrían tomarse de las novelas de Dos Passos, de 
              Eyeless in gaza de Aldous Huxley, de Les noyers de l'Altenburg 
              de André Malraux, de Le sursis de Jean-Paul Sartre 
              ilimitada, la Novela trasciende o enrarece cada vez más sus 
              elementos narrativos, ostentan una misma agónica ambición: 
              ofrecer una visión del mundo con 1a más absoluta inmediatez, 
              de manera directa y fascinante; captar el tiempo en su fluir, no 
              en su elaboración conceptual, sino el tiempo tal como es 
              percibido, vivo y variable; enfocar e1 espacio en vertiginosa simultaneidad, 
              ilimitado, contaminado de tiempo. Para dar forma a ese caos, el 
              novelista necesita inventar hoy no sólo acciones significativas 
              o conflictos absorbentes; debe inventar estructuras, multiplicar 
              los ángulos, encerrar en la malla ubicua de la narración 
              todo un universo. Y esto crea en el lector una responsabilidad pareja. 
              Ya no se puede leer con inocencia, dejándose mecer por el 
              flujo narrativo. Hay que colaborar, hay que mantenerse alerta, lúcido, 
              para poder reconstruir totalmente el mundo que el novelista propone 
              y cuyas piezas (como las de un infinito puzzle) va comunicando 
              sin orden aparente, casi al azar, aunque en rigor 
              se trate de un azar legislado, casi ajedrecístico(14).   V El sintético examen cumplido permite aventurar algunas conclusiones, 
              cuya escueta enumeración cabe en las siguientes líneas. 
             El auge actual de la Novela (su popularidad, su universal fascinación) 
              no debe ser estimado como signo de perennidad. En el siglo XVI la 
              novela pastoril parecía eterna Cervantes escribió 
              La Galatea, Lope, La Arcadia y sin embargo ya 
              estaba muerta, había perdido ya toda vitalidad. Hay muchos 
              signos que podrían interpretarse como síntomas de 
              la disolución de la Novela. Uno (ajeno) lo constituye la 
              actual renovación lírica. En todas partes se ve el 
              mismo entusiasta frutecer. Ya lo había señalado Salinas 
              para la literatura española, pero es un movimiento demasiado 
              general para limitarse a registrarlo en una sola literatura. Algo 
              semejante podría indicarse con respecto al ensayo, en sus 
              múltiples formas, o la crítica.  Interesa más buscar los signos de la disolución de 
              la Novela (si los hay) en su misma naturaleza. En este sentido, 
              los aspectos que se han señalado como característicos 
              a lo largo de este trabajo, pueden diagnosticar, si se les examina 
              desprejuiciadamente, una amenaza no conjurada de disolución: 
              la Novela está peligrosamente abierta a todas las innovaciones 
              técnicas. Sus cuadros naturales, sus límites laboriosamente 
              preservados durante el siglo XIX, se han roto y el material extranarrativo 
              y los experimentos formales más audaces la han inundado. 
              En la irresponsable prolongación de estas situaciones hay 
              un grave riesgo. La conciencia de este riesgo es cada día 
              más aguda, y se manifiesta ya en una clara reacción 
              en favor del relato anecdótico, encerrado en una forma ortodoxa. 
              Un ejemplo de esta actitud lo proporciona Aragón. Su trayectoria, 
              desde el superrealismo de la otra postguerra hasta el realismo casi 
              fotográfico (o fonográfico) de ésta, marca 
              nítidamente la reacción contra el enrarecimiento de 
              lo narrativo, contra la técnica demasiado ambiciosa. Y Aragón no es el único. Podrían citarse también: 
              Arthur Koestler en sus novelas de combate (Darkness at Noon o 
              Thieves in the Night) o en la agresiva doctrina literaria expuesta 
              en algunos ensayos de The Yogi and the Comisar; Evelyn Waugh, 
              con el ejemplo de su obra narrativa (de Vile Bodies a 
              The Loved One); Graham Greene con sus sangrientas e intensas 
              historias de pistoleros anormales o sacerdotes pecadores, de espías 
              o agentes confidenciales; Albert Camus, reseñando objetivamente 
              un crimen gratuito o la contaminación de una ciudad; Curzio 
              Malaparte, con Kaputt, ese Decamerone unipersonal 
              y barroco, melodramático y ficticio, que pretende encerrar 
              sus experiencias de guerrero diplomático; Arturo Barea, en 
              la larga memoria de su infancia, de su adolescencia, de su formación 
              de rebelde .... La lista es, lo temo, incompleta. Pero no he ambicionado 
              agotar los ejemplos sino apuntar algunos de los más significativos, 
              más eficaces hoy.  Queda mucho por agregar, queda casi todo. Pero mejor será 
              detenerse aquí y no pretender anticipar futuras conclusiones. 
              Basta, creo, con el examen de la obra realizada." 
 1. En su Sociología de la novela (Buenos Aires, 
              1942) Roger Caillois separa y opone la novela policial a las otras 
              formas novelescas. Es fácil compartir este criterio. No es 
              fácil, en cambio, aceptar su interpretación estrechamente 
              sociológica de la Novela actual o su incomprensión 
              de los problemas y las ambiciones estéticas de los creadores 
              contemporáneos o su segura confusión al escoger como 
              ejemplos (indistintamente) novelas del siglo pasado o de éste, 
              o, finalmente, su tendencia a englobar en un mismo enfoque nivelador, 
              a grandes libros y meros folletines. Tampoco es fácil suscribir 
              su apresurada certificación del suicidio de la Novela. 
              Volver  2. Aunque ahora no falten novelistas. Sobre todo 
              entre los más jóvenes: Ramón J. Sender, Max 
              Aub, Arturo Barea; sin olvidar, por supuesto, algunos laureados 
              en la España franquista: un Camilo J. Cela, una Carmen Laforet. 
              Volver  3. La técnica de Shaw podrá ser, quizá 
              es, puramente teatral, pero sus acotaciones al diálogo, la 
              minuciosa descripción física de los personajes, los 
              extensos prólogos o epílogos que envuelven cada obra, 
              revelan en definitiva una necesidad típicamente novelesca 
              de comentar la realidad o la ficción de sus escenas (Chesterton 
              afirma que Shaw no comprende lo novelesco, pero su mera afirmación 
              no basta.) Volver 4. En una página de su libro sobre O'Neill 
              comenta Clark: "Es un tanto excesivo pedir a cualquier actor 
              o actriz que revele sin palabras, por ejemplo, el hecho de que 'es 
              imposible desde entonces que alguna vez puedan negarse la vida mutuamente 
              el uno al otro'" (V. O'Neill. El hombre y su obra, Buenos Aires, 
              1945). Volver 5. Literatura y metafísica en Sur. 147-149 
              (1947). Volver 6. En sus Ideas sobre la novela (1925) José 
              Ortega y Gasset señalaba que hoy "es prácticamente 
              imposible hallar nuevos temas". Y más adelante agregaba: 
              "Es muy difícil que hoy quepa inventar una aventura 
              capaz de interesar nuestra sensibilidad superior". Estas afirmaciones 
              de Ortega fueron refutadas brevemente por Jorge Luis Borges en el 
              prólogo a La invención de Morel, por Adolfo Bioy Casares 
              (1940). Dice allí el crítico argentino: "Todos 
              tristemente murmuran que nuestro siglo no es capaz de tejer tramas 
              interesantes; nadie se atreve a comprobar que si alguna primacía 
              tiene este siglo sobre los anteriores, esa primacía es la 
              de las tramas". Y aporta, luego, ejemplos de Chesteron, de 
              Kafka, de Wells, de Henry James, de Julien Green, del mismo Bioy 
              Casares. (Borges podría haber incluido a José Bianco, 
              y a sí mismo, en esa enumeración). Pese a su discrepancia, 
              tanto Ortega como Borges coinciden implícita o explícitamente 
              en la labor de trascendencia del material puramente anecdótico, 
              en la necesidad de esa trascendencia, que es característico 
              de la novela actual. Volver 7. Véase Equivalences littéraires, 
              en la NRF del año 1937. Volver 8. A propósito de este recurso ha podido escribir 
              León-Pierre Quint: "Sous 1'apparence d'une oeuvre statique, 
              il nous présente une oeuvre dans un continuel devenir. C'est 
              qu'entre des grandes fresques immobiles, dans la coulisse le plus 
              souvant, se déroulent des événements les plus 
              importants". (Marcel Proust, 1928). Volver 9. En un artículo sobre su tetralogía 
              distingue Mann entre la anécdota y la reflexión sobre 
              los acontecimientos. Escribe entonces: "Especialmente humorístico 
              es en este libro todo lo que tiene carácter de ensayo, lo 
              que explica, comenta y critica, lo científico, que es, como 
              lo narrativo y lo escénico, un medio para producir a toda 
              costa la realidad, para lo cual no vale, al menos por excepción 
              esta vez, el viejo principio: '¡No hables, artista, crea!'" 
              (Véase José y sus hermanos en Sur, 127, 1945.) 
              Volver  10. Max Brod, amigo y albacea de Kafka, no ha cesado 
              de proponer interpretaciones trascendentes, cuyo examen, cuya discusión, 
              escapan a los límites de esta nota. (V., especialmente, la 
              última edición de su biografía del novelista, 
              y su ensayo: Kierkegaard, Heidegger y Kafka, en el número 
              21 de L'Arche, 1946). En estas mismas páginas de SUR (Nº 
              79, 1941), Claude-Edmonde Magny estudió el contenido de la 
              obra de Kafka, aunque oponiéndose a toda exégesis 
              filosófica. También deben mencionarse el volumen publicado 
              en 1937 por Angel Flores: The Kafka Problem (New Directions), que 
              recoge unas cuarenta notas sobre distintos aspectos de la obra kafkiana, 
              y un ensayo disidente de Edmund Wilson: A Dissenting Opinion on 
              Kafka, que puede leerse en The New Yorker (26/VII/947). Todos estos 
              trabajos testimonian, de una u otra manera, la inquietud que provoca 
              la sustancia de esta obra impar. Volver 11. Al clasificar su obra André Gide calificó 
              a L'immoraliste, a La porte étroite, La symphonie pastorale, 
              de Récits. (Les caves du Vatican mereció entonces 
              el rótulo de Sotie). Sin embargo, al publicar La porte étroite 
              en 1907 la había subtitulado Roman, como se puede ver si 
              se consulta la edición príncipe del Mercure de France. 
              Volver  12. La historia en que se basa Les faux-monnayeurs 
              es parcialmente verídica. Algunos episodios sirvieron a Roger 
              Martin du Gard para el primer tomo de Les Thibault: Le cahier gris, 
              1922. Volver 13. Algo de este vertiginoso procedimiento pasó 
              a Point Counter Point (1928) de Aldous Huxley. Allí hay un 
              escritor, Philip Quarles, que se propone componer una novela en 
              forma de contrapunto, una novela que podría ser como Contrapunto. 
              Volver  14. Esta estética del puzzle tan visible 
              en Dos Passos o en su discípulo Sartre ha sido exagerada 
              plásticamente por Orson Welles en sus dos mejores creaciones 
              cinematográficas: Citizen Kane (RCO, 1941) y The Lady from 
              Shangai (Columbia. 1947). " Volver   |