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La crítica literaria en el siglo XX : el aporte de George Orwell
En: Número, nº 4, setiembre-octubre 1949.
p. 295-304

"La inclusión Orwell en una serie de notas sobre la crítica literaria en este siglo parecerá a muchos injustificada. Podría alegarse, con razón, que otros -un Vossler, un Caillois, un Edmund Wilson, un F. R. Leavis- representan más cabalmente la disciplina y la han cultivado con ahínco más duradero. El mismo Orwell, por otra parte, pudiera objetar que al considerarse únicamente la parte de crítica literaria que albergan sus ensayos se empobrece su contenido, se reduce sin ventajas su investigación social. Y, sin embargo, no es probable que la literatura contemporánea ofrezca un aporte crítico tan curioso y sazonado como éste. Por eso, se intentará precisar aquí su naturaleza, su alcance y sus limitaciones.

I

... a writers political and religious beliefs are not excrescences to be laughed away, but something that will leave their mark even on the smallest detail of his work.

En las páginas de los Critical Essays (1946) se encuentra la mayor contribución de Orwell a la crítica literaria contemporánea. Pese a que el volumen se subtitula Studies in Popular Culture y a que algunos de sus ensayos deliberadamente escogen temas extraestéticos (Boy's Weeklies, The Art of Donald Mc. Gill, Raffles and Miss Blandish), quizá debe entenderse el término cultura popular con mayor latitud de lo que comúnmente se hace; la necesaria como para autorizar la incorporación no sólo de las novelas de Dickens, sino, también, de la poesía de Yeats o del arte de Salvador Dalí. Ya que, en realidad, al hablar de cultura popular se alude ( según sospecho) más al enfoque de Orwell que a la filiación de sus temas. Esto resulta incontestable si se advierte que, por ejemplo, al estudiar a Dickens no deja el crítico de subrayar que sus novelas le interesan no sólo por ser creaciones literarias sino por ser índice de cómo piensa -o, al menos, cómo pensaba- el pueblo inglés. Y que al considerar los semanarios juveniles reafirma esta última preocupación señalando que probablemente el contenido de esas tiendas (donde se venden los semanarios) es el mejor índice de qué siente y piensa realmente la masa del pueblo inglés. Y un idéntico propósito le lleva al examen comparativo de Raffles y Miss Blandish como representantes de dos épocas y de dos escuelas de la novela policial. Por lo que aclara: Lo que interesa aquí es la enorme diferencia de atmósfera moral que existe entre los dos libros, y el cambio en la actitud popular que ello probablemente implica. Sería legítimo afirmar, pues, que a través de la crítica de obras literarias y artísticas de nuestra época (cualquiera sea su calidad intrínseca) lo que busca Orwell es determinar la atmósfera moral y el escenario mental del pueblo al que van dirigidas. Y es en este sentido que sus ensayos son realmente "Estudios de cultura popular".

De los diez artículos del libro el que permite una más morosa contemplación de su método es el dedicado a Dickens (1939). No sólo por ser el más extenso -unas setenta páginas- o por ser el más trabajado desde dentro, sino porque el tema autorizaba, también, consideraciones políticas, sociológicas y morales. Al acercarse Orwell a la obra y a la personalidad de Dickens, quiere precisar ante todo las condiciones intelectuales y morales en que se produjeron. Las consideraciones puramente literarias quedan para más adelante. (En realidad se plantean a partir del capítulo IV.) Por eso, comienza preguntándose: ¿Qué posición exacta ocupa, social, moral y políticamente? Y contesta señalando lo que no fué Dickens. No fué un escritor proletario, como afirmaron ligeramente el católico Chesterton y el comunista Jackson; no fué un crítico sistemático de la sociedad: sus objeciones son casi exclusivamente morales; no parece haber tenido conciencia de que se puede cambiar la estructura social; careció de cualquier teoría sobre la educación. Si se le estudia partiendo de su origen se advierte rápidamente que, por su mentalidad, formaba parte de la pequeña burguesía urbana. De ahí proviene su reducido horizonte; ahí tienen origen las limitaciones ya apuntadas. Pero -y esto es fundamental- ahí también se generan las condiciones de su arte ya que esta estrechez de visión es en cierto sentido una gran ventaja para él, ya que para un caricaturista es fatal ver demasiado. Y mientras Orwell continúa dibujando minuciosamente la mentalidad dickensiana -la ausencia de vulgar nacionalismo, la impermeabilidad frente a la cultura europea, el horror al crimen y a la pobreza, la actitud feudal ante la servidumbre, la ignorancia de los mecanismos económicos- el lector ya ha sido colocado en las mejores condiciones para examinar el arte producido. Entonces, sin solución de continuidad, plantea Orwell uno de los problemas más graves de la estética del novelista: la paradoja de que sus personajes sean tan vivos, tan verdaderos, y que las intrigas de sus obras sean (casi siempre) tan falsas, tan mecánicas. Dickens ve a los seres humanos con intensísima vivacidad, pero los ve siempre en la vida privada, como "personajes" no como miembros funcionales de la sociedad; es decir, los ve estáticamente. (...) No bien intentaba llevar a sus personajes a la acción empieza el melodrama. No puede conseguir que la acción gire en torno de sus ocupaciones corrientes; de aquí el crucigrama de coincidencias, intrigas, asesinatos, disfraces, testamentos enterrados, hermanos perdidos hace mucho tiempo, etc., etc. Una causa de esta insuficiencia puede encontrarse, sin duda, en la ignorancia del escritor con respecto a todo trabajo. (El único personaje que vemos trabajar, observa Orwell, es David Copperfield, cuyas profesiones son las que ejerciera su autor: taquígrafo y novelista.) Pero no es ésta la única causa. Más importante parece el hecho de que el novelista se colocaba frente al mundo como espectador, de gran agudeza visual, pero ajeno, exterior, contemplando y describiendo espléndidamente las superficies. Por lo que puede concluir con esta magistral observación: Así como puede describir a maravilla una "apariencia", Dickens no describe a menudo un "proceso".

Parece innecesario doblar aquí lo dicho mejor por 0rwell. Por este escueto resumen puede apreciarse cómo el crítico ha sabido pasar de la estimativa ideológica del tema hasta la apreciación estética; cómo ha ido a encontrar algunas raíces de la creación literaria en un campo que, a primera consideración, parecía totalmente ajeno. Es esta profunda utilización del método sociológico para el examen de los valores literarios lo que constituye su principal aporte crítico.

II

One thing that Marxist criticism was not succeeded in doing
is to trace the connection between "tendency" and literary style.
The subject-matter ant the imagery of a book can be explained in sociological terms,
but its texture seemingly cannot. Yet some such connection there must be.

Si Orwell se redujera a aplicar únicamente el método sociológico, como han hecho casi todos los críticos marxistas, su contribución a la crítica literaria no podría encarecerse tanto. Porque es evidente que la materia literaria no se rinde ante el asedio sociológico. El mismo 0rwell es consciente de esta limitación, y en uno de sus ensayos (el dedicado a Yeats en 1943) trata de superarla. Allí escribe: Una cosa que la crítica marxista no ha logrado trazar es la relación que existe entre la "tendencia" y el estilo literario. El tema y la imaginería de un libro pueden explicarse en términos sociológicos pero aparentemente no ocurre lo mismo con su contextura. Sin embargo debe existir alguna relación en tal sentido. Parece innecesario advertir que aquí se plantean agudamente los verdaderos términos del problema. Porque no se trata sólo de determinar qué piensa un escritor (cuál es su concepción del mundo, cuáles sus ideas políticas) o qué actitud moral asume o de qué ambiente social procede. Importa, también, señalar la vinculación que une al arte producido y esas circunstancias o esos presupuestos de la creación. Ya que puede señalarse el caso, más frecuente de lo que se piensa, de un artista que posea una mentalidad reaccionaria y sea un innovador estético (por ejemplo, un T. S. Eliot) o, simétricamente, el caso de un artista que se declare revolucionario y cuya estética es conservadora (un Alexis Tolstoi o un Ehrenburg). Lo que el crítico debe determinar entonces es una vinculación que, en apariencia, se expresa en forma contradictoria. Por eso, los que se limitan a repetir, mecánicamente, que conocidos los presupuestos y las circunstancias de una creación es posible deducirla totalmente, no alcanzan siquiera a sospechar el problema y se marean con fórmulas.

Lo paradójico es que Orwell enuncia esta profunda verdad en las primeras líneas de un ensayo en que resulta estéril su esfuerzo por trazar la vinculación profunda que hay entre la mentalidad lúcida y naturalmente fascista de Yeats y su poesía. Resulta estéril, aunque muchos de sus reparos incidentales sean oportunos, porque el crítico no percibe la naturaleza mística de su actitud vital y de la parte más perdurable de su lírica, y se queda en las afueras del tema. Pero ésta es sólo una derrota parcial, ya que al estudiar a Dickens o a Dalí, a Kipling o a Wodehouse, consigue una caracterización ejemplar.

Por otra parte, en este crítico el método sociológico no resulta excluyente sino que aparece íntimamente fundido con los enfoques que ofrecen la psicología, la historia y la filosofía. Así, por ejemplo, al estudiar a Dalí no vacila en indicar la necesidad de una diagnosis; o, en Dickens, subraya el placer con que describe episodios en que el populacho revela atroz bestialidad, o descubre los elementos de sadismo sexual que hay en sus escenas de flagelación, al tiempo que denuncia, con toda suerte de justicia, su necrofilia victoriana. En otros ensayos, principalmente en los dedicados a Kipling y a Miss Blandish, puede observarse la amplia utilización de esta clase de recursos con los que enriquece su método y devuelve el equilibrio a enfoque.

Su método tampoco lo inhabilita para la consideración estética de productos que por motivos ideológicos serían (y de hecho han sido) negados sin examen por muchos marxistas. El caso más evidente es el de la pintura de Salvador Dalí. Orwell subraya la posición inmoral del pintor catalán pero no deja de advertir su calidad estética. O para decirlo con sus propias palabras: Deberíamos ser capaces de tener presentes simultáneamente, estos dos hechos en nuestra cabeza: Dalí es un buen dibujante y Dalí es un ser humano repugnante. Y al adoptar tal actitud supera, en su propio terreno, a los marxistas ya que así está en condiciones de estudiar, personalmente a Dalí como símbolo de la época y destacar su enorme valor como documento de la fantasía, de la perversión de los instintos que ha hecho posible la era de la máquina. Por otra parte todo este ensayo está sustentado por una visión cruda de la limitada responsabilidad social del artista. O como él lo expresa, con viva metáfora: En una época como la nuestra, en que el artista es una persona enteramente excepcional ha de permitírsele el goce de cierto grado de irresponsabilidad, como a una mujer embarazada. Esta afirmación parece romper, escandalosamente, con la opinión más divulgada, la que defienden con bastante eficacia La trahison des clercs de Benda; The Irresponsibles de Mc. Leish. Pero, a una atenta lectura resulta claro que Orwell no se propone decretar la total irresponsabilidad del artista ni tampoco (puede inferirse) está dispuesto a alentarlo a desentenderse de sus responsabilidades civiles. Lo que él quiere señalar es un hecho incontrovertible: la excepcionalidad del artista cuya consecuencia, inevitable, es cierto grado de irresponsabilidad. Y es muy probable que esta posición heterodoxa no esté tan lejos de otra, asimismo heterodoxa, que, por distintos caminos, apunta también la excepcionalidad del artista: la de Graham Greene al incitarlo a la deslealtad. (Véase Why Do I Write?, London, 1948.)

No menos evidente, aunque sí menos publicitado que el de Dalí, es el caso de Rudyard Kipling. Orwell destaca su imperialismo sentimental que lo convierte en un valor intelectualmente negativo para nuestra época. Esta apreciación, es claro, no le ciega para juzgar adecuadamente su poesía, e incluso le permite llegar, a través de un examen desapasionado, a una valoración más adecuada que la que el reticente Eliot ofreciera en 1942.

III

It is no use pretending that in an age like our own, "good" poetry can have any genuine popularity. It is, and must be, the cult of a very few people, the least tolerated of the arts.

De las afirmaciones de Orwell se desprende que la consideración de la atmósfera mental de un escritor es condición indispensable para calificar su vigencia literaria. Al insistir concretamente sobre las opiniones políticas, sobre la conducta social y sobre las ideas morales de los escritores que estudia, los coloca en un mundo más vecino del que habitan sus lectores, los acerca, impregnándolos de realidad. Y parece despojarlos de algún equívoco privilegio para situarlos en la histora y sumergirlos en el tiempo. Esto explica la poderosa atracción que ejercen sus ensayos. La literatura no parece más un arte para dilettanti o una técnica para iniciados. Está (parece estar) al alcance de la mano.

Pero si el aporte de su método es valioso, no lo son menos algunas de las ideas que lo sustentan y que se manifiestan, casualmente, al azar de sus reflexiones. Esas ideas forman un conjunto coherente, cuyas notas más características son, quizá, la lucidez y la grave inquisición de la realidad. Y aunque no se conocieran sus obras de crítica política y sus sátiras novelescas (desde Homage to Catalonia hasta Nineteen-Eighty-Four) con las páginas de estos ensayos se podríal reconstruir con bastante fidelidad su pensamiento. Aquí interesa señalar únicamente tres aspectos del mismo.

Ante todo, Orwell denuncia como rasgos fundamentales de la mentalidad contemporánea el culto de la violencia, la persecución del poder, la proliferación del sadismo y la respuesta favorable a toda invocación a instintos atávicos. En el ensayo sobre Kipling ilumina algunos de estos puntos: Nadie, en nuestra época, cree en sanción mayor que la del poder militar; nadie cree en la posibilidad de superar a la fuerza, excepto por una fuerza más poderosa. No hay "ley", sino tan sólo poder. No digo que tal creencia sea verdadera, digo meramente que es la creencia de todos los hombres modernos. Quienes pretenden otra cosa son, o intelectualmente cobardes, o adoradores de la fuerza ocultos bajo tenue disfraz, o simplemente no han sabido comprender la época en que viven. Ya antes, al refutar a Wells, en 1941, había advertido el peligro en que incurrían muchos intelectuales al no contemplar la realidad tal cual es: La energía que informa al mundo brota de las emociones -orgullo racial, culto al caudillo, creencia religiosa, amor a la guerra- que los intelectuales liberales desechan maquinalmente como anacronismos, y que por lo general han destruído hasta tal punto en sí mismo que han perdido todo poder de acción. Sin embargo, su visión no eran entonces tan sombría como la que se desprende de su última novela, y el ejemplo de Inglaterra bombardeada le permitía afirmar en otra opor tunidad: ... los sentimientos elevados siempre triunfan al fin, y los caudillos que ofrecen sangre, afanes, lágrimas y sudor consiguen siempre más de sus partidarios que quienes les ofrecen seguridad y diversión. Cuando están en un aprieto los hombres saben ser heroicos.

En segundo lugar, conviene precisar que para Orwell el pecado de casi todos los izquierdistas, desde 1933 en adelante, consiste en que han querido ser antifascistas sin ser antitotalitarios, con lo cual define claramente su posición frente al mismo.

En último término, interesa especialmente señalar que Orwell enfoca a las artes con la misma mirada dura y realista que aplica a los fenómenos sociales, y que, por lo tanto, no se le escapa el divorcio que existe actualmente entre la producción más alta del espíritu humano y la masa a la que en apariencia se dirige. Con su peculiar crudeza escribe: Es vano pretender que en época como la nuestra la "buena" poesía; pueda gozar de genuina popularidad. Ella es, y debe ser, culto de muy pocos, la menos tolerada de las artes. Además, sus investigaciones sobre cultura popular lo llevan al convencimiento de que la literatura y el arte que la masa consume hoy -la literatura de los semanarios juveniles o de la novela policial barata; el arte de las tarjetas postales o de los folletines cinematográficos- son los que fomentan ese culto de la violencia, ese apetito del poder, ese sadismo, que ya se denunciara. O como él lo expresó hacia 1944: el mito básico del mundo occidental no es más Jack el Mata Gigantes, sino Jack el Mata Enanos. Y que nadie crea que esa literatura y ese arte no importan. Personalmente creo (aclara) que la mayoría de la gente está mucho más influída de lo que estaría dispuesta a admitir por novelas, historietas en series, películas y demás, y que desde este punto de vista los peores libros son a menudo los más importantes, ya que por lo general son los que primero se leen en la vida.

Por otra parte, tampoco es muy optimista su visión de la crítica literaria, y si su propia actitud (y la de tantos ilustres colegas) no la desmintiera ampliamente, podría parecer válida esta afirmación que, en realidad, apunta a los improvisadores: Por regla general una preferencia estética es o bien algo inexplicable, o bien algo tan corrompido por motivos no estéticos como para que uno se pregunte si toda la crítica literaria no será una enorme malla de patrañas.

El riesgo de un método cualquiera es su unilateralidad. Mientras se practique como algo vivo y capaz de comunicación y rectificación, no hay cuidado. Por ahora, tal riesgo no es muy visible en la crítica de Orwell. Dada su posición no debe extrañar la preeminencia que concede a lo sociológico y a político; tampoco debe extrañar la atención que le merecen obras que carecen de valor literario o artístico, pero que le permiten trazar el ideological background de nuestra época y, que en tal sentido, son tan buenas como cualquiera.

El riesgo asoma cuando el enfoque psicológico o el estético resultan erróneamente suplantados. Aunque es necesario advertir que en muy contados casos incurre Orwell en semejante confusión, y que aún entonces las objeciones que podrían levantar en contra suya carecen de suficiente entidad como para afectar la calidad de su aporte, tan lúcido y estimulante. Si fuera necesario desprender alguna lección para concluir este examen, si hubiera que cerrarlo con alguna moraleja, quizá habría que recordar los evidentes beneficios que semejante crítica sociológica encierra para un mejor conocimiento de las obras literarias. "

Este trabajo es el segundo de una serie sobre la crítica literaria en el xiglo XX que NÚMERO publicará sucesivamente.

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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