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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"¿Tratado de Ninfolepsia o canto de amor?"
En Marcha, Montevideo, Nº 953, 1959, p. 22-23

"El libro más discutido de la temporada invernal inglesa y cuyo título ocupa lugar prominente en la lista norteamericana de bestsellers (segundo únicamente del Dr. Jivago) así como en las selecciones más autorizadas de los críticos; el libro que ha estado a punto de hacer perder su candidatura conservadora a Nigel Nicholson y que ha sido calificado por personas que lo han leído cuidadosamente de "pura pornografía" o de "obra maestra"; ese libro que se introduce fatalmente a cierta hora del coktail party y que dinamiza hasta la más lánguida y sobreentendida conversación británica; el libro que ha suscitado cartas varias firmas en el Times y algunas parodias, que ha convertido en voz de la lengua inglesa el diminutivo nymphets (ninfitas, diríamos en español si no sonara tan horrible); ese libro que se llama Lolita no ha sido publicado aún en Inglaterra, y tal vez no lo sea nunca.
Escrito en 1949/54 por un emigrado ruso que después de buscar su radicación definitiva en Alemania y Francia la encontró (en 1940) en los Estados Unidos, Lolita fue publicada por vez primera en París, y en inglés, por la Olimpia Press -pequeña editorial de discreta fama ya que ha lanzado al mundo las versiones originales de My life and Loves, escandalosa autobiografía de Frank Harris (sí, el de la vida de Wilde), de los Trópicos de Henry Miller y de algún otro título de erotismo intelectual. Pronto la edición francesa de Lolita fue sustraída de las librerías por presión de la diplomacia inglesa. Aparentemente todos los turistas británicos (que suman miles de miles) sólo tenían como propósito al cruzar el charco la adquisición de Lolita.
En 1958 un editor norteamericano serio se atrevió a publicar una edición "completa y no abreviada" de Lolita. La decisión de Putnam no sólo lo puso en posesión de un bestseller, también animó a la firma inglesa de Weidenfel y Nicholson a anunciar la publicación de la discutida novela. Pero en tanto que los Estados Unidos han modificado mucho su básica actitud puritana frente a cierto tipo de erotismo (basta ver el salto que han dado las películas de estos últimos años, salto que no siempre les ha impedido caer en las formas más groseras del erotismo), en Inglaterra las restricciones aún existentes para la publicación de toda obra que trate profundamente un problema sexual, son inmensas.
No existe aún edición completa de El amante de Lady Chatterley, obra que las nuevas generaciones no leerían sin duda por su excesiva ingenuidad. Sólo en los últimos dos años se han empezado a publicar en inglés las novelas de Samuel Beckett, y algunas de ellas todavía llegan del continente con el sello de la Olimpia Press. Este año el lord Chamberlain dio a entender que ciertas obras de teatro, que trataran el tema de la homosexualidad en forma decorosa, podían ser presentadas en teatros comerciales. De manera que no parece timorata la actitud de esos editores ingleses que prometen publicar Lolita y no se animan a hacerlo.

A la hora del té o en las cartas de los lectores

Lo más paradójico de esta situación es que Lolita pretende ser (y es, a mi juicio) una obra literaria. Si lo que los editores trataran de publicar fuera una colección de desnudos artísticos (mujeres en poses reveladoras, hombres de musculatura evidente) no tendrían ningún problema. Todos los quioscos de Londres, y hasta en los barrios más somnolientos, rebosan de esa mercadería en todos los formatos y colores. Pero como se trata de una obra seria, escrita por un escritor de categoría, Lolita se ha convertido en el centro de una controversia en la que el filisteísmo libra una de sus más brillantes batallas.
Las consecuencias inmediatas del conflicto han sido extraliterarias. Uno de los editores ingleses que se propone publicar la obra, Nigel Nicholson, es candidato del partido conservador de la ciudad de Bornemouth (pacífica ciudad de veraneo en la costa del canal, habitada mayormente por coroneles retirados y sus crepusculares familias). Nicholson tuvo la osadía de oponerse a la invasión de Suez en momentos en que el histerismo nacionalista había dividido a Inglaterra. Y aunque ahora con el acercamiento entre Gran Bretaña y Nasser y la retirada de Chipre, los conservadores dan razón a quienes se opusieron a aquella aventura colonialista, de hecho el imperialismo británico sigue ardiendo en muchos corazones.
Y como no se puede objetar a Nicholson por lo de Suez, se ha esgrimido el caso Lolita. Los detalles de esta discusión son de tedioso interés para el lector extranjero, pero el caso en sí mismo me parece sintomático de la situación mental que atraviesa Inglaterra y de esa forma refinada de la hipocresía que gobierna las relaciones humanas en este país tan admirable por otros conceptos. Personas que no han leído Lolita y que si la hubieran leído serían incapaces de emitir una opinión coherente sobre ellas, despachan la novela de una plumada, calificándola de vulgar (que en inglés tienen una connotación más fuerte) o de puramente pornográfica.
Así, entre los filisteos que la atacan sin conocerla, y algunos críticos que se la han hecho enviar de los Estados Unidos, o que han conseguido ejemplares de la edición (ya valiosísima) de la Olympia Press, se ha entablado una batalla sobre Lolita que es ejemplar de los excesos a que lleva la libertad de opinión. Porque ¿qué opinión tiene peso cuando se basa en un chisme? ¿Y qué otra cosa que un chisme es Lolita para los miles y miles de ingleses que en la hora del té, o en las tabernas más refinadas de Chelsea, (mientras almuerzan o fuman un cigarrillo en el foyer del teatro) juzgan de sus méritos o deméritos sin haber podido echar siquiera una ojeada a la forma material en que los editores, de París a New York, han encerrado el explosivo cuerpo de la novela?

Crónica de una obsesión

La verdad es que esos miles de discutidores sólo discuten el tema de Lolita. Como ya sabe todo el mundo, Lolita es la confesión de un viudo de raza blanca (según escribe el prologuista) que ha matado a un escritor y espera su condena. Humbert Humbert, como prefiere llamarse el relator protagonista, nació en Francia en 1910; a los trece años se enamoró de una chiquilina de su edad con la que tuvo una breve experiencia erótica frustrada; conoció muchas mujeres más tarde sin haberse enamorado de ninguna; casó con una de ellas que lo dejó por un chofer de taxi ruso; finalmente en América y a los 38 años se enamoró perdidamente de Lolita, la hija de una viuda, e inalcanzable. Porque Lolita tenía en 1947 sólo doce años. Y la ley que permite a un hombre casarse con una muchacha de 16 no le permite hacerlo con una de 12.
Humbert Humbert reconoce que sus gustos no son los de todo el mundo. Y aunque invoca no sólo el ejemplo de la Roma Imperial y de los países árabes, sino algunos de los casos célebres más famosos de la literatura (Dante y Beatriz, es claro, pero más cerca de él: Poe y Virginia), en el fondo de su confesión se advierte la triste aceptación de su singularidad. En vez de callar y esperar, Humbert Humbert decide actuar; casa con la viuda y se prepara para la seducción de Lolita. Pero el destino le prepara una doble trampa: su mujer lee las microscópicas anotaciones en que Humbert describe su pasión por Lolita, un automóvil se encarga de eliminar a la escandalizada madre. Humbert queda viudo y en posesión legal de Lolita.
Lo que sigue es más farsesco que las cien páginas iniciales. Después de preparar con minucia digna del marquis de Sade la seducción de Lolita, Humbert descubre simultáneamente que Lolita ya ha sido iniciada por un adolescente compañero de vacaciones y que está muy dispuesta a enseñarle a su padrastro, todo lo que ha aprendido. Las cien páginas posteriores a esta tragicómica escena son la historia de una pasión salvaje y unilateral: la pasión de un hombre maduro por una mujer joven que ni siquiera es una mujer. Es una historia que Humbert cuenta en muchos de sus detalles sórdidos, líricos y patéticos. Lolita se harta de ese hombre al que no entiende y cuya apetencia la horroriza. Encuentra otro hombre, de la misma edad que Humbert, y huye con él.
Las cien páginas restantes están dedicadas a contar la huída, la loca persecución por todos los moteles y hoteles de Estados Unidos, la resignación de Humbert, su reencuentro con una Lolita de 17 a la que el embarazo convierte en un pálido remedo de lo que fue y que ahora se llama (y es) Mrs. Dolly Schiller. A Humbert sólo le queda el reconocimiento de que Lolita sólo lo mira como el hombre que destruyó su vida y que todavía ama al otro, al escritor impotente que la había raptado y que era, ese sí un auténtico discípulo del marqués. Humbert liberado de su obsesión pero no de su amor, busca al escritor y en una escena de grostesco ultrapirandelliano lo mata.

En la mejor tradición dieciochesca

Ese resumen no puede dar idea de lo que es Lolita. Ante todo porque es una novela de esas que el lector puede leer en distintos niveles. Para el consumidor de literatura pornográfica, Lolita ofrece pocas (pero muy bien escritas) páginas. No hay palabras gruesas ni hay descripción directa, aunque el autor se las ingenia para sugerir detalles físicos concretos por un uso imaginativo de la lengua inglesa y por su capacidad metafórica, lúcida como Proust, pero con cierta pedantería científica que revela en él al experto cazador de mariposas. (Es un coleccionista profesional sus mejores ejemplares adornan museos y llevan su nombre).
Sería muy ingenuo recomendar Lolita al lector de platos fuertes. Cualquier quiosco del mundo puede ofrecer obras más breves y eficaces. Y en el terreno de la alta pornografía, Lolita queda muy debajo no sólo de la constante inventiva de un Henry Miller sino de la precisión y elegancia de la anónima Histoire d'O que hace unos años publicaron en Francia con prólogo de Jean Paulhan. Como señala el propio autor de Lolita en un epílogo sumamente urbano, "en nuestra época el término "pornografías´ tiene las connotaciones de mediocridad, comercialismo, y ciertas estrictas reglas de narración. La obscenidad debe cohabitar con la trivialidad ya que toda clase de goce estético es sustituido completamente por la estimulación sexual más primitiva que exige la palabra tradicional actuando directamente sobre el paciente". Y de ahí que concluya que en las novelas pornográficas, la acción se limita a la copulación de los clisés.
El mismo epiloguista señala que no pasaba tal cosa en el siglo XVIII, en que la pornografía podía estar aliada a la alta comedia, la sátira vigorosa, y aún la poesía. Si tal no es el caso de las tediosas narraciones de Sade, no hay duda que en Francia y en Inglaterra hay suficientes ejemplos (de Congreve a Laclos) de este tipo de erotismo artístico. Lolita se inscribe en esta tradición no sólo por su mezcla de sátira y comedia y poesía con un tema que podía ser meramente obsceno, sino por la elegancia y economía de su estilo. Por eso debe ser enfáticamente prohibida a los habitués de la pornografía moderna.

El hombre y no el monstruo

Tampoco es pasto para los estudios de casos clínicos. Aunque el falso prologuista de la obra (el Dr. John Ray Jr., uno de los personajes de la novela que actúa como editor de las supuestas confesiones de Humbert Humbert) señala el carácter patológico del personaje central, y aunque este mismo no lo oculta y en más de un pasaje de su relato se descubre no sólo por su fijación infantil en las niñas sino por su indudable sadismo (hay un par de detalles reveladores de su crueldad con mujeres), y aunque el propio autor en el epílogo subraya urbanamente su discrepancia en materia de gustos eróticos con Humbert (está felizmente casado desde 1934 con una compatriota llamada Vera), el libro no pretende ser el estudio de un caso clínico.
Esta no es una novela didáctica. El autor no se propone examinar cómo funcionan la mente y los apetitos de un degenerado. Lo hace, indudablemente, pero no es ése su propósito. Un analista podrá encontrar mucho material aquí, pero la pieza que está tratando de cazar ese coleccionista de mariposas es el hombre y no el monstruo. La horrible pasión del amor y no la forma particular en que esta pasión asume en el caso de Humbert Humbert.
No sólo porque el autor se burla, reiteradamente de los psicoanalistas y psicopedagogos, sino porque el foco de la novela está centrado en ilustrar la forma poética que asume la pasión por Lolita en el protagonista. Esta pasión tienen una base carnal indudable pero como toda pasión carnal no puede sustentarse únicamente en ella. Humbert Humbert ha llegado a esa forma de la perversión sexual por una experiencia frustrada de su niñez y toda su búsqueda erótica posterior es nada más que la necesidad de realizar esa experiencia. Lo que él sintió por Annabel en aquella playa del sur de Francia a los trece años es lo que busca en las mujeres (prostitutas o amateurs) que conoce a lo largo de sus veinticinco años restantes. Hasta que aparece Lolita y con ella Annabel rediviva.
Humbert no puede entender que si Lolita es Annabel, él ya no es el niño de trece años. Y por eso mismo es curiosa su errónea referencia a Dante y Beatriz. Porque si bien es cierto que Dante conoció a Beatriz cuando ésta tenía nueve años, es menos cierto que Dante entonces tenía apenas diez. Pero estos detalles eruditos poco importan. Como poco importa que sea por lo menos discutible la afirmación de las relaciones sexuales entre Poe y su mujer de trece años. Lo importante no es que haya antecedentes, y en las mejores familias literarias, de esta pasión que consume a Humbert Humbert. Lo importante es el plano en que se desarrolla esta pasión. El plano en que lo coloca el autor.

La intangible mujer-niña

Aunque la novela oscila entre episodios cómicos y grotescos, aunque ofrece una pintura satírica sumamente eficaz de la american way of life, lo valioso en este libro no es ni el contenido documental clínico ni la sátira de costumbres. Lo valioso es la visión poética que informa la pasión de Humbert. Lolita no es una mujer de carne y hueso simplemente. Como la Beatriz Portinari que Dante tuvo siempre al alcance de la vista sin haber tocado jamás, esta Lolita con la que tiene relaciones durante dos años Humbert Humber es una mujer inalcanzable. Las convenciones alegóricas de la Edad Media tal vez exigían que Dante jamás hubiera tenido contacto físico con Beatriz; las convenciones alegóricas de nuestro tiempo exigen que ese monstruoso Dante que es Humbert Humber sólo tenga contacto físico con su Beatriz. Pero la intangibilidad de Lolita no es menos absoluta, a pesar de la frágil decadencia de su envoltura física.
Lo que es Lolita para Humbert Humbert está explicado en una de las páginas iniciales de su confesión: Una criatura nínfica, es decir demoníaca, el cuerpo de cierto demonio inmortal disfrazado de mujer-niña (como completa más adelante). Una figura de la misma estirpe de la Ondine que el conde de la Motte Fouqué exhumó en la Alemania del XVIII y que Girardoux adaptó para la mayor gloria de Madeleine Ozeray en la Francia de 1938. Una criatura que tal vez se inicia en la Nausicaa de la Odisea y que en Julieta (catorce años) y en la Haydée de Byron y en la Cathy de Wuthering Heights y en la Gigi de Colette encuentra otras imágenes inmortales. (Circula, más cerca nuestro, en el horizonte de algunas novelas de Onetti y es protagonista de Los adioses.)

Justine tenía doce años

Pero también hay otro antecedente: la Justine del marquis de Sade, que tenía doce años cuando inicia su larga carrera de violaciones. Y aquí es donde este canto de amor que es Lolita revela su verdadera condición de obra de este siglo maldito. Porque en las márgenes ideales de la niña enamorada, la condición sine qua non es la pureza, la inocencia preservada en medio del vicio o de las tentaciones. Y en Lolita, como en las heroínas de Sade, es la corrupción de la inocencia lo que constituye la condición esencial. Como en esas novelas góticas a que eran tan aficionadas las damas de la mejor sociedad del siglo XVIII y albores del XIX (las heroínas de Jane Austen las devoraban, algunas mujeres como Mrs. Radcliffe figuraban entre sus mejores autores), aquí en Lolita es la corrupción del mundo de la carne lo que acecha esa inocencia y esa pureza femenina. Pero a diferencia de muchas novelas góticas (las de Sade son, es claro, excepcionales), la heroína de Lolita está tan corrompida, o más, que sus corruptores. La ninfa es demonio, la víctima verdugo.
Una lectura más profunda del libro, nos muestra a Humbert Humbert como víctima de ese hechizo demoníaco y reduce su insana pasión por Lolita a términos humanos mucho más generales. En este terreno, Lolita linda con las creaciones de ese otro mártir de la combustión interna (como el mismo Humbert lo califica), con Marcel Proust. Exactamente como en La prisonnière y en Albertine disparue (que Proust había titulado originariamente La fugitive), el amor es un potro de tormento, una pasión unilateral que consume de celos e impotencia al amante, un infierno.
Si en el plano puramente humano es Lolita la horrible víctima de este maníaco que destruye su inocencia y la hunde tempranamente en el sórdido mundo de los adultos, en el plano poético es Humbert Humbert la víctima de esa criatura demoníaca, esa ninfa de doce años, que una tarde de 1947 se cruza en su camino para conducirlo a la condenación eterna. Por eso, aunque superficialmente Lolita pueda parecer otra variación del alma rusa sobre la corrupción de los inocentes -Dostoyevski la intentó varias veces en su vida: en Humillados y Ofendidos casi hace caer a Nelly, en Crimen y Castigo Svidrigaliv sueña haber consumado la violación de Dunia Románovna Raskólnikova; en Demonios (capítulo suprimido por el editor), Stavroguin confiesa haber violado a una niña de doce años que se suicida de horror-, profundamente Lolita es una exploración poética de la pasión demoníaca del amor.

De un mundo soñado a un mundo concreto

Es mucho más. Para el lector de novela es un libro apasionante, a pesar del tono irónico y deliberadamente grotesco en que está escrito. Para el estudioso de novelas, una de las construcciones más sutiles de los últimos tiempos. Vladimir Nabokov (así se llama el autor) tenía en su haber ocho narraciones en ruso antes de haber iniciado Lolita. La primera versión de este tema, escrita en París y en ruso, tenía unas treinta páginas y fue destruida poco después. En ella, el protagonista no conseguía seducir a la menor y se suicidaba, lo que parece una curiosa variante (tal vez humorística) de la confesión de Stavroguin. Ya instalado en los Estados Unidos, y mientras escribía dos o tres novelas en inglés, Nabokov empezó a trabajar en Lolita. Entre 1949 y 1954 le dio término.
No le resultaba fácil (él mismo lo ha reconocido) empezar a los cuarenta años (había nacido en 1899) una carrera de escritor en otra lengua. Es cierto que había aprendido inglés desde niño y que en su infancia, su padre -de la clase alta peterburguesa, liberal y ministro en el gabinete revolucionario de Kerensky- se quejaba de que no supiera leer o escribir perfectamente en inglés. Pero los años de exilio y su vida de emigrado en Europa, acentuaron su tendencia nacionalista, le hicieron estudiar a fondo la literatura de su patria, convertirse en novelista ruso. Sólo el viaje a los Estados Unidos, su transplante a una sociedad completamente nueva, le obligó a abandonar el mundo inventado de su Rusia lejana por el mundo inventado de su América concreta.
En un libro de carácter autobiográfico que publicó en 1951, Speak Memory, paga tributo Nabokov a su nostalgia de una Rusia para siempre abolida; ese universo zarista de familia rica liberal, en que era posible gozar de la vida con una conciencia tranquila y los ojos sistemáticamente ciegos para la miseria sobre la que se alzaba tan luminosa civilización. Pero si el libro autobiográfico, escrito en un estilo doradamente otoñal, que debe mucho, sin duda, a Proust, es el tributo con que se despide Nabokov del viejo mundo, de sus raíces, las novelas escritas en los años subsiguientes, y en inglés empiezan a dibujar ese nuevo universo americano.

Una trama secreta

De ellas, la más feliz tal vez es Pnim, historia aparentemente inconexa de las aventuras cómicas y patéticas de un profesor de ruso en un colegio norteamericano. Todo el mundo de la emigración en el Nuevo Mundo aparece evocado en estampas que tienen la independencia de cuentos pero a las que un argumento subterráneo liga con precisión inflexible. Del mismo modo, en Lolita encontramos esa superficie brillante y dura de la civilización norteamericana, vista por ojos europeos que no acaban de registrar con candor sus barbaridades. Y como en Pnim, una trama secreta recorre el libro y convierte el relato de la pasión de Humbert Humbert por Lolita en una apasionante novela policial.
Porque a lo largo el libro y en contrapunto tan silencioso que sólo una tercera lectura revela completamente, va deslizando Nabokov la figura del otro seductor, del hombre que le robará a Lolita para corromperla aún más. En un pasaje de su confesión se burla Humbert de ciertas novelas policiales francesas que imprimen en bastardilla los datos o pistas que pueden conducir al lector a resolver, antes que el detective, el crimen. En su relato las pistas no sólo no están en bastardilla sino que hay que deducirlas por un sistema que se parece más al de las invenciones filológicas de Joyce en Finnegans Wake que a las celebradas tautologías de Holmes.
Como corresponde a una alegoría que se respete, todos los nombres en Lolita son simbólicos. Sería tarea interminable, y engorrosa, tratar de elucidarlos aquí uno por uno. Baste decir que el de ese seductor abominable, que acaba por llevar a Lolita a una cabaña en que se filman orgías, es Clare Quilty, apelativo no sólo iluminador de su clara culpa. Sino también (por la ambigüedad del nombre Clare) indicador de su naturaleza mixta.

La visión interior

¿Todo esto, se preguntará el lector que haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí, todo esto para decir que Lolita es un libro serio? O meramente que es un libro complejo? La respuesta, como en toda interrogación retórica que se estime, está implícita en la pregunta. No sólo es Lolita un libro serio sino que es uno de los más complejos que se hayan escrito en este siglo. Pero su complejidad y seriedad no derivan de las habituales fuentes. No es serio porque detalle a lo largo de dos mil páginas las cohabitaciones de doscientos personajes (la fórmula que deriva, bastardamente, de La guerra y la paz); no es serio porque explore hasta sus últimas minucias las perversidades sexuales y de las otras de un puñado de locuaces iluminados (Dostoievsky es el padrino involuntario); no es serio ni complejo porque se proponga parodiar todos los estilos narrativos de Homero a la prensa amarilla (casi típico de Ulises); ni lo es tampoco por buscar en una montaña calentada por el sol la respuesta a las preguntas de una civilización en decadencia (Thomas Mann lo hizo en La montaña mágica).
Es serio y complejo por otros motivos. Y esto le permite ser liviano y humorístico, le permite abundar en el grotesco y en el retruécano, le permite condescender al lirismo y a las descripciones vivísimas del erotismo. Porque la seriedad y la complejidad del libro derivan de la visión interior con que Nabokov ha tomado un tema muy pero muy vivo de nuestra sociedad contemporánea, y lo ha mostrado en todo su horror y sordidez pero también en toda su implícita poesía, en toda su tragedia.

Con el permiso de Manzelle Bardot

Por eso los filisteos han puesto el grito en el cielo. No porque el libro sea pornográfico; no porque trate un tema que ninguna niña puede siquiera oír mencionar sin horror, no porque sea un estudio de la degeneración sexual más repugnante. Sino porque es una denuncia urbana, irónica, y profundamente triste, de una de las formas más practicadas de la hipocresía social. El mundo occidental, que ha democratizado la seducción de menores (antes sólo los viejos verdes ricos podían darse esos lujos) y erigido a Brigitte Bardot en el prototipo de la ingenua pervertida, que ha visto burdeles alimentados por liceales (y no sólo en Montevideo, Uruguay) y el espectáculo de la prostitución callejera de menores, los sugar dadies de la gran industrial norteamericana y los refinadísimos viejitos franceses, no puede aprender nada de Lolita.
Salvo la vergüenza.
Pero hay también un esnobismo entre los filisteos. Discutir seriamente las causas de la corrupción de menores (en la realidad, y no entre las cubiertas de un libro) es tedioso. Atacar un libro, y sobre todo si está bien escrito, y sobre todo si el autor no corre el riesgo de ser presidente de una corporación o político militante, no sólo es seguro. Es también vistoso. Nabokov es un solitario. Una pieza digna de ser cazada, clasificada, atravesada con el alfiler de la más pura indignación moral. Y mientras crece la marea de insultos, es un alivio saber que en Charin Cross Road (entre tiendas de anticonceptivos ylibrerías pornográficas) se puede ver a Brigitte Bardot seduciendo imparcialmente al viejito Gabin y al fogoso Franco Interlenghi (En caso de malheur, de Claude Autant-Lara) y en 18 de Julio, a la vuelta de una de las calles más transitadas de Montevideo se luzca la misma ingenua entre los brazos de Stephen Boyd y las miradas lascivas del actor que hace de tío y los virtuosos espectadores.
¿Quién se va a dejar corromper por los signos en blanco y negro de una página de Lolita cuando Manzelle Bardot se ofrece (y hasta en colores) como insustituible ídolo vivo?"

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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