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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Gabriela Mistral : un premio para Hispanoamérica"
En Marcha, Montevideo, Nº 310, 1945.
p. 15.

1

"El Premio Nobel de Literatura correspondiente al año 1945 ha sido adjudicado a Gabriela Mistral. Este es el más elevado de todos los premios que consagran la labor literaria. Es la primera vez que lo obtiene un hispanoamericano. El azar que rige su distribución ha permitido, además, que sea una mujer quien lo reciba. Las tres circunstancias apuntadas -el hecho de consistir en 121.33 coronas suecas, el hecho de recaer en un hispanoamericano, el hecho de recaer en una mujer-, han provocado el unánime y gozoso asombro de todos los lectores del mundo hispano. Vale la pena hacer alguna consideración sobre estos tres puntos.

2

Ignoro, lo confieso, qué solvencia intelectual y crítica pueden poseer quienes otorgan el premio Nobel. Una observación imparcial de la lista de autores consagrados permite inferir que la mera notoriedad o el éxito popular han servido, en la gran mayoría de los casos, de criterio para la elección. El premio Nobel ha consagrado a escritores famosos; accidentalmente ha consagrado a algunos buenos escritores; por lo general, ha olvidado a los escritores más profundos o valiosos de cada literatura. Obsérvese la lista de premios y se verá que la literatura española contemporánea aparece representada por Echegaray (1904) y por Benavente (1922); la literatura francesa por Sully Prudhomme (1901), Rolland (1915), Anatole France (1921), Bergson (1927) y Roger Martin du Gard (1937); la literatura inglesa por Kipling (1907), Tagore (1913), Yeats (1923), Shaw (1925) y Galsworthy (1932); la literatura norteamericana por Sinclair Lewis (1930), O'Neill (1936) y Pearl S. Buck (1938); la literatura alemana por Mommsen (1902), Gerhart Hauptmann (1912) y Thomas Mann (1929). Un primer examen de estos autores representativos -deliberadamente he excluido los autores escandinavos y los de otras literaturas menos numerosas-, arroja un resultado desconcertante; algunos (Martin du Gard, Yeats, Shaw, O'Neill, Mann) son de primera categoría; otros (Benavente, Kipling, Anatole France, Tagore, Hauptmann, Sinclair Lewis, Galsworthy) son autores diversamente estimables; otros (Bergson, Mommsen) poco tienen que ver, estrictamente hablando, con la literatura, aunque sean en sus respectivas disciplinas auténticos valores; finalmente, otros (Echegaray, Pearl, S. Buck) nada tienen que ver con la literatura y con el arte. Pero el resultado parece más desconcertante aún si se comparan los consagrados de cada año con sus contemporáneos no premiados. Así, p. ej., Bergson (en 1927), por su condición extraliteraria está usurpando el premio de un Gide o de un Valéry o de un Claudel; Pearl S. Buck (en 1938), de imaginario valor artístico, suplanta a un William Faulkner o a un Thomas Wolfe; Galsworthy (en el 32) obtiene el premio que correspondía a un Joyce o a una Virginia Woolf. Estas curiosas aproximaciones merecen ser tenidas en cuenta. Resumiendo, el desconcierto provocado por el examen de los premios Nobel arroja el siguiente resultado: el premio ha sido otorgado, casi siempre, a personalidades notorias en el campo literario (o en sus alrededores), notorias por el éxito popular de su obra (Echegaray), por el valor humano de sus producciones (Rolland), por el carácter nacional de su literatura (Selma Lagerlöff); notorias, casi siempre, por valores extraliterarios. Algunas veces el piadoso azar ha querido consagrar algún valor auténtico. Aún así ha buscado a los más famosos, a los más accesibles (Martin du Gard, Shaw). El observador imparcial llega a la melancólica comprobación que el premio Nobel de Literatura no escapa al destino de los premios oficiales, que su consagración es meramente económica.

3

Hace tiempo que Hispanoamérica reclama un premio Nobel y ya no es un secreto para nadie que junto a la candidatura de Gabriela Mistral se habría insinuado la de Enrique Larreta. (Dicen que Gabriela, con hidalguía criolla, con equivocado sentido crítico, afirmó que el premio le correspondería mejor a Larreta). Este premio 1945 colma, pues, los anhelos hispanoamericanos y justifica, por eso, la emoción con que América se apresta a rendir homenaje a su poetisa. No justifica, en cambio, que el lector dé vacaciones a su sagacidad y a su imparcialidad para aplaudir la obra de Gabriela Mistral. Nadie será capaz (creo) de discutir el valor humano de dicha obra. Nadie será capaz, tampoco, de discutir su peculiar sinceridad, su empuje constante, su total entrega en el acto de la creación. (Aunque últimamente esa sinceridad, ese empuje, esa entrega se hayan repetido demasiado sin obtener nada más profundo, más verdadero). Cualquiera puede discutir, en cambio, los dudosos resultados de esta obra. El estudio de la misma revela que Gabriela pertenece a aquellos autores en quienes la intención no corresponde exactamente al logro. Su poesía ha tenido el indudable mérito de iniciar algunos temas desconocidos (o desvirtuados) por la literatura hispanoamericana anterior. Esos temas -Maternidad y Esterilidad, Amor Carnal trascendido en Amor divino, Sacerdocio del Magisterio- han recibido por parte de la poetisa chilena un tratamiento emocional intenso pero no han conseguido el imprescindible, el complementario tratamiento artístico. La originaria intuición poética ha sido ahogada por la materia espesa, ha sido desvirtuada por la incierta eficacia de algunas explosiones sentimentales. Sus más celebrados poemas -p. ej., los Sonetos de la Muerte, el Poema del Hijo, el Nocturno del Descendimiento- sólo son irregulares versiones del tema poético, en las que alternan los hallazgos más finos de la poesía tradicional o anterior con las invenciones más lamentables, expresadas en una lengua áspera cuando debía ser plena, o torpe cuando debía ser rotunda. La afectada dureza inicial de su verso es dureza poética real, es resistencia del material a una mano poco agraciada. A cada rato el lector de sus composiciones más famosas tropieza con versos malogrados, como éstos:

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signos de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

(Sonetos de la Muerte, II)

o como éstos:

Viene un aroma roto en ráfagas;
soy muy dichosa si lo siento;
de tan delgado no es aroma,
siendo el olor de los almendros.
(Cosas, en Tala)

o, finalmente, éstos:

Le sonreíamos entre los otros.
Tenga talla sobre los días,
como es el buey de grande alzada
y el carro junto a las gavillas
.
(Día, de Tala)

Las mejores composiciones de Gabriela Mistral sólo manifiestan eso: una intensidad convincente pero exterior, penosamente mantenida y una imaginería casi siempre ajena (en los buenos momentos, la Biblia, Teresa de Jesús, Tagore, Péguy). Algunas veces, en Ruego o en el Nocturno del Descendimiento obtiene algunos hermosos versos, pero las reminiscencias clásicas son demasiado vivas. En algunos autores, la invención poética (temas, situaciones, personajes, imágenes) supera o sustituye a la creación del estilo (caso de un Cervantes, de un Dostoyevski, de un Melville, de un Kafka). En ellos, el valor estilístico se halla concentrado principalmente en la invención -allí se esconde la fuente de su vitalidad estética. Podría creerse que Gabriela Mistral pertenece a este ilustre grupo. El examen de su obra despoja al lector de esta última esperanza. En Gabriela la invención es mera evocación, a veces feliz.

4

El asombro ante este premio Nobel parece haberse acrecido por el hecho de ser el autor consagrado una mujer. Creo ocioso examinar este punto. Una George Eliot, una Berthe Morisot, una Eleonora Duse, son ejemplos suficientes de que la condición de mujer no está reñida, en principio, con el arte como sospecharon algunos. Es preferible creer, con Virginia Wolf (Un cuarto propio), que las condiciones económico-sociales han cerrado a la mujer, hasta hace muy poco, toda oportunidad de creación artística libre."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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