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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Asteriscos"
En Marcha, Montevideo, Nº 267, 1945.
p. 14.

"* En una nota de su "Journal" (10/X/1919), André Gide juzga con exactitud el "Robert Browning" de G. K. Chesterton -y lo que dice se puede aplicar a toda la obra del inquieto escritor. Dice Gide:

"Algunos distingos muy perspicaces, ahogados en una marea de dialéctica; exasperante necesidad de reducir al absurdo a un adversario imaginario. La mayor parte de sus parágrafos comienzan en este tono: "Es una verdad poco comprendida en nuestro tiempo, etc..." o "ninguno de los estudios de Browning parece haber advertido...", frases por las que parece querer dar rareza a (por lo general) la más banal de las notas. No puedo soportar ese bluff".

* La editorial Sur ha publicado simultáneamente Los siete pilares de la sabiduría y las Cartas de T. E. Lawrence -en ediciones íntegras, en versiones escrupulosas. Se hace conocer así al público castellano una de las figuras más atrayentes, más vigorosas de la lengua inglesa, T. W. Lawrence no fue un "homme des lettres", como Petrarca, como Joyce. Fue, sin embargo, un extraordinario escritor, agudamente consciente del rigor que tal oficio implica. Fue, además, una personalidad compleja, atravesada por graves conflictos morales, por violentas experiencias de la voluntad. Obsedido por el afán de autoanálisis, lo intentó repetidamente con profundidad, con fervor sincero (léase el notable capítulo CIII de Los siete pilares de la sabiduría). En las dos obras que ahora publica Sur, se refleja en su plenitud el hombre, su circunstancia y su acción.

* Ramón Fernández -en unas "Equivalences littéraires" publicadas en la N. R. F. En 1937- caracteriza así "A la recherche du temps perdu": "La novela de Marcel Proust está escrita en tres modos, o mejor, su relato presenta tres aspectos simultáneos que se distinguen según el ángulo de visión o de receptividad: una novela, unas memorias, un tratado de estética". El no haber deslindado claramente estos elementos dispares (deslinde elemental, en ambos sentidos) ha provocado numerosos malentendidos, múltiples confusiones.

* Con irreverencia, no exenta de precisión, Robert Graves y Alan Hodges juzgan así al autor de Canguro: "Lawrence predicó que el Sol era una divinidad procreativa; se esforzó en convencer a la mujer que la felicidad para ella reside solamente en ceder a la locura urgencia sexual de hombres de fornidos lomos y confeccionó para sí mismo una confusa y privada religión con las teosofías incoherentes de Madame Blavatsky, los escritos Yoga de un oscura profeta llamado Pruse, la opinión filosófica que todo es fusión emitida por Heráclito, Bacon y Einstein por Jeans, la antropología de sir James Fraser (cuya Rama dorada es un libro llave para este período) y otros más, las leyendas mejicanas y toda la literatura de los psicólogos freudianos, jungianos y adlerianos. Lawrence carecía del ingenio de Huxley o del humor juguetón de Joyce: vivió una angustiada, patética vida y tuvo un enorme, angustiado, patético séquito. Su más estrecha aproximación a la felicidad fue cuando (en sus últimos días en Taos, Nuevo Méjico) compró una vaca llamada Susana, a la que solía ordeñar con mística devoción". (The Long Week End, 1931).

* La Quimera ha publicado la primera traducción en castellano de "La muerte viene hacia el Arzobispo", novela de Willa Catre. Su autora pertenece a la generación de Theodore Dreiser y Sherwood Anderson, de Sinclair Lewis y Edith Warthon. Es un espíritu fino, cuidadoso del estilo, atento a las proporciones del relato. Algunos de sus cuentos, algunas de sus novelas integran la más digna literatura de ficción norteamericana. No es, sin embargo, una personalidad creadora de primer orden. Su máximas virtud paradójicamente secundaria, "La muerte viene hacia el Arzobispo" (su obra maestra) sirve para ilustrar plenamente sobre las posibilidades y los límites de su creación. Más que una novela es un conjunto de relatos laxamente hilvanados por la presencia -como oyente, como espectador- del protagonista Juan María Latour o de su amigo y colaborador José Levaillant. Como novela -en la que sería preciso trazar una crónica completa de la misión del padre Latour, en la que sería preciso justificar el atrayente título, adecuado apenas para el capítulo final- carece de virtudes elementales: organización general, conflicto o conflictos fundamentales. Abusa, en cambio, de lo meramente anecdótico; practica sistemáticamente el escamoteo; lleva una situación episódica hasta su punto de crisis y allí omite la versión directa sobre los resultados (Véase, p. ej., el libro octavo). Desaprovecha (por incapacidad o por voluntaria decisión) muchos momentos de legítima intensidad. La traducción, de Horacio Laurora, es correcta; la edita Emecé (Bs. As., 1944). De Willa Catre se puede leer en castellano con interés "Una dama perdida", novela, en la versión de León Felipe, y con poco entusiasmo, "El funeral del escultor", cuento, en la "Antología del cuento norteamericano", de Lenka Franulic."

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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