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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo
 

"Borges: Teoría y práctica"           
Texto extraído de Narradores de esta América
Editorial Alfa, Buenos Aires, 1976
Tomo 1, p. 187 - 235
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"Primera parte

Michel Foucault hace arrancar Les mots et les choses de una cita (tal vez apócrifa) de una enciclopedia china que figura en uno de los ensayos de Borges. A través de un escritor argentino, el filósofo francés descubre una cierta versión del Oriente y encuentra un estímulo para su pensamiento original. Si se aclara que Borges estudió esa enciclopedia (u otra parecida) en Ginebra, en una biblioteca de sinología que ahora está en Montevideo, se tiene el cuadro más breve posible de lo que cabría llamar el exotismo de Borges. Que un escritor, nacido en Buenos Aires y educado en Suiza, ávido consumidor de libros ingleses desde su infancia, bibliotecario de una pequeña biblioteca municipal antes de serlo de la Nacional, haya servido para señalar a Foucault un camino del pensamiento, puede considerarse una prueba más de ese azar que rige el mundo de sus ficciones y poemas. Pero lo que quiero subrayar aquí ahora es otra cosa: ese argentino en cuyas ficciones hay héroes escandinavos y orientales, en cuyos ensayos se vinculan en la misma frase Béranger con Robert Louis Stevenson y con Bartolomé Hidalgo, desmiente por su mera existencia física uno de los mitos más arraigados, dentro y fuera de la América Latina: el del escritor latinoamericano. El exotismo de Borges consiste en no conformarse a ese mito.

Durante mucho tiempo se creyó que un escritor latinoamericano debía ser un caballero más o menos mestizo y de ambiciones hidalgas, un señor cuyo francés o inglés podía no ser impecable pero cuya cultura libresca sí lo era; un literato que escribía (tal vez en Madrid o París) sobre la tierra nativa, los pobres indígenas explotados, el abundante color local de la pampa o la selva o la montaña. Borges pareció negarse desde el comienzo a reproducir dócilmente esa imagen. Uno de sus primeros poemas exalta la Plaza Roja de Moscú, uno de sus primeros ensayos está dedicado a promover el mejor conocimiento del Ulysses, de Joyce, una de sus primeras ficciones ocurre en la India. Es cierto que también entonces el joven Borges escribía sobre Ascasubi o sobre el suburbio porteño, pero si lo hacía era con la misma imparcialidad estética que comentaba la Hydriotaphia de Sir Thomas Browne o evocaba el (para él desconocido) delta del Mississippi. Borges, no hay que olvidarlo, empezó a escribir hacia 1920 con una idea muy clara de la literatura y del oficio de escritor. Para él, oh maravílla, un escritor sólo crea un mundo imaginario y ese mundo no tiene otras fronteras que el escritor mismo, que su experiencia, real o fingida, que su felicidad o infelicidad para soñar palabras.

El exotismo de Borges consiste, pues, en algo elemental. En la conocida frase "escritor latinoamericano" Borges supo poner el acento en la palabra "escritor". Los que en América Latina habían traficado con el color local, con el telurismo y el indigenismo, con la nacionalidad como salvoconducto para la mala literatura, se vieron de golpe desmentidos por este joven que no olvidaba que su abuela era inglesa ni que él había aprendido el alemán en Suiza, que su patria (esa Argentina en la que tiene enterrados tantos antepasados) era tierra de aluvión, tierra en la que se entrecruzaron durante siglos gentes venidas de muy lejanas lenguas. Su exotismo entonces consiste en ser un escritor antes que un latinoamericano.

Por eso, Europa ha tardado tanto en descubrir a Borges. A pesar de que ya en 1925 Valéry Larbaud leyó su primer libro de ensayos (Inquisiciones) y quedó maravillado; que ya en 1933 Drieu la Rochelle visitó Buenos Aires y aseguró que "Borges vaut le voyage"; que ya en 1944 Roger Caillois divulgó sus primeros cuentos en versión francesa en una revista de la Francia Libre que se publicaba en Buenos Aires, y que ya en 1951 Etiemble lo redescubría en un largo artículo publicado (nada menos) que en Les Temps Modernes. Pero cada vez que Borges asomaba en Francia, o en otros lugares de Europa (hay descubrimientos ingleses que son paralelos a estos franceses), los críticos decidían que este escritor latinoamericano no era bastante "latinoamericano". Le faltaban el telurismo y la pasión, los descuidos gramaticales y el arrebato cósmico. Le sobraban la lucidez y las citas con precisión del número de página. No era bastante exótico.

Esta línea, por increíble que parezca, fue también la de muchos lectores latinoamericanos y culminó en 1955 en una orgía de censuras que promovieron ciertos jóvenes escritores argentinos que bauticé de "parricidas" en un estudio publicado por aquellos años. Para aquellos jóvenes, Borges representaba una literatura desarraigada, una literatura "no comprometida" y bizantina, una literatura de espaldas al país y a la América Latina. Ellos (que habían leído a Sartre en el exilio dorado de Saint-Germain-des-Prés) acusaban a Borges de no ser bastante argentino. Es decir: latinoamericano. Los argumentos de cierta crítica europea eran invertidos y utilizados contra Borges. Su exotismo de "extranjero" era proclamado. Se le pedía indiscretamente que se volviera a Europa y dejara la Argentina a los argentinos.

Todas estas confusiones representan sólo un aspecto de la irradiación de la obra de Borges en el mundo. El error de los europeos (que no lo veían bastante exótico) y el de los argentinos (que sólo lo veían exótico) proviene, a qué negarlo, de un error más general y básico: el de considerar la literatura como lo que no es sino accesoriamente: como testimonio de un tiempo y de un lugar, como documento humano, como "realidad". La literatura puede ser todo eso para el historiador, para el sociólogo, para el político. Pero para el creador literario la literatura es ficción, es poesía, es pensamiento. Pero sobre todo es lenguaje. Si los críticos de Europa o de América se hubieran tomado el trabajo de leer a Borges habrían descubierto que lo que Borges ha creado, ante todo, es eso: un lenguaje.

Muchos lo descubrieron desde el principio y gracias a estos tempranos viajeros el mundo de Borges se hizo accesible y transformó la lengua latinoamericana, enriqueció su sistema de referencias, amplió su universo imaginario. Cuando Borges empezó a escribir, la prosa castellana ya había sido sometida en América Latina durante más de un siglo a un proceso de transformación, muy riguroso y severo. Ese proceso lo inicia el venezolano Andrés Bello en Londres, hacia 1820; lo continúa el argentino Sarmiento en Chile, hacia 1840; lo perfecciona el cubano Martí en Nueva York, hacia 1880, y lo lleva a una primera culminación Rubén Darío en toda América e incluso en España, a fines del siglo XIX. La prosa española del siglo pasado es adiposa, sufre de arteriosclerosis y a cada párrafo se le hinchan las articulaciones. Es una prosa que está siempre pronunciando discursos, que repite treinta veces lo obvio, que se complace en agotar el diccionario de sinónimos, que cree que una lengua es tanto más rica si tiene más palabras para designar una misma cosa. Dentro o fuera de la Academia, a favor o en contra del Diccionario, Bello y Sarmiento y Martí y Darío arremeten contra esa prosa vieja y envejecida y la van transformando. En este siglo, el mexicano Alfonso Reyes y la chilena Gabriela Mistral continúan el proceso de apasionada conversión. Pero es Borges el que toma en sus manos el idioma castellano y lo convierte en un instrumento de aterradora eficacia.

Su formación británica le enseña el desprecio de las convenciones gramaticales y el asalto a los diccionarios, le hace abundar en neologismos y aligerar la sintaxis. Su formación francesa le pone la lucidez del pensamiento como meta, la economía verbal y la precisión como postulados. Pero es la libertad del que escribe en un mundo realmente nuevo la que le impulsa a inventar su propio camino lingüístico. No es casual que en sus primeros ensayos Borges explore el lenguaje barroco de los clásicos (Quevedo, Villarroel) al mismo tiempo que investigue el lenguaje popular argentino (los gauchescos, Carriego, el tango). No es casual que se apoye en los lógicos ingleses o los metafísicos alemanes para buscar la raíz del pensamiento lingüístico. No es casual que aproveche el psicoanálisis junguiano para crear en su ficción todo un sistema metafórico de símbolos que es la clave de su obra. No es casual que traduzca a Virginia Woolf (el Orlando), a Franz Kafka (La metamorfosis), a Henri Michaux (Un bárbaro en Asia), a William Faulkner (Las palmeras salvajes) y que durante muchos años sueñe con traducir Ulysses.

La invención de Borges, pues, es la invención de un lenguaje y a través de ese lenguaje, la invención de un mundo. A partir de 1925 nadie en América Latina puede seguir escribiendo como antes. Y si muchos se empecinan en acumular espesuras y exasperar la paciencia del lector, Borges libera a los mejores de los prejuicios de una retórica muerta y enterrada. Borges poeta descubre que hay una dicción argentina y que esa dicción está mejor expresada en las letras de tango que en la poesía culta, más o menos imitada de la española. Borges narrador descubre que el realismo es una convención literaria estratificada en el siglo XIX, que la gran literatura occidental (para no hablar de otras) no es realista. Borges ensayista revela la inutilidad de la crítica literaria "comprometida", pone el acento en el análisis del lenguaje, explora la irrealidad del mundo real.

A partir de Borges la literatura latinoamericana es otra. Él crea un espacio literario en que es posible entenderse con nuevas palabras. Su huella aparece en el Carpentier de El reino de este mundo pero aparece también en el Sábato de Sobre héroes y tumbas; está presente en el Cortázar de Rayuela como en el García Márquez de Cien años de soledad; asoma en La región más transparente, de Carlos Fuentes, como en Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante; está en La vida breve, de Juan Carlos Onetti, y en La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa; puede advertirse en Severo Sarduy (De dónde son los cantantes) así como en Manuel Puig (La traición de Rita Hayworth). Si hubiera que encontrar un común denominador lingüístico a todas estas novelas de tan distinto origen geográfico y estilístico, ese común denominador sería Borges. Y lo mismo podría decirse de la prosa ensayística o de la poesía. Borges está en Octavio Paz como está en Nicanor Parra, en Homero Aridjis como en Guillermo Sucre. Borges es como la filigrana que por transparencia se puede encontrar en el papel en que escriben hoy los mejores latinoamericanos.

Esa influencia ha generado también su parte de sombra: los borgistas o borgianos. Esos adoradores de su literatura que llegan casi hasta el plagio, son meros fabricantes de mundos paralelos y facsímiles más o menos borrosos de sus espléndidas invenciones; son reproductores de sus tics, de sus arbitrariedades, de sus manías, de sus maneras. Tales discípulos han confundido las cosas y han creado una justificable reacción. Pero ya no es posible seguir confundiéndolos con el maestro, ni (menos aún) es posible demoler a Borges por lo que hacen esos descarriados. Más saludable parece encararse, al revés, con los que han creado una obra a contrapelo de su influencia. Muchos de los mejores escritores arriba citados han escrito para negarlo (como Sábato) o para superarlo (como Cortázar). Pero lo que aquí importa subrayar es eso: existen a partir de Borges. Con lo que se llega a la última paradoja: este escritor argentino que no parece bastante exótico para cierto tipo de crítico europeo, o que es totalmente exótico a cierto tipo de crítico latinoamericano, es uno de los escritores más "latinoamericano" que se pueda imaginar.

Ahora pongo el acento en el adjetivo. Porque, ¿dónde sino en esa Babel cosmopolita que es Buenos Aires puede darse un especialista en las primitivas literaturas germánicas que sea, también, especialista en el tango y en la poesía gauchesca, y que sea también especialista en Dante y en Cervantes, y que sea también especialista en Hume y en Schopenhauer? El cosmopolitismo de Borges no es sino la reflexión en el campo de la literatura del cosmopolitismo de Buenos Aires: ciudad fundada por españoles en tierra indígena, poblada por franceses aventureros, por ingleses e irlandeses que trajeron los ferrocarriles, por cientos de inmigrantes gallegos y napolitanos, espacio generoso de una nueva humanidad. Basta poner a Borges al lado de Nabokov, por ejemplo, o de Gombrowicz, para entender de qué otra raza de cosmopolitas es este argentino. Por más que Nabokov escriba en inglés y ahora viva en Suiza después de haber vivido en Rusia, en Alemania, en Inglaterra, en Francia y en los Estados Unidos, su visión sigue siendo la de un desarraigado: es decir, un exiliado, un hombre que ha perdido su tierra natal. Lo mismo cabe decir de Gombrowicz. En cambio Borges está profundamente arraigado en su tierra argentina y es desde esa orilla barrosa del Plata que contempla el universo entero. Cada europeo lo ve como un europeo porque cada uno descubre lo que él tiene de suyo. Un francés se maravilla de lo que Borges sabe de Victor Hugo, un italiano de su conocimiento de la Divina Commedia, un inglés de su familiaridad con la metafísica del obispo Berkeley. Esa multiplicidad le está negada a un europeo. Eso sólo lo puede lograr un argentino.

Pero para Borges ser argentino es sólo un punto de partida. Desde Buenos Aires él sale hacia un mundo que no está hecho de geografía ni de historia sino de palabras. Es el suyo un mundo construido sobre libros y sobre lo que los libros dicen y cómo lo dicen. Al descubrir (por enésima vez después de Homero) que la literatura está hecha antes de todo de lenguaje, Borges sirvió sobre todo a la causa de las letras latinoamericanas. Pero su hazaña (ahora se empieza a entender en todo el mundo) sirve a la causa de las letras tout court. Es decir: sirve a la literatura. Por eso está bien que Foucault arranque de Borges y que haya tenido la suprema habilidad de no escribir: "Borges, I'ecrivain argentin..." A Foucault le basta con decir Borges. Eso ya es suficiente."

(1967)

 

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 

 


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