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Biografía

Mientras que prácticamente se han ido borrando de nuestra memoria colectiva los recuerdos de la lucha amarga, prolongada y heroica de la mujer, para obtener el reconocimiento de su condición humana, de su capacidad civil y política, de una dignidad similar a la que el hombre se había reservado en exclusividad; mientras que todo ello va cayendo en el olvido, ciertas expresiones de esa lucha han adquirido una forma sublimada, que las rescata para el futuro. En efecto, no todas las expresiones visibles del proceso de emancipación femenina estuvieron constituidas por la progresiva incorporación de la mujer al mercado de trabajo y al sistema educativo o por polémicas dinámicas a propósito de sus derechos civiles y políticos. Hubo otra forma de evadirse de la sujeción, enfrentarla o eludirla, de sentirse indiferente a ella o deslizarse olímpicamente por encima, para asumir la propia responsabilidad. De este tipo de expresiones, la vida y la obra de María Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924) constituye el primer ejemplo con real significación, del que corresponde destacar desde su rebeldía en la vida diaria contra toda imposición exterior, hasta su manera exótica de vestirse, expresarse y su modo peculiarísimo de andar. Ni María Eugenia ni Delmira Agustini asistieron nunca a un instituto de enseñanza ni siquiera primario. Estudiaron como era habitual, pero sobre todo en casa, rudimentos de primeras letras, música y pintura. Lo demás lo fueron adquiriendo por sí mismas.

María Eugenia, no obstante sus resistencias, ocupó el cargo de secretaria de la Sección Femenina de Enseñanza Secundaria y fue profesora de literatura allí mismo. En sus cursos, muy singulares, nada pedagógicos, las alumnas quedaban libradas a sí mismas, mientras ella parecía ausentarse, displicente, por lejanos mundos. Sus mejores clases, aquéllas en que se encontraba en su propio elemento, se desarrollaban cuando, ante la insistencia de sus alumnas, recitaba sus propios poemas, con voz grave y suavísima al mismo tiempo. Quienes la conocieron de cerca pudieron captar mejor que aquellas alumnas, demasiado jóvenes, su personalidad. "Pocas veces habré visto otros que tuvieran más esa cosa indecible de dimensión interior", dice Carlos Sabat Ercasty. Para Crispo Acosta fue "desconcertante y naturalísima", "con su figura bohemia y soberana".

Esa bohemia también se pone de manifiesto en la forma dispersa con que dejó que se publicaran, por otros, sus poemas, algunos de los cuales a veces, olvidaba, así como cartas de amor, sobre el escritorio junto al cual daba sus clases. Vivió efectivamente en una "isla de los cánticos". Se independizó por medio de la "Resurrección" en su lirismo, rechazando un modo de ser o de vivir que la asfixiaba. La altiva rebeldía conceptual, metafísica, no le hacía perder la serena, olímpica y ornamental forma de expresión. Fue su manera de intentar restablecer el equilibrio quebrantado por el mundo que la rodeaba, aunque tuviera conciencia de cierta inutilidad de su esfuerzo. No puede separarse su poesía de aquel su andar ondulante, como quien ha perdido su itinerario sobre los caminos concretos de la vida real inmediata, embozada en su hurañez, planeando entre la suavidad de su tristeza y las reticencias de su desconcertante ironía, sin poder partir del todo desde él. Esa fue, en definitiva, su manera singular, paradójica, de emancipación personal que no tenía ninguna vinculación directa con la organizada prédica feminista pero que no pudo escapar a ella, en su incidencia esencialísima.

En Ofelia Machado Bonet, Sufragistas y poetisas. ENCICLOPEDIA URUGUAYA Nº 38, Montevideo, junio de 1969, p. 158.

 

Archivo de Prensa
Licenciatura en Ciencias de la Comunicación
Universidad de la República
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