|   | "Recuerdo a Emir como mentor, amigo, colega"Por Richard Morse
 Extraído de Homenaje a Emir Rodríguez Monegal
 Traducción del inglés por Beatriz Pereda
 Montevideo, Ministerio de Educación y Cultura, 1987
 p. 74-81
   
   Richard MorseMontevideo, 1988.
 Foto: Isaac Behar
     "Desearía poder ofrecerles una biografía intelectual 
              de Emir durante los veinte años que lo conocí, aunque 
              sea en pequeña escala. Pero, lamentablemente, carezco de 
              ese don y, además, si uno no intenta ser un Boswell, se pierde 
              demasiado. En esta oportunidad puedo ofrecer poco más que 
              mis credenciales como testigo, un testigo de que "yo estuve 
              allí" y, para mí al menos, esto es lo más 
              importante. Para comenzar, difícilmente puedo alegar haber entendido 
              a Emir: quién fue y qué era lo que se proponía. 
              Mis instintos pudieron haberlo registrado en una buena medida, pero 
              al verbalizarlo me encuentro acudiendo al viejo 
              papel del historiador como cronista *. Mi vinculación con Emir comenzó durante mis años 
              en Yale. Poco después de haber llegado allí, en 1962, 
              donde los edificios góticos de los años 30 parecían 
              adelantarse a Oxford, Yale logró comprometer sus obligaciones 
              anglófilas y europeófilas suficientemente como para 
              dar entrada menor a los estudios del "Tercer Mundo" (además, 
              el nuevo presidente de la institución rompió con el 
              rechazo de sus predecesores a aceptar las condiciones del Gobierno 
              Federal, consideradas de "interés nacional" ). Antes de darme cuenta, se me ordenó dirigir un programa 
              de estudios latinoamericanos que requería dinero fácil 
              del gobierno y un paquete integrado por dinero fácil y dinero 
              más controlado de la Fundación Ford. El dinero fácil 
              debía usarse en soborno a los estudiantes y colegas para 
              programas camuflados y como anzuelo para exponer en la vidriera 
              a distinguidos intelectuales. Se disponía del dinero más 
              controlado para financiar las cátedras de los candidatos 
              que sobrevivirían al desfile de moda que se realizaba en 
              las vidrieras. Lamentablemente, los patrocinadores no subsidiaron 
              todas las cátedras que definimos. Por nuestra parte, habíamos 
              negociado cuatro cátedras para los estudios latinoamericanos 
              y africanos, pero solamente tres fueron las patrocinadas. Sin embargo, 
              se mantuvieron las cuatro definiciones, dada la oposición 
              o impotencia de la administración de la Universidad para 
              tomar decisiones intelectuales, o incluso decisiones con sentido 
              común (en realidad, el Gobierno Federal rehusó, incluso, 
              crear el programa africano porque Yale rechazó la introducción 
              del estudio de las lenguas africanas). Latinoamérica y África 
              recibieron, cada una, dos "definiciones" de cátedra, 
              una en Ciencias Sociales y una en Humanidades, con la garantía 
              de que, por lo menos, cada una podría ocupar una cátedra. 
              Por la tercera cátedra tendríamos que competir en 
              base a criterios que, salvo los de política, estaban lejos 
              de ser cristalinos. No tiene lugar aquí la historia del concurso 
              para la tercera cátedra, debido a que yo estaba en situación 
              de orientar la prioridad de la elección latinoamericana hacia 
              las humanidades y esta elección tendría que ser Literatura 
              dada la hegemonía de George Kubler en Arte, la resistencia 
              de los Departamentos de Música y Filosofía en reconocer 
              a Latinoamérica y, sobre todo, a un antagonismo mutilador 
              dentro del presunto Departamento de Español y Portugués, 
              que lo había obligado a permanecer bajo el históricamente 
              familiar dominio Borbón del Departamento de Francés. 
              Mi cometido, si yo elegía aceptarlo (en la medida de "Misión 
              Imposible"), era el de mediar con la dicotomía entre 
              los iberoamericanistas, sus señores galos, mi Consejo Interdisciplinario 
              de Estudios Latinoamericanos, las arrogantes presunciones de un 
              comité general de la Universidad y mis propias convicciones 
              en cuanto a los requisitos del cargo. Mis convicciones incluían lo siguiente: 1) la Literatura, 
              tal como yo la había aprendido como estudiante universitario, 
              en los cursos de Allen Tate, y R. P. Blackmur, era un don y no un 
              artículo de consumo; 2) la Literatura latinoamericana no 
              debería ser estudiada como un reflejo de la de Zola, Joyce 
              y Faulkner; 3) la Muralla China entre la literatura española 
              de América y la literatura brasileña debía 
              ser derribada; 4) la hora había pasado para los monstruos 
              débiles y negligentes, tales como los que Don Federico de 
              Onís había reunido durante mis años en la Universidad 
              de Columbia: pensadores carismáticos tales como Germán 
              Arciniegas, Arturo Uslar Pietri, José Antonio Portuondo y 
              Andrés Iduarte. Los "grandes monstruos débiles 
              y negligentes" de Henry James eran, a pesar de gran sabiduría 
              y vitalidad, aquellos novelistas cuyos trabajos estaban saturados 
              de "lo accidental y lo arbitrario". ¿Qué, 
              preguntaba James, significaban ellos artísticamente? Su propio 
              deleite residía en una forma orgánica. 5) dado el 
              estado del arte en los Estados Unidos, probablemente deberíamos 
              reclutar a un latinoamericano. El nombre de Emir era todavía para mí un eco de un 
              planeta distante (en realidad Cambridge, Massachusetts). De manera 
              que el primer candidato que produje fue Antônio Cándido 
              quien, cordialmente, consintió en visitar New Haven camino 
              a Brasil luego de un año en la Sorbonne. Al instruirlo para 
              su almuerzo con el presidente de Lenguas Romances (seguramente un 
              francés), lo insté a hablar sólo en su impecable 
              francés, en centrar su conversación en François 
              Villon y Tristan Tzara, en explicar las corrientes del estructuralismo 
              parisino y en pronunciar las palabras portuguesas y españolas 
              con acento francés. Cuando llegó la mousse de chocolate, 
              ya tenía puesto. Sólo que no lo quería: el 
              trabajo, no la mousse. Había mucho que hacer en Brasil y 
              muy poco en Yale. Pero él, abrumadoramente, se ajustó 
              a mis planes. Cuando lo había conocido en Brasil, en 1947 
              (todavía no tenía 30 años), me mostró 
              sus estantes con colecciones completas de Kenyon, Sewanee, Partisan, 
              Southern y demás. Había presentado a T.S. Eliot en 
              cinco conferencias públicas. Me deslumbró con su exégesis 
              de las últimas novelas de Henry James. Se disculpó 
              por su momentánea pasión por Thackeray. Todo esto es un prólogo y no un rodeo. Sabía que 
              Antônio Cándido no era una solitaria Sor Juana Inés. 
              Él debía ser el heraldo de una nueva especie. Si yo 
              hubiera conocido a Emir antes de A.C., él habría sido 
              el ángel anunciador. Y, finalmente, conocí a Emir 
              en la conferencia de Venezuela auspiciada, a mediados de la década 
              del 60, por la algo espectral "Inter American Foundation for 
              the Arts" de la cual ha hablado Gustavo Sainz. Era una reunión 
              de "gente encantadora" de todo el hemisferio, entre las 
              cuales estaban Nicanor Parra y Robert Lowell quienes leyeron sus 
              poesías ensemble, precisamente para dar el tono. Para mí el participante más encantador fue Emir Rodríguez 
              Monegal. Una media hora de conversación con él, en 
              el balcón tropical de un hotel internacional tipo torre, 
              propenso a los terremotos, fue suficiente para convencerme que allí 
              estaba el Galahad para nuestro "programa". O, por lo menos, 
              él satisfacía ampliamente los criterios intelectuales. 
              ¿Pero qué pasaba con los criterios políticos, 
              dada la irreconciliable fisura dentro del dominio ibérico 
              de nuestro Departamento de lenguas romances? Como se dio la oportunidad, 
              se llamó a Emir para trabajar en semejante arena. Sucedió 
              que Fidel Castro había enviado un cable a la reunión, 
              urgiendo a los invitados latinoamericanos a retirarse inmediatamente 
              y rehusarse a ser los lacayos del imperialismo americano (nuestra 
              reunión fue patrocinada por los supermercados A&P). Por 
              una vez nosotros, los gringos, podíamos sentarnos cómodamente 
              al costado de la cancha mientras que Emir era elegido para presidir 
              la discusión sobre la redacción del cable de respuesta. 
              Nuestros colegas latinoamericanos, muy felices de estar alojados 
              en un lujoso hotel de la costa, no aceptaron, ninguno de ellos, 
              la desinvitación de Fidel, argumentando que no estaban sometidos 
              a los caprichos de un pretencioso caudillo del Caribe. Emir presidió con fineza y honor irónico. Supe en 
              ese momento que él podría manejar el desafío, 
              más difícil, que significaba el ala ibérica 
              de las lenguas romances en Yale. Emir recibió su año 
              como Profesor Visitante cuando, a medida que el eufemismo transcurría, 
              podía "ver si gustaba de nosotros". Cualquiera que fuesen sus aprehensiones y recuerdos de otros tiempos 
              y lugares aceptó que su nombre fuera propuesto para la cátedra 
              patrocinada por la Ford. Mi bautismo de fuego vino cuando tuve que 
              hacer mi declaración ante el comité de cargos de la 
              Universidad. Lo enfrenté armado solamente por mi conocimiento 
              del desempeño sobresaliente de Emir como director de Marcha 
              y Mundo Nuevo, de que había enseñado en Harvard 
              y trabajado en Inglaterra y París y de la lectura que había 
              realizado de la copia muy usada de su librito, El juicio de los 
              parricidas, que estaba en la Biblioteca de Yale. Su libro sobre 
              Neruda todavía no había llegado ni a mí ni 
              a Yale. Basándome en esas disperses evidencias, construí 
              una imagen imponente del genio literario, confiado en que mis oyentes, 
              no versados en la lengua de Cervantes, no se molestarían 
              en verificar mis afirmaciones. El punto delicado surgió al 
              aparecer que Emir no poseía doctorado. Expliqué lo 
              mejor que pude la idiosincrasia de la educación superior 
              en Uruguay y, entonces, pensé en preguntar a mi audiencia 
              si ellos rechazarían otorgar un cargo a Edmund Wilson simplemente 
              porque él no tenía el Ph. D. Entendieron mi punto 
              de vista y Emir pasó airosamente.   
   Richard MorseMontevideo, 1988
 Foto: Isaac Behar
       Para mí, Emir era un caballo de Troya o la bomba de un terrorista 
              a ser contrabandeada a través de los aparatos detectores 
              de la inspección en los aeropuertos. Su papel era el de debilitar 
              las disciplinas de los Departamentos, para trasladar a la literatura 
              latinoamericana desde la periferia al centro y, para completar, 
              el de darle un ganso fuerte a la Vieja Madre Yale. En todo, él excedió mis más queridas expectativas. 
              Nuestra conspiración fue tramada tomando martinis (quizás 
              Emir bebió whisky escocés -uno tiende a ser egocéntrico 
              en tales asuntos) y comiendo sandwiches suculentos de pastrami en 
              un restaurante memorable; lo recuerdo, estaba en Orange Street. 
              Fue en una de esas comidas que formuló la pregunta de cómo 
              poner en conocimiento de la comunidad de Yale que, para los standards 
              tradicionales de Nueva Inglaterra, él estaba involucrado 
              en un arreglo doméstico un tanto irregular. Posiblemente 
              fue la única ocasión, durante nuestra amistad, en 
              que buscó mi consejo. Lo único que pude decir fue 
              que había que evitar hacer un banquete de gala inaugural 
              con posavasos llamativamente identificados y atenerse a encuentros 
              sociales informales, para dar a entender un sentido borroso de un 
              fait accompli. Detrás de las fachadas góticas 
              y las serias reuniones con jerez, existían, como Emir pronto 
              descubriría, escenas de traiciones y libertinajes al lado 
              de las cuales sus pecadillos quedarían en nada. En otro de nuestros memorables almuerzos tomamos la decisión 
              de realizar un seminario juntos y garabateamos en las servilletas 
              de papel los nombres de veinte autores sobre los cuales discutiríamos. 
              He resucitado de mis archivos una única y sobreviviente copia 
              de la hoja de esas nóminas. No tiene ningún título 
              de curso sino solamente: HISTORY 208 b/SPANISH. - 4 de febrero: Jefferson y Bolívar (RMM).- 11 de febrero: Emerson y Rodó (ERM).
 - 18 de febrero: Hawthorne y Machado de Assis (RMM).
 - 25 de febrero: Whitman y Neruda (ERM).
 - 4 de marzo: Mark Twain y Güiraldes (RMM).
 - 11 de marzo: Emily Dickinson y Gabriela Mistral (ERM).
 - 18 de marzo: Henry George y Mariátegui (RMM).
 - 25 de marzo: Faulkner y García Márquez (ERM).
 - 1 de abril: Robert Penn Warren y Asturias (ERM).
 - 8 de abril: Richard Wright y Pozas (RMM).
 De alguna manera, supongo, se esperaba que los estudiantes sabrían 
              qué libros debían leer, y los leyeron. Fue una tarea 
              pesada para dos meses. Luego, en las últimas semanas, les 
              dejamos tiempo a los estudiantes para que formaran sus propias combinaciones. 
              La que recuerdo más claramente fue una comparación 
              muy sensitiva entre Langston Hughes y Nicolás Guillén. 
              Espero que nuestra sociedad haya hecho el uso apropiado de su dotada 
              autora y ella de su talento. Nuestra sesión de apertura recorrió los siglos de 
              manera muy alusiva. Se proponía, en parte, ahuyentar a los 
              pusilánimes. Efectivamente, los propósitos del curso 
              eran -a partir del programa- claros como el cristal. Sin embargo, 
              pensándolo bien, podían volverse tremendamente retorcidos. 
              Emir debe haber entrado en las complejidades e ironías del 
              tema Ariel - Calibán que ya lo había intrigado; mi 
              memoria vacila, y yo, probablemente, hice un comentario sobre el 
              tema "invención de América", más 
              bien más impenetrable y germánico que la versión 
              original de Edmundo O'Gorman. En todos los casos una gran tripulación, 
              tal vez dieciocho o veinte, permanecía a bordo. Tanto fue 
              así que insistían en continuar nuestras reuniones, 
              en un lugar clandestino, cuando ocurrió una suspensión 
              de tres semanas de clases durante la turbulenta primavera (1970) 
              de las Panteras Negras. Y esto a pesar del militante futurismo de 
              los estudiantes y el obstinado historicismo de sus dos guías. Con Jefferson - Bolívar tratamos de establecer un contexto, 
              mostrando cómo dos estadistas, formados en dos ambientes 
              históricos divergentes, fueron forzados a crear dos conjuntos 
              de `ideología' a partir de una base común de ideas 
              transatlánticas. Con Emerson - Rodó permanecí 
              de lado, en tanto Emir infundía sabiduría y humanidad 
              en la prosa que siempre había imaginado como almidonada. 
              Era difícil encontrar una pareja para Machado. Finalmente 
              apuntamos a la Scharlet letter de Hawthorne, la cual, por 
              lo menos, nos dio un triángulo adúltero para comparar 
              con un Don Casmurro; y desde allí podíamos 
              ir a los problemas morales. Whitman - Neruda era, por supuesto, 
              el ámbito privado de Emir. Para Twain - Güiraldes usamos 
              Huckleberry Finn y Don Segundo y uno puede imaginarse 
              cómo Emir lo manejó. Dickinson - Mistral, otra vez 
              Emir; George - Mariátegui fue mi invención para comparar 
              una sociedad en donde una simple reforma de impuestos era la clave 
              para la utopía (compárese los Estados Unidos en 1986) 
              y otra sociedad en donde el terapeuta debe ahondar en la antropología 
              amerindia, Marx y el Ultraísmo de Borges, Faulkner - García 
              Márquez y Penn Warren - Asturias; aquí todos nuestros 
              temas estéticos, morales, históricos, sociológicos, 
              psicológicos y mitológicos se fundían en un 
              crescendo wagneriano y, con Wright -Pozas, nosotros terminamos en 
              compañía del hombre común y con la paradoja 
              de que una sociedad autoritaria puede ofrecer a los oprimidos un 
              juego más amplio de estrategias para sobrevivir que el que 
              da una sociedad "democrática". Si alguna vez yo 
              escribiera "La Educación de Richard Morse", este 
              semestre con Emir sería un capítulo capital. En 1978 Emy y yo nos mudamos a Stanford y mi asociación 
              con Emir fue interrumpida temporariamente -pero, como verán- 
              no de modo irrevocable. Ahora mi confesión. Mi estadía 
              en Stanford se transformó, por coincidencia, en mi paréntesis 
              Ángel Rama. Aun en esta ocasión conmemorativa, no 
              necesito ocultar este hecho. Con su manera lúdica Clio decidió 
              crear esta polaridad en la historia cultural latinoamericana, así 
              como creó Sarmiento - Alberdi o Mariátegui - Haya 
              de la Torre, ¿y cuál hubiera sido nuestra historia 
              sin sus traviesas tretas? En 1979, un asociado al Programa del Centro Wilson en Washington 
              me llamó. Resultó ser, proféticamente, para 
              preguntarme si yo quería participar en un seminario sobre 
              el "Más allá del Boom" y a quiénes 
              propondría como participantes. El nombre obvio que vino a 
              mi mente fue el de Emir. Cuando lo mencioné, mi interlocutor 
              tosió discretamente y contestó que tendría 
              que consultar. Me volvió a llamar para decirme que el organizador 
              de la conferencia se desmayaría si Emir participaba. Bueno, 
              pensé, no hay explicación para las alergias. Yo participé, 
              llevando un trabajo anárquico que nunca publicaron en las 
              actas (aunque ahora que tengo poder quizá lo impondré 
              a los lectores). En Washington descubrí que el organizador 
              de la conferencia era Ángel Rama que, ciertamente, había 
              sido un nombre conocido para mí, aunque yo estaba más 
              familiarizado con los escritos socio-históricos de su hermano 
              Carlos. Nos llevamos espléndidamente y, a la larga, Angel 
              me pidió que contribuyera con un bloque de granito al Escorial 
              de su magnífica colección de Ayacucho (en esa oportunidad 
              me excusé porque carecía de los músculos para 
              ser un picapedrero). Más tarde, en 1982, tuvimos a Ángel 
              en nuestro Simposio Urbano, en Stanford, en donde su comunicación 
              fue el germen de su póstuma La ciudad letrada. En 
              esta oportunidad, a causa de que yo estaba dirigiendo las actividades, 
              mi propio ensayo sobrevivió a los criterios editoriales, 
              de modo que nos apoyamos mutuamente para la antología. Más 
              tarde, hice lo que pude a fin de revocar la decisión sobre 
              la solicitud de Ángel para obtener la residencia permanente 
              en nuestro país. Él perdió la batalla, fue 
              a París y se murió en 1983. Así terminó, trágicamente, mi paréntesis 
              Ángel Rama.Únicamente a partir de impresiones de una relación 
              personal, puedo concluir que Ángel tenía su corazón 
              en la manga, y supongo que tenía muchos brazos y por lo tanto 
              muchas mangas. Pero seguramente tenía un corazón, 
              lo que no siempre se puede suponer en el mundo moderno. En mi caso, 
              se alegró de que yo fuera un historiador y más aún 
              de que tuviera intereses sociológicos y antropológicos 
              y de que reclamara (aunque levemente) acuerdos para la literatura 
              e, incluso más aún, de que cortejara a la Filosofía. 
              Por más que intentara lo que podía, no podía 
              cometer errores y, sin embargo, el problema que me preocupaba fue 
              si realmente yo era el evangelista que él imaginaba.
 Con Emir el caso fue diferente. Con anterioridad he confesado que 
              difícilmente podría pretender haberlo comprendido 
              o saber qué estaba haciendo. El no podría haber hablado 
              y escrito como lo hizo sin corazón. Pero, seguramente, el 
              suyo no estaba ubicado, como el de Ángel, en su(s) manga(s). 
              Observen las dedicatorias en mis libros. Primero la de Ángel 
              en La novela de América Latina: "Para Dick, maestro 
              de la Orden (y el desorden) de América Latina y entrañable 
              amigo, para que guarde este libro en la congeladora con los huevos 
              revueltos (refiriéndose a los huevos revueltos helados que 
              había intentado servirle en mi casa) hasta la próxima 
              celebración del urbanismo y la amistad, en algún lugar 
              del mundo. Ángel." Mis ojos todavía se humedecen mientras transcribo las palabras 
              porque, ciertamente, nuestro próximo encuentro no será 
              "en algún lugar del mundo" (aunque posiblemente 
              sea en un lugar de la Mancha). Y ahora la dedicatoria de Emir a 
              El boom de la novela latinoamericana: "Para Dick, porque es 
              'a good boy', su amigo Emir". La pregunta es -Uds. verán- qué es mejor, si ser 
              llamado el maestro de todo lo que uno abarca o simplemente "a 
              good boy". Para Ángel, el populista carismático, 
              yo ya era un general en campaña. Para Emir, el eterno conspirador 
              ruso, quedaba por probar si yo iba a progresar de la niñez 
              a la adultez y si me confiaría un papel menor en la campaña. 
              Para Ángel, cualquier persona que pudiera cubrir cualquier 
              frente merecía cuatro estrellas. Para Emir -la personalidad 
              literaria completa- la literatura era el prisma; un prisma, sin 
              embargo, que reflejaba un panorama no menos vasto que el de Ángel. 
              Pero el prisma se traduce aquí en términos intelectuales, 
              en una disciplina que tiene un definido ángulo de visión 
              y no en una profesión. De este modo, el lector podrá 
              ver por qué yo presenté primeramente el contraste 
              entre los monstruos débiles y negligentes de Henry James 
              y su compromiso de una forma orgánica y económica. 
              O, en términos más políticos, tenemos el contraste 
              entre el populista carismático y el conspirador elitista, 
              pero "elitismo" en cuanto a talento y disciplina. Sí, Emir fue un conspirador. Yo tuve mi propia conspiración 
              con él a través de los años, pero sé 
              que él estaba comprometido en muchas otras. De ahí 
              mi dificultad en identificar la inspiración que guía 
              detrás de todo esto, en vislumbrar el corazón que 
              se denuncia y que Ángel tenía tan claramente a la 
              vista. Cuando, espontáneamente, acepté tomar a mi cargo 
              el Programa Latinoamericano del Wilson Center, en 1984, sabía 
              que deseaba hacer algo en el ámbito de la "Literatura 
              y sociedad", pero sin socializar la Literatura ni caer en la 
              laxitud conceptual de esa conferencia de 1979 sobre el "Más 
              Allá del Boom". Por esta razón, necesitaba irrumpir 
              en las otras conspiraciones y magias de Emir, y pronto estuve en 
              contacto con él. Él apoyó la empresa completamente. 
              Lo vi varias veces durante el último año de su vida, 
              por lo menos dos veces en Washington, una vez en la ciudad de México 
              y una vez en New Haven. En nuestra reunión de México, en noviembre de 1984, 
              nos asombró su casi desmayo en el ascensor que nos llevaba 
              a una cena, pero él no lo tomó en serio y nosotros 
              lo tomamos como un efecto de la altitud. Esto sucedió antes 
              de su diagnóstico fatal. Sin embargo, ¿con su gran 
              sensibilidad él no tendría un presentimiento? Las 
              dos o tres mañanas siguientes se reunió con nosotros 
              para el desayuno y sentí mayor calidez e intimidad. El corazón 
              cuentero que se atisbaba. Al principio del año siguiente, en el momento de su primer 
              y sombrío informe médico, estaba trabajando con nosotros 
              en reclutar a Cabrera Infante para agregar un toque especial a la 
              conferencia de periodistas programada para mayo. Guillermo tragó 
              el anzuelo y Emir -como ahora estoy seguro- sabía que él 
              debía estar allí. Las entrevistas publicadas de Guillermo 
              me habían encandilado pero, como después supe, habían 
              sido escritas ex post facto. La verdad era que se sentía 
              petrificado ante una audiencia. La conferencia tuvo lugar en mayo, 
              entre las dos primeras operaciones de Emir. Sólo podía 
              caminar despacio y muy penosamente. Incluso bromeando, y sin señales 
              de angustia, hizo el viaje, intermedió amablemente entre 
              nuestro inhibido locutor y su público dudoso, y nos entretuvo 
              durante horas en la cena con su sutil ingenio y aperçus. 
              A causa de que Emir no era físicamente demostrativo a la 
              manera "latina", sentí que éste era el "abrazo" 
              de despedida que me daba. Hablamos después y todavía perseveré en los 
              planes que habíamos discutido. Pero, cuando lo vi en New 
              Haven, en julio, sabíamos que el fin estaba próximo. 
              "Cómo dice el viejo dicho, 'cuídate'", le 
              dije cuando nos despedimos. "No te preocupes, lo haré." 
              dijo y no me preocupé. Y no me preocupo." 
 *En 
              español, en el original (N. de T.) Volver   |