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"Medio siglo de una (di)visión crítica" *
Por Lisa Block de Behar
Extraído de Al margen de Borges
Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, p. 155-172

 

"Parece inútil seguir alegando, como creyó necesario hacer Darío, como creyó Rodó, que somos latinos e hispánicos. La verdad es que lo somos."

Emir Rodríguez Monegal

 

Escribir una biografía de Miguel Angel de la que estuviera excluida toda mención de sus obras es una broma excéntrica que Borges suele recordar.(1) Sin embargo, no constituiría una omisión demasiado extravagante (porque ocurrió varias veces) ni una broma (por dolorosa), elaborar una teoría o escribir la historia de la crítica uruguaya sin nombrar a Emir, o nombrándolo apenas. Pero, de la misma manera que Richard Morse decía "Porque su vida madura abarcó precisamente las décadas que nos conciernen, el crecimiento de su mente, su sabiduría y su sensibilidad crítica serían un prisma a través del cual se contempla el curso de la mente y sensibilidad en América Latina como un todo", entendemos que bastaría una reseña de las circunstancias más notables de su vida intelectual, de sus obras e iniciativas, para ver su figura "una figura literaria" como la representación de casi medio siglo de nuestra historia cultural o de nuestra imaginación literaria, más que una época una epoché, ya que por razones menos metodológicas que sentimentales, se quisiera dar con él por terminada.

La función de revelación autobiográfica que asigna prudentemente Oscar Wilde a la crítica ("The highest and the lowest form of criticism is a mode of autobiography"), no descarta que, más allá de esa imitación o limitación personal, el discurso crítico sea capaz de proporcionar una etapa de la historia, las formas de una época. A partir de la parcialidad de un país pequeño, una prueba de laboratorio por sus dimensiones e intensidad de una experiencia singular pero genérica, el esquema biográfico proyectaría abstractivamente la superposición de los campos en cuestión: el cuerpo del sujeto real y el cuerpo de la literatura, entrecruzados en el curso de los acontecimientos.

No faltará la oportunidad para analizar las razones de poder, fuerza y autoridad, de sectarismos y rivalidades, enconos y traiciones más mezquinas, más triviales, pero no menos violentas, que hicieron de Emir alternativamente, juez y testigo, también en el sentido teológico, un crítico severo y espectador elocuente de su tiempo, el participante que al dar testimonio, padece y perece por esa causa. Desde sus comienzos, cuando se hace cargo de la dirección de Marcha, hasta la gracia y el misterio de su regreso y partida, la generosidad del sacrificio final, el último combate -heroico o sagrado- de un sobreviviente de sí mismo que sólo vuelve por volver.

Aunque la fluidez de los acontecimientos desbordan los cortes cronológicos y la puntualidad de los registros, podría considerarse que en 1945, cuando Emir pasa a la dirección de la sección literaria de Marcha, donde colaboraba desde 1943, se inicia una de las etapas literarias decisivas de nuestra historia cultural. Emir habla de la Generación del 45, y la fecha, convencional, fue discutida; sin embargo, no está de más cifrar las peculiaridades de una promoción intelectual y poética a partir del año en que se inicia la era atómica, finaliza la segunda guerra mundial, cuando quedan definitivamente impuestos los grandes medios de comunicación y, ni el olvido ni el delirio, excusan la verdad de un universo concentracionario ni la amenaza de su difusión universal. No es fácil marcar etapas pero es especialmente significativo que este período de la historia literaria se inicie con la orientación marcada por una publicación periódica y que, veinte años después, con un criterio análogo, se dé por terminada con la desaparición de Mundo Nuevo, otra publicación literaria, también periódica, también dirigida por Emir pero en París.

Las referencias dan cuenta de algunos aspectos de ese proceso de "periodización" de nuestra cultura que forma parte de la expansión masiva de la prensa como fenómeno mundial, pero particularizado por la interdependencia continua de la acción periodística y la acción literaria (pedagógica), anticipando el advenimiento de una generación crítica integrada por profesores en su mayoría, una nueva "trahison des clercs" que, sin abandonar necesariamente las clausuras del aula, acceden al poder y deslizamientos de la mediación tecnológica moderna.

En 1964, revisando el período precedente todavía en curso, Carlos Real de Azúa decía que Emir Rodríguez Monegal era "el más importante de nuestros jueces culturales" desde que Alberto Zum Felde hizo abandono, allá por 1930 de tal función".(2) El paralelismo es importante. Real de Azúa insiste sobre los mismos términos cuando presenta a Zum Felde: "No puede negarse, con todo, que fue él quien -hasta la aparición de Emir Rodríguez Monegal- puso a la crítica uruguaya sobre sus pies, el más capaz a un tiempo de ver lo que en un escritor importa"(3). De no haber sido Real de Azúa el autor del reconocimiento, ya en esos años, tal afirmación podría haberse interpretado más como un desafío que como la declaración de una ajustada objetividad. Todavía antes de ser excluido, prohibido por militares y militantes, Real de Azúa no dudó en reconocer que Emir era el escritor uruguayo con más enemigos. Sin embargo, tal como cuenta la historia, los grandes odios habrían empezado después. Es necesario admitir que ya existían otras formas no oficiales de la represión, abusos que el derecho no pena, crímenes que no configuran delitos aunque atacan con la complicidad de las intrigas igualmente depredatorias y la violencia del silencio metódico: la interdicción que sentencia hombre, obra, nombre; nuevamente la muerte no anunciada, el silencio de destruir y no decir, el refinamiento del terrorismo doble de la omisión y su referencia: no se denuncia, arrolla y calla, la ignorancia multiplicada y compartida: ignorar para que los demás ignoren, redoblar la ignorancia, más eficaz que la consigna, más totalitaria y represiva. Versiones vernáculas de una estratégica Totschweigentaktik, seguramente más antigua que su nombre; reprime y destierra: nadie se entera. Ya entonces, en el Uruguay, Emir había dejado de existir; peor aún: como si nunca hubiera existido, no volvió a ser mencionado. J. L. Austin hablaba de How to Do Things with Words; más allá de lo que pudo haber previsto su teoría, me alarma pensar que esta forma de anatema, como una especie negativa de los "Speech Acts", es capaz de "deshacer sin palabras", peor todavía. "They kicked me up", fue la fórmula sucinta con que Emir aludió a esa excomunión, remitiendo idiomáticamente a una promoción profesional que compensaba generosamente el destierro sin que previera entonces que viviría anticipada la apoteosis del mayor reconocimiento nacional.

Brevemente, Real de Azúa describió las responsabilidades editoriales y críticas que asumía Emir en aquellos años, tanto en las páginas periodísticas de semanarios y revistas, como en los numerosos y diversos cursos con que un profesor uruguayo tiene que integrar un ingreso parsimonioso o en los libros que, con tantas dificultades, llegan a ser publicados:

"En Marcha, desde 1944 (14 de enero, Nº 17, fecha capital) hasta 1959 y sólo con algunas interrupciones, Rodríguez Monegal, fijó lo que habían de ser los gustos y categorías del sector más considerable de la generación que se da como advenida al año siguiente de su inicio. Desde aquí la recapitulación es fácil: la pasión por la lucidez (una palabra que fue bandera de casi todos), el rigor judicativo, la reverencia por los valores de la perfección estructural y formal y por la riqueza imaginativa, el desdén por la trivialidad testimonial, el emotivismo, el regionalismo, la inflación expresiva, el desprecio por la literatura protegida, oficial y perfunctoria, la urgencia por una exploración desapasionada de nuestro caudal literario y un inventario de lo salvable de él, la prescindencia de toda consideración "extraliteraria" y "extraobra" (de piedad, pragmática, beneficiente, civil), olímpica de unos dioses mayores: Proust y Henry James, Joyce, Kafka, Gide, Faulkner, Shaw, Mann, Virginia Woolf, entre los universales; y los hispanoamericanos Borges y Neruda y Lins do Rego y Manuel Rojas; y los uruguayos revalorizados o ensalzados: Acevedo Díaz, Quiroga, Rodó, Espínola y Onetti."(4)

Son los años de la gran escalada intelectual en nuestro medio; "la generación crítica" prefiere denominar Angel Rama a la generación del ’45. Se insinuaba entonces la interpenetración de funciones docentes y periodísticas, fenómeno que se marca cada vez con mayor nitidez y que se ha complicado desmesuradamente a lo largo de estos últimos años en la misma medida en que proliferan cursos y periódicos. Las destituciones masivas, las penurias de la crisis económica, el oportunismo y las tentativas de notoriedad, han acentuado la superposición interferente de ocupaciones afines atenuando las especificidades de la cátedra y del periodismo, confundiéndolas en un discurso común que no desmedra el ejercicio ocasional de la autoridad y el poder. Se precipitaban así modalidades de una cultura a cargo de profesores que colaboran en los medios, de periodistas que prefieren no considerarse como tales. Empezaba entonces lo que todavía ocurre ahora: todo el mundo escribe. Alguien se preguntaba si entre tantos escritores quedaría algún lector. No es la primera vez que se formula la pregunta: "Would God that all the Lord’s people were prophets…" (Numbers, 11, 29) y, hace poco tiempo, ante el registro de una historia de la literatura francesa contemporánea, Michel Tournier parecía anhelar, por más práctico o selectivo, un diccionario que incluyera a los franceses que no escriben.

La revisión somera de ese primer período del ejercicio crítico de Emir distingue una labor intelectual dirigida especialmente a definir las características de la cultura nacional a partir de una perspectiva latinoamericana, una investigación rigurosa del pasado literario, alentando la promoción y difusión de realizaciones de creación y crítica contemporáneas, por medio de publicaciones que multiplicaban (también se llamó a este período "la generación de las revistas") textos seleccionados, observados atentamente desde coordenadas de diversidad internacional y actualización teórica y pluriestética (cine, teatro, plástica, música). Se esgrimía la validez universal de un criterio que no quería ampararse en complacencias amistosas de admisión recíproca ni en consentimientos provincianos aptos para excluir prudentemente la comparación ni en solidaridades patrióticas que acordaban satisfacciones a disposición inmediata.

Señalando severamente las redundancias de un nacionalismo cerril o las negligencias presentistas derivadas de una misma obsesión por la identidad nacional y latinoamericana, esta lucidez crítica constante denunciaba el privilegio indiscriminado de lo autóctono contemporáneo, por tramposo y destructivo, maquillado por la búsqueda forzada de una originalidad telúrica que resultaría tan exótica en París como en el Río de la Plata, el impudor de una egolatría que no disimula, por plural, la doble vanidad: la fatuidad y el vacío. Habían sido las mismas preocupaciones que afligieron y atendieron las generaciones anteriores (desde los principios de la nacionalidad), cuyos planteos y soluciones se ignoran incluidos en otra ignorancia, compleja y mayor, que se consiente el desconocimiento de todo lo que no es inmediatamente presente y propio: Emir previene contra lo que Real de Azúa denominaba el robinsonismo de una "intelligentsia" que desconocía incluso que la generación precedente ya se había planteado las mismas cuestiones e intentado resolverlas;(5) los mismos dilemas, las mismas diatribas, el mismo desconocimiento pasado, reciente y actual: la ignorancia querida, dos veces: una voluntad y un afecto.

Paradójicamente, la prescindencia de antecedentes, la carencia de referencias indispensables que consolidarían la necesaria emergencia nacional, no fueron atributos exclusivos de esas generaciones intelectuales que no podrán eludir la responsabilidad de sus omisiones. El terreno era propicio y, sobre la misma base, en esta última década, en los años más opresivos de la dictadura, se fraguó por imposición de la prepotencia militar, el culto de la nacionalidad, la "orientalidad" obligatoria, el rechazo de "ideas foráneas", la valoración del arraigo criollo contra la evasión o la errancia cosmopolitas, lo-nuestro como santo y seña, todavía ahora, de una precaria fundamentación cultural que propugna la disposición de modelos propios sólo por prescindir de los ajenos. Las nostalgias indigenistas traspuestas a sociedades de inmigrantes, la susceptibilidad atávica de quien por conocer se cree colonizado, la culpabilidad de la renegada condición epigonal, han encontrado en el aislamiento forzado y las limitaciones impuestas por el régimen militar, la justificación de una marginalidad cultural de la que las prédicas periodísticas de las secciones especializadas no dejan de jactarse. Contra la presumida -o presumible- agresión de la opulencia ajena, se ostentan las precariedades de estos "nuevos pobres", indigencia brutal y mimada a la que se apela como seguro de identidad. A pesar de las divergencias ideológicas, y ya en democracia, la consigna de lo- nuestro, sigue vigente pero proclamada además por los sectores que se dicen progresistas. Una continuidad (pro)nominal, indefinida, posesiva de quién, de qué, quién habla en nombre de quién, confiere la singularidad de "lo uruguayo", y sus distintivos, que aparecen asimilados a una dimensión continental pasando por alto las diferencias más notables, aunque la definición no supera aún la vacuidad tradicional de fechas y rótulo: el deber patriótico que ritualiza la curiosidad en festejos, estancada por años de puntualidad rutinaria y embanderamiento convencional.

"Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas o perífrasis evidentes es, quizás, el modo más enfático de indicarla". La presencia de algunas recurrencias del pensamiento de Borges aparecen suficientemente aludidas como para que haya necesidad de citarlo. Desde que Emir lee las primeras reseñas de "libros y escritores extranjeros" en El Hogar de Buenos Aires, una sección a cargo de Borges, en los años treinta, no duda de que "aquello era lo que precisamente andaba buscando desde hacía algunos años: noticias críticas sobre la literatura contemporánea". Desde entonces y, tal como resume en sus Memorias aún inéditas, ya no se apartará de las escrituras que configuran su "talismán" literario.

A partir de 1960, Emir debe dejar la dirección de Marcha. Desde entonces, sin interrupción, desde los más diversos frentes, la venia sacrosanta de lo-nuestro es intercambiada cada vez con mayor frecuencia y agitación. Simultáneamente la consigna pasa a excluirlo del juego revolucionario o a incluirlo secretamente en una categoría inexistente (ni lo nuestro ni lo ajeno) comprendida en la interdicción general del fanatismo ideológico: se inicia en aquellos años las prácticas intolerantes de una parcialidad de un partido que se da por entero, en el que se está o no se está en ninguna parte; una opción: alineado o alienado, decidida por una retórica de la totalidad que articula sin más los términos en una alternativa indialéctica.

A propósito del ejercicio que asume como nuevo director de la sección literaria del mismo semanario, algunos años más tarde, Angel Rama se define retrospectivamente contraponiéndose a Emir:

"Muy otra fue mi circunstancia: a mí me correspondió reinsertar la literatura dentro de la estructura general de la cultura. (…) reconvertir el crítico al proceso evolutivo de las letras comprometiéndolo en las demandas de una sociedad y situar el interés sobre los escritores de la comunidad latinoamericana, en sustitución de la preocupación por las letras europeas. Fue también la lección del tiempo porque la revolución cubana, la apertura del nuevo marxismo, el desarrollo de las ciencias de la cultura, las urgencias de la hora, marcaban nuevos derroteros…"(6)

Sin cuestionar los méritos mesiánicos de la misión que se atribuye, es necesario reconocer esa contraposición como legítima sólo parcialmente. Sobre todo cuando la mecánica del argumento apela a las eficacias reductivas de la exclusión habitual: atender o conocer un tema no implica no atender o no conocer otro. Se incurre en un malentendido demasiado grueso o en una confusión igualmente sospechosa cuando se identifica el conocimiento y la difusión de la cultura universal con la negligencia o indiferencia con respecto a la literatura nacional o latinoamericana. Sobre todo si tal presunción pasa por alto propuestas explícitas que no se limitan a las contundencias retóricas de manifiestos y tampoco se atiene a los argumentos menos rebatibles proporcionados por publicaciones concretas, las muestras de las mejores obras de escritores compatriotas y continentales, contextualizadas por investigaciones históricas o fundamentaciones filosóficas suficientemente válidas. Pero, lo decía también Oscar Wilde, "Even things that are true can be proved" y la prueba no está de más en esta nueva crisis de la evidencia que tanto y todavía se padece.

En "Un programa a posteriori" (Marcha, 1952), Emir afirma algunos principios que orientaban su política editorial:

"Se trazaban varias líneas de conducta, se postulaba una exigencia crítica idéntica para el producto nacional como para el extranjero, se subrayaba la importancia de la literatura considerada como literatura y no como instrumento, se insistía en la necesidad de rescatar el pasado nacional útil, de estar muy alerta a la literatura que se producía en toda América hispánica, y de permanecer en contacto con las creaciones que el ancho mundo continuaba ofreciendo. El artículo estaba en contra del nacionalismo literario, con lo que éste tiene de limitación provinciana y resentimiento, de desahogo de la mediocridad."(7)

No se estaba refiriendo sólo a su labor sino, en términos generales, a la contextualización universalista que desde sus primeros años había impuesto la página literaria de Marcha, donde aparecían L. F. Céline y J. C. Onetti, E. O’Neill y J. J. Morosoli, J. Cocteau y C. Maggi, W. Faulkner y S. de Ibáñez, A. S. Visca y E. Hemingway, Borges, Kafka, Proust, Gide, compartiendo páginas contiguas y espacios iguales. Es cierto que Emir habilita una sección de "Letras inglesas" pero, prevista por la pluralidad heterogénea de la información periodística habitual, su inclusión no sorprende ni interfiere con el espacio correspondiente a "Letras nacionales". Además, siguiendo la misma dirección, en esos meses del ’45, la página literaria se completa con una nueva sección de "Lecturas escogidas", presentada en los siguientes términos: "En esta sección se escogerán los mejores cuentos, poemas, ensayos, etc., publicados en las diversas revistas literarias americanas". (Se resumen o transcriben asiduamente textos de Correo Literario, Buenos Aires, Cuadernos Americanos, México; Hijo Pródigo, México; Latitud, Buenos Aires; Sur, Buenos Aires, son las publicaciones que anuncia en esa primera oportunidad.)

Lo más lamentable es haber inflado y derivado pretextualmente la polémica argumentando diferencias de filosofía literaria y de orientación cultural que los antecedentes no justifican; decir por decir, una verdad por otra: las diferencias son ciertas, el rencor, enorme: sólo se cambian las razones; desde entonces hasta ahora la estrategia de la verdad desplazada continúa escamoteando rencillas mezquinas, celos menores, rivalidades por nada, o las variantes, más alarmantes de un malthusianismo mal entendido en un medio donde todo está por hacerse; delirios de ambición y poder que coartan -sólo porque no es propia- la iniciativa ajena. Apenas se ha avanzado desde las esperanzadas advertencias de Rodó hasta las amonestaciones trilladas de hoy en día, de cada día, que machacan la magistral visión del pensamiento americanista, hipotecando iniciativas y obras, y especialmente, la generosidad de una apertura intelectual hacia lo universal que, sin duda, era la característica sobresaliente de nuestra incipiente civilización. Por medio de oposiciones simplificadas que irritan fácilmente el nativismo más trivial: lo-nuestro / lo imitado; lo auténtico / lo colonizado, pueblo / élite, marginalidad / privilegio, honestidad / explotación, ignorancia / snobsimo, tradición / traición, sur / norte…, una propaganda que sustituye, por las facilidades de la disyuntiva, el pensamiento.

Es la persistencia, no la novedad, la que alarma. Insertadas en el pret-à-parler vagamente ideológico de las declaraciones de propaganda partidaria, una "langue de bois (que es como se traduce al francés la expresión polaca); son ecos, huecos del pensamiento que no denuncian ni renuncian a la opresión y que se confunden con voces menos nítidas de promoción personal. Como en todas partes, el mismo método de "hit and run del periodismo de semanario".(8) Francés, polaco, inglés; ni revolucionarias, ni autóctonas.

La exclusividad de lo propio como exclusión de lo ajeno, la propiedad homogénea y excluyente, cuenta poco en una época en que las formulaciones teóricas y las realizaciones literarias van afianzando la inevitabilidad de la ruptura, que el universo textual estalla, se fragmenta y disemina, librado por energías centrífugas y transtextuales, cuestionando la unidad, el origen, el centro, la verdad, la representación; cuando se emprende la aventura "etnológica" de que hablaba figuradamente Roland Barthes o se consolida la presencia irrecusable del infinito que, inversiones hasídicas mediante, Emmanuel Levinas también (se) descubre en el rostro del Otro, "El otro, el mismo". Ambos se enfrentan o identifican vertiginosamente en los quiasmos superpuestos del universo de Borges: la construcción en equis, la imagen en el espejo como enigma y consigna de la identidad, la inversión del doble o las paradojas de una identificación que tanto distingue como define.

En esta nueva (di)visión, individual o colectiva, la vanidad del gesto autocontemplativo, la redundancia de lo-nuestro (lo mío más lo mío más lo mío) ahoga en los círculos viciosos de la reflexión narcisista y la complacencia onfálica, los contrastes de una naturaleza adversaria.(9) Intimida todo "ir más allá de la cultura", interrumpiendo las expectativas del descubrimiento: Desde las diásporas de Babel, los riesgos itinerantes de Odiseo o la revelación-apocalipsis-identidad de Edipo, las conjeturas o convicciones de Th. More o Montaigne, el dialogismo de Bajtín o la crisis de la identidad de que habla Lévi-Strauss, hasta el improbable ecumenismo de la comunicación satelizada, la alteridad ya no puede considerarse como un constituyente fortuito, sino la condición misma de la imaginación literaria y de la especulación intelectual y, en definitiva de la personalidad que las sustenta. Por ahora, la identidad sólo tiene a la alteridad como alternativa.

"…ciertos fenómenos sociales y políticos ocurren en América Latina con una identidad cronológica sorprendente", era a P. Henríquez Ureña que citaba Emir,(10) sin prever en esos años que anticiparía el éxodo rioplatense, la forzada dispersión de nuestros pueblos que, como otras fatalidades o fortunas continentales contribuyó, sin proponérselo, al doble encuentro histórico de una comunidad latinoamericana en otros medios.

Pero el ostracismo de Emir, que hubiera sido definitivo, no afectó sustancialmente las polarizaciones de su (di)visión crítica, al contrario, disfrutaría en París y en los Estados Unidos las mejores condiciones para llevar a término una "diseminación" bilateral que coincidía consecuentemente con la concepción dialógica de los principios estéticos e históricos que fundamentaron su pensamiento y consolidaron su actividad. La misma severidad crítica, la búsqueda constante de una integración literaria y estética que no conoce otras discriminaciones que las de una selección juiciosamente ponderada, la necesidad de un espacio cultural que extienda las responsabilidades literarias de la intermediación crítica:

"El propósito de Mundo Nuevo es insertar la cultura latinoamericana en un contexto que sea a la vez internacional y actual, que permita escuchar las voces casi siempre inaudibles o dispersas de todo un continente y que establezca un diálogo que sobrepase las conocidas limitaciones de nacionalismos, partidos políticos (nacionales o internacionales), capillas más o menos literarias y artísticas. Mundo Nuevo no se someterá a las reglas de un juego anacrónico que ha pretendido reducir toda la cultura latinoamericana a la oposición de bandos inconciliables y que ha impedido la fecunda circulación de ideas y puntos de vista contrarios. Mundo Nuevo establecerá sus propias reglas de juego, basadas en el respeto por la opinión ajena y la fundamentación razonada de la propia; en la investigación concreta y con datos fehacientes de la realidad latinoamericana, tema aún inédito; en la adhesión apasionada a todo lo que es realmente creador en América Latina."(11)

Las convicciones eran las mismas, las decisiones igualmente ciertas, los objetivos se confundían en una misma pasión por difundir, multiplicar por la palabra la palabra, pero las circunstancias habían cambiado. De la misma manera que las páginas literarias de las publicaciones uruguayas, Mundo Nuevo fue la revelación de un mundo nuevo tanto en Europa como en América donde el riesgo y la distancia repetían la reciprocidad del descubrimiento: ese reconocimiento de la identidad por la alteridad. Desde París Emir supo habilitar para el pensamiento y la imaginación latinoamericana un contexto universal que avanzaba al margen del acorde coral de sonidos consignados; cada iniciativa intelectual emprende así, vez tras vez, la aventura de otra "Conquista de América" que, derogando la restrictiva trivialidad de su remota referencia histórica, ya no puede entenderse sino ambivalentemente. Pero la discusión no tuvo lugar.

En aquellos años, y a pesar de que los números llegaban con regularidad, la revista no circuló suficientemente en Montevideo. Esta insuficiencia no afectó ni a Emir ni a los autores latinoamericanos que la revista se encargaba de introducir en otros medios sino a los lectores locales que no llegaban a ser. Nuevamente las querellas personales privaron al público uruguayo de una realización cultural que no debió interceptarse: "l’affair Emir" no había terminado.

Desde sus primeros trabajos en Montevideo, la cruzada latinoamericana en París, las condiciones ideales de una universidad norteamericana -una utopía intelectual donde todo es posible- hasta la concepción y publicación de su última antología, Noticias secretas y públicas de América(12), las acciones responden a las mismas tensiones dialécticas que las circunstancias favorecen y enfatizan. Como si la diferencia, repetida y subrayada, fuera la única advertencia que Emir rescata entre todas las advertencias arielistas que la retórica consecutiva y las imprevisiones del pasado, por pasado, se encargaron de obsolescer.(13) En 1984, después de largos años de ausencia y silencio, el nombre de Emir reaparece por primera vez en Montevideo firmando una investigación en colaboración(14) que llama la atención sobre aspectos insólitos del controvertido bilingüismo de Lautréamont. Sería demasiado fácil atribuir sólo a la casualidad las coincidencias de esa recuperación que las dualidades de la biografía, la obra, las violencias paródicas (que cuestionan cualquier estética de la originalidad -definición de la identidad) y los fantasmas de Lautréamont, o L’autre à (Mont)evideo, no escatiman.

Todo su empeño crítico está destinado por el enfrentamiento cultural, la suerte de la diferencia, la dinámica activa del descubrimiento donde el descubridor también es descubierto. Sabiendo de esa complicidad a voces, la intermediación crítica entabla un diálogo cultural que contrae las diferencias entre dos mundos o entre dos hemisferios de un continente dividido, distanciado por la polarización de poderes y la adversidad de intereses que siguen sirviéndose del aislamiento, la reclusión de la cultura, de su hostigamiento, como del mejor rehén.

Cuando generosamente se le hace responsable de la invención del boom o, más propiamente, del movimiento más importante de la literatura latinoamericana, cuando se dice en Montevideo "La Generación del 45 despidió a su inventor,(15) se están identificando, por las ambigüedades de la función crítica, la capacidad de inventar y los valores de descubrir que en rigor, y reivindicando en el origen la posible verdad de las palabras, no se diferencian. Ambas acciones comparten la misma ansiedad: sortear el abismo, encontrar el lugar donde se entrecruzan espacios y especies, la encrucijada donde coinciden las ambigüedades de la función crítica.

La acción del crítico se desliza entre ambas revelaciones: posterior a la obra aparece, sin embargo, anticipándola: "He vivido tantos vuelcos y vueltas desde mi nacimiento en la ciudad fronteriza de Melo que a veces pienso en mí como una combinación extraña de espectador y actor mirando una obra de la que simultáneamente soy crítico y realizador."(16)

Como orientada por los tropismos literarios, históricos y continentales, la figura del crítico aparece a través, una figura en cruz, entre tantos cruces, entre universos distintos, entre América y Europa, entre el norte americano y el sur, atravesando espacios que se quieren antagónicos, encabalgando la identidad en la aventura reversible del descubrimiento, de uno que es el otro de otro.

La figura en cruz. Parece la clave que cifra las instancias de su ausencia y su retorno, el gesto apenas misterioso, apenas místico, de su llegada que fue una despedida, una acción de gracia que proyectó la última sombra lúcida de su pasión dialógica, entre sus amigos (los mejores) y enemigos (que no cuentan), entre la vida y la muerte; hizo del duelo un trance distinto, de esa dualidad, su último desafío."


* El texto transcribe la comunicación presentada en el "Homenaje a Emir Rodríguez Monegal" realizado por la Americas Society de Nueva York el 1º de mayo de 1986, Homenaje recogido y publicado por el Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay, Montevideo, marzo de 1987. Volver

1 Jorge Luis Borges: "Sobre el Vathek de William Beckford". Obras Completas. Buenos Aires, 1974. Volver

2 Carlos Real de Azúa, Antología del ensayo uruguayo. Montevideo, 1964, 2º tomo, p. 552. Volver

3 Ibid. Primer Tomo, p. 182. Volver

4 Carlos Real de Azúa, op. cit., p. 551. Volver

5 Ibid. Primer Tomo, p. 52. Volver

6 Angel Rama. La generación crítica. Montevideo, 1972, p. 89. Volver

7 Emir Rodríguez Monegal, Literatura uruguaya del medio siglo. Montevideo, 1966, p. 43, recoge párrafos del artículo de Marcha. Volver

8 Geoffrey Hartman. "The Culture of Criticism". PMLA, EE.UU., mayo 1984. Volver

9 "L’exclusive fatalité, l’unique tare qui puissent affliger le groupe humain et l’empecher de reáliser pleinement sa nature, c’est d’etre seuil". Claude Lévi-Strauss, en L’identité. París, 1977, p. 14. Volver

10 Emir Rodríguez Monegal. José Enrique Rodó, Prólogo, Madrid, 1967. Volver

11 Emir Rodríguez Monegal. Mundo Nuevo, Nº 1, París, 1966. Volver

12 Emir Rodríguez Monegal. Noticias secretas y públicas de América. Barcelona, 1985. Volver

13 Emir Rodríguez Monegal. América-Utopía: García Calderón, el discípulo favorito de Rodó". Cuadernos Hispanoamericanos, Nº 417 (marzo 1985). Volver

14 Emir Rodríguez Monegal y Leyla Perrone-Moisés: "Isidore Ducasse y la retórica española". En Maldoror 17/18, Montevideo, abril 1984. Volver

15 Rubén Cotelo. Jaque. Montevideo, 21/11/85. Volver

16 Alfred Mac Adam. "After the boom". Entrevista realizada a Emir Rodríguez Monegal, 1983. Volver

 

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