|    | "Medio siglo de una (di)visión 
              crítica" *Por Lisa Block de Behar
 Extraído de Al margen de Borges
 Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, p. 155-172
   "Parece inútil seguir alegando, como creyó necesario 
              hacer Darío, como creyó Rodó, que somos latinos 
              e hispánicos. La verdad es que lo somos." Emir Rodríguez Monegal   Escribir una biografía de Miguel Angel de la que estuviera 
              excluida toda mención de sus obras es una 
              broma excéntrica que Borges suele recordar.(1) 
              Sin embargo, no constituiría una omisión demasiado 
              extravagante (porque ocurrió varias veces) ni una broma (por 
              dolorosa), elaborar una teoría o escribir la historia de 
              la crítica uruguaya sin nombrar a Emir, o nombrándolo 
              apenas. Pero, de la misma manera que Richard Morse decía 
              "Porque su vida madura abarcó precisamente las décadas 
              que nos conciernen, el crecimiento de su mente, su sabiduría 
              y su sensibilidad crítica serían un prisma a través 
              del cual se contempla el curso de la mente y sensibilidad en América 
              Latina como un todo", entendemos que bastaría una reseña 
              de las circunstancias más notables de su vida intelectual, 
              de sus obras e iniciativas, para ver su figura "una figura 
              literaria" como la representación de casi medio siglo 
              de nuestra historia cultural o de nuestra imaginación literaria, 
              más que una época una epoché, ya que 
              por razones menos metodológicas que sentimentales, se quisiera 
              dar con él por terminada. La función de revelación autobiográfica que 
              asigna prudentemente Oscar Wilde a la crítica ("The 
              highest and the lowest form of criticism is a mode of autobiography"), 
              no descarta que, más allá de esa imitación 
              o limitación personal, el discurso crítico sea capaz 
              de proporcionar una etapa de la historia, las formas de una época. 
              A partir de la parcialidad de un país pequeño, una 
              prueba de laboratorio por sus dimensiones e intensidad de una experiencia 
              singular pero genérica, el esquema biográfico proyectaría 
              abstractivamente la superposición de los campos en cuestión: 
              el cuerpo del sujeto real y el cuerpo de la literatura, entrecruzados 
              en el curso de los acontecimientos. No faltará la oportunidad para analizar las razones de poder, 
              fuerza y autoridad, de sectarismos y rivalidades, enconos y traiciones 
              más mezquinas, más triviales, pero no menos violentas, 
              que hicieron de Emir alternativamente, juez y testigo, también 
              en el sentido teológico, un crítico severo y espectador 
              elocuente de su tiempo, el participante que al dar testimonio, padece 
              y perece por esa causa. Desde sus comienzos, cuando se hace cargo 
              de la dirección de Marcha, hasta la gracia y el misterio 
              de su regreso y partida, la generosidad del sacrificio final, el 
              último combate -heroico o sagrado- de un sobreviviente de 
              sí mismo que sólo vuelve por volver. Aunque la fluidez de los acontecimientos desbordan los cortes cronológicos 
              y la puntualidad de los registros, podría considerarse que 
              en 1945, cuando Emir pasa a la dirección de la sección 
              literaria de Marcha, donde colaboraba desde 1943, se inicia 
              una de las etapas literarias decisivas de nuestra historia cultural. 
              Emir habla de la Generación del 45, y la fecha, convencional, 
              fue discutida; sin embargo, no está de más cifrar 
              las peculiaridades de una promoción intelectual y poética 
              a partir del año en que se inicia la era atómica, 
              finaliza la segunda guerra mundial, cuando quedan definitivamente 
              impuestos los grandes medios de comunicación y, ni el olvido 
              ni el delirio, excusan la verdad de un universo concentracionario 
              ni la amenaza de su difusión universal. No es fácil 
              marcar etapas pero es especialmente significativo que este período 
              de la historia literaria se inicie con la orientación marcada 
              por una publicación periódica y que, veinte años 
              después, con un criterio análogo, se dé por 
              terminada con la desaparición de Mundo Nuevo, otra 
              publicación literaria, también periódica, también 
              dirigida por Emir pero en París. Las referencias dan cuenta de algunos aspectos de ese proceso de 
              "periodización" de nuestra cultura que forma parte 
              de la expansión masiva de la prensa como fenómeno 
              mundial, pero particularizado por la interdependencia continua de 
              la acción periodística y la acción literaria 
              (pedagógica), anticipando el advenimiento de una generación 
              crítica integrada por profesores en su mayoría, una 
              nueva "trahison des clercs" que, sin abandonar necesariamente 
              las clausuras del aula, acceden al poder y deslizamientos de la 
              mediación tecnológica moderna. En 1964, revisando el período precedente todavía 
              en curso, Carlos Real de Azúa decía que Emir Rodríguez 
              Monegal era "el más importante de nuestros jueces culturales" 
              desde que Alberto Zum Felde hizo abandono, allá por 1930 
              de tal función".(2) El paralelismo 
              es importante. Real de Azúa insiste sobre los mismos términos 
              cuando presenta a Zum Felde: "No puede negarse, con todo, que 
              fue él quien -hasta la aparición de Emir Rodríguez 
              Monegal- puso a la crítica uruguaya sobre 
              sus pies, el más capaz a un tiempo de ver lo que en un escritor 
              importa"(3). De no haber sido Real de Azúa 
              el autor del reconocimiento, ya en esos años, tal afirmación 
              podría haberse interpretado más como un desafío 
              que como la declaración de una ajustada objetividad. Todavía 
              antes de ser excluido, prohibido por militares y militantes, Real 
              de Azúa no dudó en reconocer que Emir era el escritor 
              uruguayo con más enemigos. Sin embargo, tal como cuenta la 
              historia, los grandes odios habrían empezado después. 
              Es necesario admitir que ya existían otras formas no oficiales 
              de la represión, abusos que el derecho no pena, crímenes 
              que no configuran delitos aunque atacan con la complicidad de las 
              intrigas igualmente depredatorias y la violencia del silencio metódico: 
              la interdicción que sentencia hombre, obra, nombre; nuevamente 
              la muerte no anunciada, el silencio de destruir y no decir, el refinamiento 
              del terrorismo doble de la omisión y su referencia: no se 
              denuncia, arrolla y calla, la ignorancia multiplicada y compartida: 
              ignorar para que los demás ignoren, redoblar la ignorancia, 
              más eficaz que la consigna, más totalitaria y represiva. 
              Versiones vernáculas de una estratégica Totschweigentaktik, 
              seguramente más antigua que su nombre; reprime y destierra: 
              nadie se entera. Ya entonces, en el Uruguay, Emir había dejado 
              de existir; peor aún: como si nunca hubiera existido, no 
              volvió a ser mencionado. J. L. Austin hablaba de How to 
              Do Things with Words; más allá de lo que pudo 
              haber previsto su teoría, me alarma pensar que esta forma 
              de anatema, como una especie negativa de los "Speech Acts", 
              es capaz de "deshacer sin palabras", peor todavía. 
              "They kicked me up", fue la fórmula sucinta con 
              que Emir aludió a esa excomunión, remitiendo idiomáticamente 
              a una promoción profesional que compensaba generosamente 
              el destierro sin que previera entonces que viviría anticipada 
              la apoteosis del mayor reconocimiento nacional. Brevemente, Real de Azúa describió las responsabilidades 
              editoriales y críticas que asumía Emir en aquellos 
              años, tanto en las páginas periodísticas de 
              semanarios y revistas, como en los numerosos y diversos cursos con 
              que un profesor uruguayo tiene que integrar un ingreso parsimonioso 
              o en los libros que, con tantas dificultades, llegan a ser publicados: "En Marcha, desde 1944 (14 de enero, Nº 17, fecha 
              capital) hasta 1959 y sólo con algunas interrupciones, Rodríguez 
              Monegal, fijó lo que habían de ser los gustos y categorías 
              del sector más considerable de la generación que se 
              da como advenida al año siguiente de su inicio. Desde aquí 
              la recapitulación es fácil: la pasión por la 
              lucidez (una palabra que fue bandera de casi todos), el rigor judicativo, 
              la reverencia por los valores de la perfección estructural 
              y formal y por la riqueza imaginativa, el desdén por la trivialidad 
              testimonial, el emotivismo, el regionalismo, la inflación 
              expresiva, el desprecio por la literatura protegida, oficial y perfunctoria, 
              la urgencia por una exploración desapasionada de nuestro 
              caudal literario y un inventario de lo salvable de él, la 
              prescindencia de toda consideración "extraliteraria" 
              y "extraobra" (de piedad, pragmática, beneficiente, 
              civil), olímpica de unos dioses mayores: Proust y Henry James, 
              Joyce, Kafka, Gide, Faulkner, Shaw, Mann, Virginia Woolf, entre 
              los universales; y los hispanoamericanos Borges y Neruda y Lins 
              do Rego y Manuel Rojas; y los uruguayos revalorizados 
              o ensalzados: Acevedo Díaz, Quiroga, Rodó, Espínola 
              y Onetti."(4) Son los años de la gran escalada intelectual en nuestro 
              medio; "la generación crítica" prefiere 
              denominar Angel Rama a la generación del 45. Se insinuaba 
              entonces la interpenetración de funciones docentes y periodísticas, 
              fenómeno que se marca cada vez con mayor nitidez y que se 
              ha complicado desmesuradamente a lo largo de estos últimos 
              años en la misma medida en que proliferan cursos y periódicos. 
              Las destituciones masivas, las penurias de la crisis económica, 
              el oportunismo y las tentativas de notoriedad, han acentuado la 
              superposición interferente de ocupaciones afines atenuando 
              las especificidades de la cátedra y del periodismo, confundiéndolas 
              en un discurso común que no desmedra el ejercicio ocasional 
              de la autoridad y el poder. Se precipitaban así modalidades 
              de una cultura a cargo de profesores que colaboran en los medios, 
              de periodistas que prefieren no considerarse como tales. Empezaba 
              entonces lo que todavía ocurre ahora: todo el mundo escribe. 
              Alguien se preguntaba si entre tantos escritores quedaría 
              algún lector. No es la primera vez que se formula la pregunta: 
              "Would God that all the Lords people were prophets
" 
              (Numbers, 11, 29) y, hace poco tiempo, ante el registro de una historia 
              de la literatura francesa contemporánea, Michel Tournier 
              parecía anhelar, por más práctico o selectivo, 
              un diccionario que incluyera a los franceses que no escriben. La revisión somera de ese primer período del ejercicio 
              crítico de Emir distingue una labor intelectual dirigida 
              especialmente a definir las características de la cultura 
              nacional a partir de una perspectiva latinoamericana, una investigación 
              rigurosa del pasado literario, alentando la promoción y difusión 
              de realizaciones de creación y crítica contemporáneas, 
              por medio de publicaciones que multiplicaban (también se 
              llamó a este período "la generación de 
              las revistas") textos seleccionados, observados atentamente 
              desde coordenadas de diversidad internacional y actualización 
              teórica y pluriestética (cine, teatro, plástica, 
              música). Se esgrimía la validez universal de un criterio 
              que no quería ampararse en complacencias amistosas de admisión 
              recíproca ni en consentimientos provincianos aptos para excluir 
              prudentemente la comparación ni en solidaridades patrióticas 
              que acordaban satisfacciones a disposición inmediata. Señalando severamente las redundancias de un nacionalismo 
              cerril o las negligencias presentistas derivadas de una misma obsesión 
              por la identidad nacional y latinoamericana, esta lucidez crítica 
              constante denunciaba el privilegio indiscriminado de lo autóctono 
              contemporáneo, por tramposo y destructivo, maquillado por 
              la búsqueda forzada de una originalidad telúrica que 
              resultaría tan exótica en París como en el 
              Río de la Plata, el impudor de una egolatría que no 
              disimula, por plural, la doble vanidad: la fatuidad y el vacío. 
              Habían sido las mismas preocupaciones que afligieron y atendieron 
              las generaciones anteriores (desde los principios de la nacionalidad), 
              cuyos planteos y soluciones se ignoran incluidos en otra ignorancia, 
              compleja y mayor, que se consiente el desconocimiento de todo lo 
              que no es inmediatamente presente y propio: Emir previene contra 
              lo que Real de Azúa denominaba el robinsonismo de una "intelligentsia" 
              que desconocía incluso que la generación 
              precedente ya se había planteado las mismas cuestiones e 
              intentado resolverlas;(5) los mismos dilemas, 
              las mismas diatribas, el mismo desconocimiento pasado, reciente 
              y actual: la ignorancia querida, dos veces: una voluntad 
              y un afecto. Paradójicamente, la prescindencia de antecedentes, la carencia 
              de referencias indispensables que consolidarían la necesaria 
              emergencia nacional, no fueron atributos exclusivos de esas generaciones 
              intelectuales que no podrán eludir la responsabilidad de 
              sus omisiones. El terreno era propicio y, sobre la misma base, en 
              esta última década, en los años más 
              opresivos de la dictadura, se fraguó por imposición 
              de la prepotencia militar, el culto de la nacionalidad, la "orientalidad" 
              obligatoria, el rechazo de "ideas foráneas", la 
              valoración del arraigo criollo contra la evasión o 
              la errancia cosmopolitas, lo-nuestro como santo y seña, 
              todavía ahora, de una precaria fundamentación cultural 
              que propugna la disposición de modelos propios sólo 
              por prescindir de los ajenos. Las nostalgias indigenistas traspuestas 
              a sociedades de inmigrantes, la susceptibilidad atávica de 
              quien por conocer se cree colonizado, la culpabilidad de la renegada 
              condición epigonal, han encontrado en el aislamiento forzado 
              y las limitaciones impuestas por el régimen militar, la justificación 
              de una marginalidad cultural de la que las prédicas periodísticas 
              de las secciones especializadas no dejan de jactarse. Contra la 
              presumida -o presumible- agresión de la opulencia ajena, 
              se ostentan las precariedades de estos "nuevos pobres", 
              indigencia brutal y mimada a la que se apela como seguro de identidad. 
              A pesar de las divergencias ideológicas, y ya en democracia, 
              la consigna de lo- nuestro, sigue vigente pero proclamada 
              además por los sectores que se dicen progresistas. Una continuidad 
              (pro)nominal, indefinida, posesiva de quién, de qué, 
              quién habla en nombre de quién, confiere la singularidad 
              de "lo uruguayo", y sus distintivos, que aparecen asimilados 
              a una dimensión continental pasando por alto las diferencias 
              más notables, aunque la definición no supera aún 
              la vacuidad tradicional de fechas y rótulo: el deber patriótico 
              que ritualiza la curiosidad en festejos, estancada por años 
              de puntualidad rutinaria y embanderamiento convencional. "Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas 
              o perífrasis evidentes es, quizás, el modo más 
              enfático de indicarla". La presencia de algunas recurrencias 
              del pensamiento de Borges aparecen suficientemente aludidas como 
              para que haya necesidad de citarlo. Desde que Emir lee las primeras 
              reseñas de "libros y escritores extranjeros" en 
              El Hogar de Buenos Aires, una sección a cargo de Borges, 
              en los años treinta, no duda de que "aquello era lo 
              que precisamente andaba buscando desde hacía algunos años: 
              noticias críticas sobre la literatura contemporánea". 
              Desde entonces y, tal como resume en sus Memorias aún inéditas, 
              ya no se apartará de las escrituras que configuran su "talismán" 
              literario. A partir de 1960, Emir debe dejar la dirección de Marcha. 
              Desde entonces, sin interrupción, desde los más diversos 
              frentes, la venia sacrosanta de lo-nuestro es intercambiada 
              cada vez con mayor frecuencia y agitación. Simultáneamente 
              la consigna pasa a excluirlo del juego revolucionario o a incluirlo 
              secretamente en una categoría inexistente (ni lo nuestro 
              ni lo ajeno) comprendida en la interdicción general del fanatismo 
              ideológico: se inicia en aquellos años las prácticas 
              intolerantes de una parcialidad de un partido que se da por entero, 
              en el que se está o no se está en ninguna parte; una 
              opción: alineado o alienado, decidida por una retórica 
              de la totalidad que articula sin más los términos 
              en una alternativa indialéctica. A propósito del ejercicio que asume como nuevo director 
              de la sección literaria del mismo semanario, algunos años 
              más tarde, Angel Rama se define retrospectivamente contraponiéndose 
              a Emir: "Muy otra fue mi circunstancia: a mí me correspondió 
              reinsertar la literatura dentro de la estructura general de la cultura. 
              (
) reconvertir el crítico al proceso evolutivo de las 
              letras comprometiéndolo en las demandas de una sociedad y 
              situar el interés sobre los escritores de la comunidad latinoamericana, 
              en sustitución de la preocupación por las letras europeas. 
              Fue también la lección del tiempo porque la revolución 
              cubana, la apertura del nuevo marxismo, el desarrollo de las 
              ciencias de la cultura, las urgencias de la hora, marcaban nuevos 
              derroteros
"(6) Sin cuestionar los méritos mesiánicos de la misión 
              que se atribuye, es necesario reconocer esa contraposición 
              como legítima sólo parcialmente. Sobre todo cuando 
              la mecánica del argumento apela a las eficacias reductivas 
              de la exclusión habitual: atender o conocer un tema no implica 
              no atender o no conocer otro. Se incurre en un malentendido demasiado 
              grueso o en una confusión igualmente sospechosa cuando se 
              identifica el conocimiento y la difusión de la cultura universal 
              con la negligencia o indiferencia con respecto a la literatura nacional 
              o latinoamericana. Sobre todo si tal presunción pasa por 
              alto propuestas explícitas que no se limitan a las contundencias 
              retóricas de manifiestos y tampoco se atiene a los argumentos 
              menos rebatibles proporcionados por publicaciones concretas, las 
              muestras de las mejores obras de escritores compatriotas y continentales, 
              contextualizadas por investigaciones históricas o fundamentaciones 
              filosóficas suficientemente válidas. Pero, lo decía 
              también Oscar Wilde, "Even things that are true can 
              be proved" y la prueba no está de más en esta 
              nueva crisis de la evidencia que tanto y todavía se padece. En "Un programa a posteriori" (Marcha, 1952), 
              Emir afirma algunos principios que orientaban su política 
              editorial: "Se trazaban varias líneas de conducta, se postulaba 
              una exigencia crítica idéntica para el producto nacional 
              como para el extranjero, se subrayaba la importancia de la literatura 
              considerada como literatura y no como instrumento, se insistía 
              en la necesidad de rescatar el pasado nacional útil, de estar 
              muy alerta a la literatura que se producía en toda América 
              hispánica, y de permanecer en contacto con las creaciones 
              que el ancho mundo continuaba ofreciendo. El artículo estaba 
              en contra del nacionalismo literario, con lo que éste tiene 
              de limitación provinciana y resentimiento, 
              de desahogo de la mediocridad."(7) No se estaba refiriendo sólo a su labor sino, en términos 
              generales, a la contextualización universalista que desde 
              sus primeros años había impuesto la página 
              literaria de Marcha, donde aparecían L. F. Céline 
              y J. C. Onetti, E. ONeill y J. J. Morosoli, J. Cocteau y C. 
              Maggi, W. Faulkner y S. de Ibáñez, A. S. Visca y E. 
              Hemingway, Borges, Kafka, Proust, Gide, compartiendo páginas 
              contiguas y espacios iguales. Es cierto que Emir habilita una sección 
              de "Letras inglesas" pero, prevista por la pluralidad 
              heterogénea de la información periodística 
              habitual, su inclusión no sorprende ni interfiere con el 
              espacio correspondiente a "Letras nacionales". Además, 
              siguiendo la misma dirección, en esos meses del 45, 
              la página literaria se completa con una nueva sección 
              de "Lecturas escogidas", presentada en los siguientes 
              términos: "En esta sección se escogerán 
              los mejores cuentos, poemas, ensayos, etc., publicados en las diversas 
              revistas literarias americanas". (Se resumen o transcriben 
              asiduamente textos de Correo Literario, Buenos Aires, Cuadernos 
              Americanos, México; Hijo Pródigo, México; 
              Latitud, Buenos Aires; Sur, Buenos Aires, son las 
              publicaciones que anuncia en esa primera oportunidad.) Lo más lamentable es haber inflado y derivado pretextualmente 
              la polémica argumentando diferencias de filosofía 
              literaria y de orientación cultural que los antecedentes 
              no justifican; decir por decir, una verdad por otra: las diferencias 
              son ciertas, el rencor, enorme: sólo se cambian las razones; 
              desde entonces hasta ahora la estrategia de la verdad desplazada 
              continúa escamoteando rencillas mezquinas, celos menores, 
              rivalidades por nada, o las variantes, más alarmantes de 
              un malthusianismo mal entendido en un medio donde todo está 
              por hacerse; delirios de ambición y poder que coartan -sólo 
              porque no es propia- la iniciativa ajena. Apenas se ha avanzado 
              desde las esperanzadas advertencias de Rodó hasta las amonestaciones 
              trilladas de hoy en día, de cada día, que machacan 
              la magistral visión del pensamiento americanista, hipotecando 
              iniciativas y obras, y especialmente, la generosidad de una apertura 
              intelectual hacia lo universal que, sin duda, era la característica 
              sobresaliente de nuestra incipiente civilización. Por medio 
              de oposiciones simplificadas que irritan fácilmente el nativismo 
              más trivial: lo-nuestro / lo imitado; lo auténtico 
              / lo colonizado, pueblo / élite, marginalidad / privilegio, 
              honestidad / explotación, ignorancia / snobsimo, tradición 
              / traición, sur / norte
, una propaganda que sustituye, 
              por las facilidades de la disyuntiva, el pensamiento. Es la persistencia, no la novedad, la que alarma. Insertadas en 
              el pret-à-parler vagamente ideológico de las declaraciones 
              de propaganda partidaria, una "langue de bois (que es 
              como se traduce al francés la expresión polaca); son 
              ecos, huecos del pensamiento que no denuncian ni renuncian a la 
              opresión y que se confunden con voces menos nítidas 
              de promoción personal. Como en todas partes, 
              el mismo método de "hit and run del periodismo de 
              semanario".(8) Francés, polaco, 
              inglés; ni revolucionarias, ni autóctonas. La exclusividad de lo propio como exclusión de lo ajeno, 
              la propiedad homogénea y excluyente, cuenta poco en una época 
              en que las formulaciones teóricas y las realizaciones literarias 
              van afianzando la inevitabilidad de la ruptura, que el universo 
              textual estalla, se fragmenta y disemina, librado por energías 
              centrífugas y transtextuales, cuestionando la unidad, el 
              origen, el centro, la verdad, la representación; cuando se 
              emprende la aventura "etnológica" de que hablaba 
              figuradamente Roland Barthes o se consolida la presencia irrecusable 
              del infinito que, inversiones hasídicas mediante, Emmanuel 
              Levinas también (se) descubre en el rostro del Otro, "El 
              otro, el mismo". Ambos se enfrentan o identifican vertiginosamente 
              en los quiasmos superpuestos del universo de Borges: la construcción 
              en equis, la imagen en el espejo como enigma y consigna de la identidad, 
              la inversión del doble o las paradojas de una identificación 
              que tanto distingue como define. En esta nueva (di)visión, individual o colectiva, 
              la vanidad del gesto autocontemplativo, la redundancia de lo-nuestro 
              (lo mío más lo mío más lo mío) 
              ahoga en los círculos viciosos de la reflexión 
              narcisista y la complacencia onfálica, los contrastes de 
              una naturaleza adversaria.(9) Intimida todo "ir 
              más allá de la cultura", interrumpiendo las expectativas 
              del descubrimiento: Desde las diásporas de Babel, los riesgos 
              itinerantes de Odiseo o la revelación-apocalipsis-identidad 
              de Edipo, las conjeturas o convicciones de Th. More o Montaigne, 
              el dialogismo de Bajtín o la crisis de la identidad de que 
              habla Lévi-Strauss, hasta el improbable ecumenismo de la 
              comunicación satelizada, la alteridad ya no puede considerarse 
              como un constituyente fortuito, sino la condición misma de 
              la imaginación literaria y de la especulación intelectual 
              y, en definitiva de la personalidad que las sustenta. Por ahora, 
              la identidad sólo tiene a la alteridad como alternativa. "
ciertos fenómenos sociales y políticos 
              ocurren en América Latina con una identidad 
              cronológica sorprendente", era a P. Henríquez 
              Ureña que citaba Emir,(10) sin prever en 
              esos años que anticiparía el éxodo rioplatense, 
              la forzada dispersión de nuestros pueblos que, como otras 
              fatalidades o fortunas continentales contribuyó, sin proponérselo, 
              al doble encuentro histórico de una comunidad latinoamericana 
              en otros medios. Pero el ostracismo de Emir, que hubiera sido definitivo, no afectó 
              sustancialmente las polarizaciones de su (di)visión crítica, 
              al contrario, disfrutaría en París y en los Estados 
              Unidos las mejores condiciones para llevar a término una 
              "diseminación" bilateral que coincidía consecuentemente 
              con la concepción dialógica de los principios estéticos 
              e históricos que fundamentaron su pensamiento y consolidaron 
              su actividad. La misma severidad crítica, la búsqueda 
              constante de una integración literaria y estética 
              que no conoce otras discriminaciones que las de una selección 
              juiciosamente ponderada, la necesidad de un espacio cultural que 
              extienda las responsabilidades literarias de la intermediación 
              crítica: "El propósito de Mundo Nuevo es insertar la 
              cultura latinoamericana en un contexto que sea a la vez internacional 
              y actual, que permita escuchar las voces casi siempre inaudibles 
              o dispersas de todo un continente y que establezca un diálogo 
              que sobrepase las conocidas limitaciones de nacionalismos, partidos 
              políticos (nacionales o internacionales), capillas más 
              o menos literarias y artísticas. Mundo Nuevo no se 
              someterá a las reglas de un juego anacrónico que ha 
              pretendido reducir toda la cultura latinoamericana a la oposición 
              de bandos inconciliables y que ha impedido la fecunda circulación 
              de ideas y puntos de vista contrarios. Mundo Nuevo establecerá 
              sus propias reglas de juego, basadas en el respeto por la opinión 
              ajena y la fundamentación razonada de la propia; en la investigación 
              concreta y con datos fehacientes de la realidad latinoamericana, 
              tema aún inédito; en la adhesión 
              apasionada a todo lo que es realmente creador en América 
              Latina."(11) Las convicciones eran las mismas, las decisiones igualmente ciertas, 
              los objetivos se confundían en una misma pasión por 
              difundir, multiplicar por la palabra la palabra, pero las circunstancias 
              habían cambiado. De la misma manera que las páginas 
              literarias de las publicaciones uruguayas, Mundo Nuevo fue 
              la revelación de un mundo nuevo tanto en Europa como en América 
              donde el riesgo y la distancia repetían la reciprocidad del 
              descubrimiento: ese reconocimiento de la identidad por la alteridad. 
              Desde París Emir supo habilitar para el pensamiento y la 
              imaginación latinoamericana un contexto universal que avanzaba 
              al margen del acorde coral de sonidos consignados; cada iniciativa 
              intelectual emprende así, vez tras vez, la aventura de otra 
              "Conquista de América" que, derogando la restrictiva 
              trivialidad de su remota referencia histórica, ya no puede 
              entenderse sino ambivalentemente. Pero la discusión no tuvo 
              lugar. En aquellos años, y a pesar de que los números llegaban 
              con regularidad, la revista no circuló suficientemente en 
              Montevideo. Esta insuficiencia no afectó ni a Emir ni a los 
              autores latinoamericanos que la revista se encargaba de introducir 
              en otros medios sino a los lectores locales que no llegaban a ser. 
              Nuevamente las querellas personales privaron al público uruguayo 
              de una realización cultural que no debió interceptarse: 
              "laffair Emir" no había terminado. Desde sus primeros trabajos en Montevideo, la cruzada latinoamericana 
              en París, las condiciones ideales de una universidad norteamericana 
              -una utopía intelectual donde todo es posible- hasta la concepción 
              y publicación de su última antología, Noticias 
              secretas y públicas de América(12), 
              las acciones responden a las mismas tensiones dialécticas 
              que las circunstancias favorecen y enfatizan. Como si la diferencia, 
              repetida y subrayada, fuera la única advertencia que Emir 
              rescata entre todas las advertencias arielistas que la retórica 
              consecutiva y las imprevisiones del pasado, por pasado, se encargaron 
              de obsolescer.(13) En 1984, después de 
              largos años de ausencia y silencio, el nombre de Emir reaparece 
              por primera vez en Montevideo firmando una investigación 
              en colaboración(14) que llama la atención 
              sobre aspectos insólitos del controvertido bilingüismo 
              de Lautréamont. Sería demasiado fácil atribuir 
              sólo a la casualidad las coincidencias de esa recuperación 
              que las dualidades de la biografía, la obra, las violencias 
              paródicas (que cuestionan cualquier estética de la 
              originalidad -definición de la identidad) y los fantasmas 
              de Lautréamont, o Lautre à (Mont)evideo, no 
              escatiman. Todo su empeño crítico está destinado por 
              el enfrentamiento cultural, la suerte de la diferencia, la dinámica 
              activa del descubrimiento donde el descubridor también es 
              descubierto. Sabiendo de esa complicidad a voces, la intermediación 
              crítica entabla un diálogo cultural que contrae las 
              diferencias entre dos mundos o entre dos hemisferios de un continente 
              dividido, distanciado por la polarización de poderes y la 
              adversidad de intereses que siguen sirviéndose del aislamiento, 
              la reclusión de la cultura, de su hostigamiento, como del 
              mejor rehén. Cuando generosamente se le hace responsable de la invención 
              del boom o, más propiamente, del movimiento más 
              importante de la literatura latinoamericana, cuando 
              se dice en Montevideo "La Generación del 45 despidió 
              a su inventor,(15) se están identificando, 
              por las ambigüedades de la función crítica, la 
              capacidad de inventar y los valores de descubrir que 
              en rigor, y reivindicando en el origen la posible verdad de las 
              palabras, no se diferencian. Ambas acciones comparten la misma ansiedad: 
              sortear el abismo, encontrar el lugar donde se entrecruzan espacios 
              y especies, la encrucijada donde coinciden las ambigüedades 
              de la función crítica. La acción del crítico se desliza entre ambas revelaciones: 
              posterior a la obra aparece, sin embargo, anticipándola: 
              "He vivido tantos vuelcos y vueltas desde mi nacimiento en 
              la ciudad fronteriza de Melo que a veces pienso en mí como 
              una combinación extraña de espectador y actor mirando 
              una obra de la que simultáneamente soy crítico y realizador."(16) Como orientada por los tropismos literarios, históricos 
              y continentales, la figura del crítico aparece a través, 
              una figura en cruz, entre tantos cruces, entre universos distintos, 
              entre América y Europa, entre el norte americano y el sur, 
              atravesando espacios que se quieren antagónicos, encabalgando 
              la identidad en la aventura reversible del descubrimiento, de uno 
              que es el otro de otro. La figura en cruz. Parece la clave que cifra las instancias de 
              su ausencia y su retorno, el gesto apenas misterioso, apenas místico, 
              de su llegada que fue una despedida, una acción de gracia 
              que proyectó la última sombra lúcida de su 
              pasión dialógica, entre sus amigos (los mejores) y 
              enemigos (que no cuentan), entre la vida y la muerte; hizo del duelo 
              un trance distinto, de esa dualidad, su último desafío." 
 * El texto transcribe la comunicación 
              presentada en el "Homenaje a Emir Rodríguez Monegal" 
              realizado por la Americas Society de Nueva York el 1º de mayo 
              de 1986, Homenaje recogido y publicado por el Ministerio de Educación 
              y Cultura del Uruguay, Montevideo, marzo de 1987. 
               Volver 
               1 Jorge Luis Borges: "Sobre el Vathek de William 
              Beckford". Obras Completas. Buenos Aires, 1974. 
              Volver 
              2 Carlos Real de Azúa, Antología del 
              ensayo uruguayo. Montevideo, 1964, 2º tomo, p. 552. 
              Volver 
             3 Ibid. Primer Tomo, p. 182. Volver 4 Carlos Real de Azúa, op. cit., p. 551. 
              Volver 
             5 Ibid. Primer Tomo, p. 52. Volver 6 Angel Rama. La generación crítica. 
              Montevideo, 1972, p. 89. Volver 7 Emir Rodríguez Monegal, Literatura uruguaya 
              del medio siglo. Montevideo, 1966, p. 43, recoge párrafos 
              del artículo de Marcha. Volver 8 Geoffrey Hartman. "The Culture of Criticism". 
              PMLA, EE.UU., mayo 1984. Volver 9 "Lexclusive fatalité, lunique 
              tare qui puissent affliger le groupe humain et lempecher de 
              reáliser pleinement sa nature, cest detre seuil". 
              Claude Lévi-Strauss, en Lidentité. París, 
              1977, p. 14. Volver 10 Emir Rodríguez Monegal. José Enrique 
              Rodó, Prólogo, Madrid, 1967. Volver 11 Emir Rodríguez Monegal. Mundo Nuevo, Nº 
              1, París, 1966. Volver 12 Emir Rodríguez Monegal. Noticias secretas 
              y públicas de América. Barcelona, 1985. 
              Volver 
             13 Emir Rodríguez Monegal. América-Utopía: 
              García Calderón, el discípulo favorito de Rodó". 
              Cuadernos Hispanoamericanos, Nº 417 (marzo 1985). 
              Volver 
             14 Emir Rodríguez Monegal y Leyla Perrone-Moisés: 
              "Isidore Ducasse y la retórica española". 
              En Maldoror 17/18, Montevideo, abril 1984. Volver 15 Rubén Cotelo. Jaque. Montevideo, 21/11/85. 
              Volver 
             16 Alfred Mac Adam. "After the boom". 
              Entrevista realizada a Emir Rodríguez Monegal, 1983. 
              Volver 
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