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Aquiles Lambertini

Actor cómico de cinco años de edad.-

Junio, 9 de 1883..

El artista nace, como nace la flor llevando en la simiente el germen de su perfume, como el ruiseñor nace atesorando ya en su garganta los trinos y gorjeos que hacen de él el rey de los cantores. Es inútil pretender torcer las inclinaciones a que fatalmente arrastra el organismo; podrá la educación modificarlas en este o en aquel sentido, pero nunca tendrán esa espontaneidad con que se manifiestan cuando son hijas de la vocación.

Por eso sucede frecuentemente ver que los grandes talentos que descuellan en las ciencias y en las artes, salen de las esferas sociales en que los padres poco se preocupan de la educación de sus hijos, manifestándose en éstos espontáneamente la vocación con que nacieron, vocaciones que la ignorancia atribuyó en un tiempo a dones celestiales, pero que la ciencia moderna ha demostrado que responden a la preponderancia de tales o cuales órganos que influyen directamente sobre las funciones del cerebro.

De ahí que el destino que ha de darse a los niños debe ser objeto de una profunda observación para estudiar así sus tendencias y conocer las manifestaciones de su carácter. Si ese criterio presidiera siempre en la educación de la niñez, no se verían tantas medianías en las artes y en las ciencias, fruto no siempre de la escasez de facultades, sino de la errada dirección que se les imprimió.

Aquiles Lambertini nació artista, realizándose en él la ley de la herencia, pues artista es su padre, y distinguida actriz es la madre que le dio el ser. Desde que abrió los ojos vivió en un medio artístico, y esta circunstancia, unida a sus facultades naturales, desarrolló en el niño su vocación cómica, realzada por un talento precoz y espontáneo, que no ha sido necesario esforzar para llegar a realizar el prodigio de ver a un artista de cinco años que interpreta maravillosamente todas las situaciones, no sólo con la palabra, sino con el gesto, con la acción, con la elocuencia vivaz de su mirada, con toda la intención y travesura, en fin, con que podría hacerlo un consumado artista.

Aquiles es en el escenario el mismo que en el trato familiar, y aún puede decirse que es más de admirarse en la intimidad, pues sus ocurrencias y sus salidas del momento son más elocuente prueba de su talento que la interpretación de los papeles que se le confían.

Viviendo siempre entre bastidores, pues no sólo sus padres son artistas, sino también sus hermanitos Luisa y Luis, mostró desde sus dos años una afición marcada por el teatro, y lloriqueaba cuando su padre, aleccionado ya en las contrariedades que rodean al artista, contrariaba su vocación para alejarle de una carrera en que todas las glorias están amargadas por los sinsabores que la malevolencia y la envidia prodigan al verdadero talento. Pero la madre, más conocedora de las dotes prodigiosas del niño, lejos de contrariar sus tendencias las alentó, dándole lecciones y haciéndole aprender papeles fáciles, de que en breve se posesionó Aquiles y se consideró capaz de desempeñarlos.

Apareció por primera vez Aquiles en el escenario en el teatro de Chietti, ciudad de los Abruzzos. Desempeñaba en esa noche una parte secundaria en una piececita titulada Il Cuoco, y con tal verdad hizo, su papel, que el público le aplaudió frenéticamente. No tenía entonces tres años de edad. El éxito favorable de su estreno animó a los padres a cultivar aquel talento maravilloso, y a poco andar, Aquiles era el niño mimado del público donde quiera que se presentaba. El vino a llenar en la compañía un vacío que se notaba, pues el carácter serio y reflexivo de Luis no se prestaba al desempeño de los papeles cómicos. Aquiles, por el contrario, era un verdadero cómico. Parece que ha nacido con la sátira en los labios, y hasta su figura le acompaña para hacer más expresivo su carácter. Es bajo y gordo, de cara redonda, mofletes salientes, y el vientre algo abultado. Su mirada es traviesa, algo entornada en ordinario, pero en ciertos momentos relampaguea con brillo, dando a su fisonomía una gran animación.

Sus triunfos escénicos no le tienen ensoberbecido. Es un muchacho retozón, alegre, incansable para jugar, sin que en nada manifieste ese deseo general en los niños de aparecer como hombres. Es muy cumplido en su trato, tanto como pudiera serlo un caballero. Cuando me lo presentaron, me saludó con mucha cortesía, y tendiéndome la mano me dijo con mucha seriedad: "Mollto piacere di fare la sua conoscenza".

Como le manifestase deseo de conocer algunos de sus rasgos biográficos para dedicarle un artículo, se excusó diciéndome: "Il signore e troppo gentiles". Pero insistiendo yo, me contó que había nacido en Palermo el 5 de junio de 1878, que su mamá era triestina, y su hermanita menor, Dora, veneciana. Aquiles tiene locura con Dora, que es una criatura preciosa, muy parecida a él, y que, teniendo apenas dos años, manifiesta ya condiciones sobresalientes para heredar a Luisa, aún cuando su carácter se armoniza más con el de Aquiles, pues chicuela como es, tiene salidas graciosísimas. Todo su afán es el de salir a recitar con Aquiles "con il mío Achille", como dice ella, colgándose del cuello de su hermanito y besándole con delirio, caricias que Aquiles le devuelve con iguales demostraciones y llamándola: "la cara mia Doruccia".

Aquiles tiene ya un repertorio de más de veinte piezas de distintos géneros, y aunque en todos ellos se desempeña perfectamente, descuella, sin embargo, en el cómico, cuya interpretación ejecuta con un talento y una naturalidad admirables. No sabe leer ni escribir, así es que sus padres tienen que enseñarle de memoria sus papeles.

Pero lo que no tolera Aquiles es que le enseñen las actitudes y los ademanes. A veces, en los ensayos, el padre le hace algunas advertencias sobre como debe interpretar tal o cual situación, pero entonces el diminuto artista protesta diciendo: "Lasciami fare papá; io lo faró meglio di te." Y esto lo dice en serio, como posesionado de su valer, y hasta indignado de que se dude de su inspiración.

Una noche, en que había representado de mala gana, el padre le amonestó delante de algunas personas extrañas, y fue tal el sentimiento que le causaron las palabras del padre, que Aquiles rompió a llorar, exclamando: "Maldetto il momento in cui mi misi a fare il caratterista!"

Es muy sensible Aquiles. El más leve reproche le enternece, y entonces llora desconsoladamente, pues, aunque niño, comprende perfectamente que él no debe incurrir en las indiscreciones naturales de los de su edad. Piensa y habla como un hombre y se expresa con toda corrección. No tiene esas salidas inoportunas de los niños, ni dice majaderías, ni se aprovecha de la admiración que despierta para hacer impertinencias ni pedir lo que se le antoja.

Una de las aspiraciones más ardientes de Aquiles era poseer un caballo, no un caballo de carne y hueso, sino uno de madera como los que él había visto a otros niños. El distinguido autor Castiglionne, que viaja con él y le estudia para componer obras que se adapten a sus facultades, escribió una preciosa comedia titulada La prima gioia, en que Aquiles tiene el papel de protagonista figurando un niño pobre que va a casa de unos nobles y queda allí extasiado ante los juguetes que los hijos de aquellos poseen. Lo que más le llama la atención entre todo es un caballo, y en un rapto de entusiasmo exclama: "Avere un cavallo, e poi.... morire nelle sue braccia!".

La primera vez que Aquiles dijo esa frase en el teatro, la expresó con tal verdad, con tanto entusiasmo, y tan poseído del deseo de tener un caballo, que al día siguiente, un Duque que había asistido al teatro, le mandó un precioso caballo que Aquiles conserva todavía, aunque ya un poco sporco, según me lo manifestó con gran sentimiento.

Otra obra que este niño prodigio interpreta con raro talento es Il Bugiardo. Retrata el tipo del muchacho mentiroso y mal criado con una verdad insuperable. "¿Cuál es la capital de Italia?" — le pregunta el abuelo, y el niño responde muy resueltamente. "¡Gorgonsola!" "No. — interrumpe el abuelo, la capital, de Italia es Roma." Y el Bugiardo, con una desfachatez admirable, con las manos cruzadas en la espalda y la postura insolente contesta: "E cosa ho detto ío!...."

Una noche, en uno de los teatros de Italia, el digno público no aplaudió a Aquiles en un pasaje en que generalmente se le aplaudía con entusiasmo y en vista de esa descortesía, quiso a todo trance ir a buscar al comisario de policía para que arrestase a todos los concurrentes, que según él eran "una massa di asini che non capivano nulla."

Arranques de éstos ha tenido muchos y a cada paso tiene ocurrencias oportunísimas, que harían dudar de que son espontáneas si no fuera por la oportunidad con que las manifiesta y por la marcada intención que les da.

Antes de llegar al Río de la Plata, ya le conocían las principales ciudades de Italia, y la crítica le había dedicado entusiastas artículos, entre ellos uno del reputado escritor Philippi, que es el más severo de los críticos del arte en Italia. Aquiles Lambertini, a sus cinco años, ha dado tema para que se escriba sobre él mucho más que lo que se ha escrito sobre otros artistas de mérito.

Preguntábale yo días pasados:— "¿Qué te parece Gemma Cuniberti?" Y Aquiles, sin apearse de un caballo velocípedo que se esforzaba en hacer andar, me contestó:— "Mi pare che le vanno bene le medaglia che porta". Un hombre de talento no habría emitido un juicio más completo en tan breves palabras. Indudablemente Aquiles debe tener alguna rivalidad con la Gemma, sino por él, cuando menos por su hermanita Luisa, que cultiva el mismo género, pero a pesar de eso, tuvo la suficiente discreción para no demostrar ni esa rivalidad natural, limitándose a hacer su elogio sin incurrir en una exageración que parecería afectada.

En Il Duchino se reveló Aquiles bajo otra faz que la que hasta entonces se le conocía. Supo mantener su papel con dignidad, como correspondía a su jerarquía, y ni por un momento se dejó ver tras del aristocrático hijo de la duquesa de Ferrara, al terrible bugiardo. Pero, donde ha estado inimitable, ha sido en el Signorino Posa Piano, el gran ocioso, el prototipo del egoísta que por nada ni por nadie daría un paso con tal de no fatigarse. Estuvo sublime cuando para viajar sin molestia se encerró dentro de su propia maleta. ¡Con qué gravedad cómica se despidió del mundo de los vivos, pidiendo al público que rogase por el alma del Signorino Posa Piano! Y después, cuando por vengarse de las molestias que le causa su maestro, se presta a reemplazar a la joven a quien aquel quería seducir ¡con qué gracia hizo la farsa de defender su virtud!.... ¡con qué travesura rechazaba los ataques del seductor! ¡con cuánta picardía disfrazaba su vocecita dándole el tono lánguido y suplicante de la mujer que resiste sin voluntad!....

Eso no se enseña, ni puede enseñarse. Se necesita tener todo el talento de Aquiles para interpretar con tanta habilidad una escena que él ha tenido que adivinar, desde que su edad no le permite andar todavía envuelto en las estrepitosas aventuras que con tanto afán buscaba el señor Strepitoso.

Larga sería la tarea si me pusiese a detallar todos los papeles en que descuella Aquiles Lambertini, y la manera con que los interpreta. Esto es algo que no puede escribirse. Hay que verle, hay que estudiarle, hay que observar todos y cada uno de sus movimientos, sorprender sus miradas, oír la entonación que da a cada frase, para apreciar el prodigioso talento de ese niño-hombre, que llora y juega como los niños, y piensa y discurre como los hombres.

¿A dónde llegará con los estudios y con los años? Ardua es la respuesta, porque las alturas a que puede remontarse el genio son inconmensurables. Aquiles nació artista, y su talento recorrerá la vasta esfera del arte en todas sus zonas, dando con su nombre una nueva hoja de laurel a la corona de gloria que ciñe la frente de la Italia artística, cuna del genio en todas sus manifestaciones: de Dante y de Petrarca en la poesía; de Rafael y del Ticiano en la pintura; de Miguel Ángel y Canova en la escultura; de Rossini y Donizzetti en la música; de Módena, de Salvini y de Rossi en el arte en que está llamado a descollar, como uno de sus más brillantes intérpretes, el prodigioso niño Aquiles Lambertini.

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